Por Juan Sudón González, profesor de Religión, especialista en A. Gaudí
Algunos componentes de la belleza
La Belleza es un nombre, y un nombre propio: Dios mismo como Belleza (cfr. homilía Benedicto XVI 07.11.2010).
La belleza tiene que ver con la armonía de las cosas. Y la armonía con las proporciones y los contrastes. También tiene que ver con descubrir relaciones múltiples y alcanzar síntesis significativas. Y se descubre también detrás de los simbolismos contemplados con la mente, la fe y el corazón.
Subjetivamente tiene que ver con la capacidad de admiración del que contempla.
Antonio Gaudí tenía una capacidad innata para captar los espacios: «El arquitecto ve toda la obra completa antes de hacerla» (Gaudí). Además, el esfuerzo por observar y contemplar la naturaleza desde niño le fue ayudando a captar las leyes con las que el Creador hizo el universo. «La Naturaleza, ese gran Libro, siempre abierto, que debemos esforzarnos en leer» (Gaudí).
Por eso decía que «el hombre no inventa, sino descubre» esas leyes y las aplica con creatividad.
Un lugar privilegiado
Cuando salimos del metro Sagrada Familia en Barcelona, por la esquina entre la fachada del ábside y la fachada de la pasión, y tenemos el privilegio de mirar hacia arriba…, el impacto visual es parecido a entrar —por alguna misteriosa puerta espacio temporal— en otro tiempo y en otro mundo.
La visión abarca, no solo la sacristía de más de 40 metros, preciosa y supersimbólica, sino también las torres de Marcos (león), Lucas (toro), Mateo (hombre) de 135 m, la torre de María de 138 m, y a finales de este año también podremos contemplar la gran torre de Jesucristo, de 172,5 m, ya terminada.
Un templo en altura
La Sagrada Familia es un templo en altura: lo más imponente está por encima de los 45 metros de la nave central. Gaudí quería que a través de la elevación de la mirada («El oído es el sentido de la fe; la vista es el sentido de la gloria»), nos elevásemos en espíritu hasta la contemplación de las cosas celestiales: la lucidez de las verdades de la fe, el gozo de la esperanza y la plenitud interior de la caridad.
El simbolismo de la sacristía y de la torre de Jesucristo: cruz y luz.
Antonio Gaudí dedicó mucho tiempo a la maqueta de esta sacristía: sabía que él no iba a concluir el templo expiatorio, y quería dejar a sus discípulos y sucesores proporciones, formas y simbolismos muy precisos: símbolos del Vendimiador con las uvas y el Cordero doliente, atado y sin abrir la boca (Isaías 53); los esquistos de la sangre de Cristo y las palmas del martirio nos indican el sacerdocio sacrificial de Jesús. «Sí, Padre, son culpables; pero yo pago por ellos» (san Juan de Ávila).
Si esta sacristía, de 18 m de diámetro, pudiera elevarse hasta la base de la torre de Jesucristo, de igual diámetro, a 82,5 m, y sus parámetros se prolongasen 90 m más hacia el cielo contemplaríamos la torre-cimborrio de Jesús terminada. Y en su terminal, la gran cruz de 4 brazos. En su interior estará representado el Cordero místico, en una escultura dorada dentro de un hiperboloide, símbolo del Padre para Gaudí.
Entonces viene a la mente y al corazón aquel dicho cristiano: a la Luz por la Cruz: del Cordero llevado al matadero al Cordero glorioso. Arquitectónica y simbólicamente ante nuestros ojos la sublime Pascua de Jesucristo: el solo santo, el solo Señor, el solo Altísimo, como rezarán las palabras verticales que sustentarán la gran cruz de 4 brazos de acero, cristal y cerámica blanca vidriada que será visitable en su interior y desde donde contemplaremos con ojos llenos de admiración la ciudad toda de Barcelona como símbolo del mundo entero.
¡Increíble, admirable, sublime, catequético, místico!
La admiración es el principio de la sabiduría dicen los grandes pensadores de todos los tiempos.
Así es todo en la Sagrada Familia, como quiso Antonio Gaudí: ¡una gran oración y una gran alabanza; una catequesis didáctica y atractiva! que nos elevase hasta la gloria del cielo. Sursum corda, «levantemos el corazón», se lee en la primera torre de san Bernabé, a la altura donde la sección cuadrada pasa a ser circular («la recta es del hombre, la curva de Dios»), como orando: ¡arráncanos de lo mundano, elévanos a lo celestial!
No solo la visión, sino también el sonido: las 12 torres-campanario dedicadas a los apóstoles del Cordero (Apocalipsis) serán, junto a la torre de María, un gigantesco órgano con campanas de distinta clase, sincronizadas, para que la gran urbe, símbolo de todo el mundo, escuche la gran música: ¡obras cumbre de la música religiosa de todos los tiempos!
El olor del incienso en las grandes celebraciones, «aroma de tu gracia».
El tacto de la piedra, la forja, la cerámica, la madera, el vidrio…, nos eleva a las distintas «texturas» de los dones del Espíritu en nosotros.
El gusto del pan y del vino benditos de la eucaristía en las celebraciones.
Gaudí y las fuentes de la Revelación: síntesis prodigiosa
Biblia. Gaudí llevaba siempre un Nuevo Testamento en el bolsillo.
Tradición. Estudiaba la tradición cristiana (sobre todo en las grandes catedrales europeas románicas, góticas y bizantinas).
Magisterio. Consultaba con obispos sabios y reformadores, conocía la Rerum novarum de León XIII sobre la cuestión social y por eso para él los pobres (La Sagrada Familia se llamaba el templo de los pobres, así la pintó Joaquín Mir) y los obreros eran objeto de su caridad: obrera Mataronense, Escuelas de la Sagrada Familia para los hijos de sus obreros, la Colonia Güell, etc.
Liturgia. Había estudiado los 15 volúmenes de la Liturgia cristiana del padre benedictino Dom Gueranger. «Será el templo de la liturgia perfecta».
Sentido de la fe de los fieles. Estaba en estrecha relación con asociaciones que hacían de la fe cultura, transformando los valores cristianos en realidades cotidianas culturalmente atractivas: la Asociación de san Lucas, el Orfeón Catalán, la Asociación de Excursionistas de Cataluña con los que visitó varias catedrales europeas.
La belleza es Dios mismo mostrándose al mundo con el resplandor y el atractivo que tiene siempre, pero que debe ser mostrado por los cristianos de cada generación con esplendor, alegría, cercanía, acogida…
¡Sursum corda, levantemos el corazón! Caminemos con todos los que la providencia ha puesto a nuestro lado, para llevarlos a la belleza, a Dios Padre, Hijo y Amor, ¡belleza increíble!
«¡Tarde te amé, Belleza infinita… siempre antigua y siempre nueva!… ¡Con tu luz brillaste, cambiando mi ceguera en un resplandor… curando mi sordera… aroma de tu gracia… ansío tu pan!» (san Agustín).
«¡El mundo se salvará por la belleza!» (cfr. Benedicto XVI, homilía 07.11.2010).







