Los meses anteriores, como decía el zorro al Principito, habíamos ido preparando los corazones. Un artículo en la revista Estar, un perfil de Facebook abierto para el acontecimiento, trípticos, carteles… Pero sobre todo el boca a boca, de amigo a amigo.
—No podemos faltar. Nos vemos en Gredos.
—Sí, a los pies de la Virgen.
El corazón estaba preparado y había contagiado su ilusión a muchos otros.
Aquella tarde, a los casi cien jóvenes que llevaban dos días de campamento en las praderas del Circo de Gredos, subiendo las desafiantes crestas de las montañas, se sumaron muchas personas.
Hombres veteranos que ya no recordaban qué era eso de dormir en el suelo ni a la intemperie, pues en los años en que ellos acampaban aquí todavía estaba permitido plantar tiendas de campaña. Ahora había que dormir al raso. Y con ellos estaban también madres y esposas, hijos e hijas, que también aman este lugar, que también se saben amados por la Virgen desde su gruta.
La aventura comenzó con un viaje desde sus ciudades hasta la Plataforma, y de allí una expedición que llevó a los montañeros hasta la Laguna Grande en algo más de dos horas y media. Justo a tiempo de comenzar la eucaristía.
El camino se había hecho arduo en pleno mes de julio, en el bochorno de la tarde. Pero a la hora de la misa, la paz llenó todo el Circo, el cansancio cedió a la serenidad y la fatiga a la alegría. Muchos rostros conocidos, aunque quizás algo envejecidos, abrazos sinceramente efusivos, alegría desbordante en el corazón. Sí, encontrarse en este lugar no es como coincidir en otro sitio cualquiera. Estábamos en casa.
La eucaristía presidida por el padre Rafael Delgado nos recordó a algunos la que hace veinticinco años presidiera el padre Emiliano Manso. En Cristo eucaristía nos uníamos todos los que allí estábamos, y se unieron todos los que nos han acompañado en estos años, aunque hoy no pudieran estar con nosotros. Y también el nombre de todos ellos quedó escrito con el nuestro a los pies de la Virgen. ¡Qué alegría saber que nuestro nombre está allí, al lado de la Madre! El recuerdo va entonces a la Virgen del Hogar, la del corazón de oro, que también se abre para guardar nuestros nombres cada ocho de diciembre. Virgen del Hogar, Virgen de Gredos, Santa María de la Montaña, bendícenos, cuídanos.
El corazón ya estaba ensanchado para cuando llegó el momento tan esperado de la tertulia nocturna a la luz de las estrellas, a la luz de la luna. Es un momento casi mágico, que quien no lo haya vivido no puede entenderlo fácilmente. Antes, el fuego crepitante; ahora, el lumen gas, menos poético, ilumina los rostros que en silencio escuchan las confidencias del corazón de los otros montañeros. Y de forma serena el corazón se abre en una alabanza a Dios. Y allí caben todos, el juvenil más joven, que nos hizo rezar a todos un avemaría y nos emplazó a dentro de veinticinco años, y el más veterano de todos los hombres, que casi prefieren quedarse en silencio… porque es tanto lo que el corazón necesita contar. Pero lo más íntimo solo se queda para el momento final del día, en el silencio de la noche, a la luz de las estrellas. En ese diálogo íntimo entre el alma y Dios más de una lágrima de emoción corrió esa noche del ocho de julio. Testigos son la oscuridad, las montañas y el eco atronador del grito final del campamento: por Cristo, por la Virgen, por la Iglesia. ¡Más, más y más!
El día siguiente fue muy dispar. Unos lo dedicaron a recorrer las viejas montañas graníticas. Otros escalaron sus crestas. Los campamentos volvieron a Santiago de Aravalle. Mucha gente que no había podido ir a la montaña estaba esperándonos en el albergue. Otros muchos vendrían al día siguiente. Y de nuevo el corazón se preparaba para la gran fiesta de ese domingo diez de julio.
Llegaron muchos, muchos padres de los jóvenes y niños que este año participaban en el campamento, especialmente de los alevines. Pero se unieron otros muchos que habían asistido otros años. Y lo que otros años era el día de las familias del campamento, en esta ocasión se convirtió en un auténtico día de familia en torno a la Madre.
La eucaristía fue el primer acto, y fundamental, de la jornada. A la sombra de los robles más de quinientas personas nos agolpamos para vivir intensamente el amor de Dios hecho pan por nosotros. Daba gusto ver a los jóvenes acampados, con sus camisetas amarillas, rojas y azules, vivir con su estilo lo mismo que otros muchos hombres que ahora nos acompañaban habían vivido hace años. Esa íntima unión con el Señor, motor de todo este estilo de vida que se aprende en Gredos.
En el ofertorio de la eucaristía se presentó la imagen que el artista José Miguel de la Peña realizó de la Virgen de Gredos para esta ocasión, y que quedó colocada en la Sala Abelardo en el albergue. La Virgen de Gredos y Abe una vez más juntos. En verdad no puede separarse lo que está unido en Dios.
Y tras la comida, el festival, con canciones a la Virgen de Gredos que han resonado a lo largo de estos años con ritmos y acentos distintos. En primer lugar las canciones de Abelardo, ahora cantadas por los nuevos militantes, que han creado un grupo de música, ‘Oleaje’. Pero también pudimos oír a otros cantar sus melodías, como a Rogelio Cabado, o a jóvenes que al ritmo de Rap y Pop han creado nuevas canciones para cantar, generación tras generación, las grandezas que Dios ha hecho en la Madre.
Quizás, Madre, este es el mejor resumen que podemos hacer de esta fiesta. Que todas las generaciones nos hemos unido para cantar tus glorias, y bendecir al Señor por el regalo tan inmerecido que nos ha hecho en ti.
¡Gracias, Madre!