¿Cómo reconocer nuestras raíces? ¿Quiénes somos y cómo es nuestra familia? Hoy en día, existen plataformas digitales que recopilan registros genealógicos y ayudan a reconstruir las relaciones familiares. Un ejemplo destacado es Ancestry.com, que cuenta con 65.000 millones de registros y 130 millones de árboles genealógicos. Sin embargo, por impresionante que sea esta abundancia de datos, estos registros pueden resultar fríos y distantes.
Si queremos recordar verdaderamente nuestras relaciones familiares, pocas cosas superan el valor del álbum de fotos familiar. Ese álbum, que ocupa un lugar privilegiado en nuestros hogares, contiene la selección de los momentos más entrañables. Al repasarlo en familia, revivimos esos momentos clave que han moldeado nuestras vidas, nuestra identidad se fortalece y los lazos que nos unen se profundizan.
El corazón es el verdadero hogar de los recuerdos, un lugar que trasciende la memoria. La palabra recordar significa literalmente «volver a pasar por el corazón». En ese paso interior, las experiencias cobran nueva vida y se iluminan con nuevas perspectivas. Y dentro del ámbito familiar, es el corazón de la madre el que mejor guarda y mantiene vivos los recuerdos: tanto los grandes acontecimientos como los gestos cotidianos que, aunque sencillos, resultan esenciales en la historia familiar.
Como discípulos de Cristo, encontramos en el Corazón de María —la Madre que el Señor nos confió al pie de la Cruz— ese álbum familiar. El Evangelio lo expresa con delicadeza: «María conservaba todo esto en su corazón». Ella guarda cada palabra, cada gesto, cada misterio vivido junto a su hijo. Y hoy, en la nueva etapa de la Iglesia —el Cuerpo Místico de su hijo—, continúa atesorando todos los acontecimientos, ayudándonos a descubrir su verdadero sentido. Lo mismo ocurre con los eventos de nuestras familias espirituales y de nuestras vidas personales: todos encuentran eco en su Corazón.
Estrechando nuestros corazones al suyo, podemos revivir los momentos clave de nuestra historia en el Señor: el don de la existencia, el bautismo, la familia, los sacramentos, la conversión, la vocación, la familia espiritual…, e incluso esos «hilos negros» del tapiz de nuestra vida, que solo cobran sentido cuando los contemplamos desde su Corazón.
Rezar el rosario es, en cierto modo, acurrucarnos junto a María para contemplar, misterio a misterio, el álbum de fotos de la vida de Jesús.
San Juan Pablo II, en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (2002), dedica una sección a «Los recuerdos de María». En ella nos enseña que el Corazón de María guarda esencialmente la memoria de Jesús: «María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: “Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19; cf. 2,51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el “rosario” que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal».
Así, cuando rezamos el rosario, nos adentramos en el Corazón de María, y contemplamos el álbum de la vida de su hijo con la mejor perspectiva posible: a través de los ojos y del amor de su Madre. Y es allí, en su Corazón, donde reconocemos nuestras raíces: quiénes somos, de dónde venimos y cómo es verdaderamente nuestra familia.







