El amor apasionado a la Señora lo alcanzará el cruzado si mira a la Virgen plenamente encuadrada en la psicología del mundo moderno. Tiene características que la hacen siempre actual.
María se presenta en el mundo de hoy rebosante de vigor juvenil. Los misterios más grandes de la vida de la Virgen, los acontecimientos más trascendentales en la historia de la humanidad, la encarnación y redención de Jesús, se cumplen para ella en plena juventud. El cruzado tiene que vivir siempre en primavera, aunque alcance noventa años. Miguel Ángel tenía razón. Después de esculpir su Pietà, dijo: «La madre tenía que ser joven, más joven que el Hijo, para mostrarse eternamente Virgen».
Arco de transición entre Antiguo y Nuevo Testamento, Sinagoga e Iglesia. Apertura, alternando y dialogando con todos, pero al mismo tiempo, secreto y reserva después de la Anunciación, en Egipto, en Nazaret, siempre. La Iglesia, organismo vivo, está en adaptación permanente. María, con elegancia y sencillez, guarda el difícil punto de equilibrio. Ni se aferra a la tradición ni se deja arrastrar por el esnobismo de cambiar por cambiar.
Canto de júbilo. Su vida fue explosión de gozo, detonación de alegría mantenida como calderón de pentagrama musical. Sus ecos llegan a nuestros días. No se desvanecerán nunca. Es eterna juventud, primavera perenne. La vida de un cruzado, imitándola, es un grito prolongado de júbilo: «He encontrado al Mesías» dice a todos sus hermanos, como Andrés a Pedro (Jn 1,41). Miró mi pequeñez, mi bajeza, mis pecados…, pero ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso (cf. Lc 1,48-49).
En guardia permanente. El puesto de vigilancia para la Virgen era la voluntad de Dios. Siempre escrutando el horizonte para descubrirla y realizarla. Fiat en la Encarnación, stabat en la Cruz. Siempre la misma actitud de entrega amorosa, aun desde antes de la Anunciación, después de la Ascensión, ahora en el cielo. ¡Gran lección para el mundo cansado de hoy! Constancia, saber permanecer.
Actitud abierta de servicio. Muy en consonancia con la mentalidad actual. Autoservicio, pero no en beneficio propio, sino de los demás. La Visitación de María no es más que preludio de su vida en la tierra y en el cielo: darse a los demás entregándoles a Jesús. No hizo ni hará otra cosa.
Reflexiva. Frente a un mundo alocado, una juventud superficial, ella «conservaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón» (Lc 2,51). Disciplinada, sometida a la ley. Se pone a la cola esperando turno para cumplirla en la Purificación, Circuncisión… Transparente. Mucho se habla hoy de sinceridad, pero ¡qué pocos auténticos! La Inmaculada es transparencia de alabastro en su vida sencilla, pura, amante.
Actualidad perenne de la Virgen. El cruzado se alegra de tenerla por madre queridísima. Su maternidad no envejece. Su amor no se desgasta. Su corazón no se achica. Sus brazos no se acortan. Tiene amor, corazón, brazos de madre, para estrechar a cuantos hijos lleguen. Con ellos abraza a la pequeña familia del Cenáculo, de la Cruzada, de la Milicia; la gran familia de la Iglesia, del mundo. Que todos seamos UNO contigo en el Corazón Santísimo de Jesús.
(Comentario a las Reglas de los Cruzados de Santa María, pp. 292-295)







