¿Qué es la verdad?

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Ilustración que representa cómo las mentiras repetidas se convierten en aparentes verdades en la sociedad actual.
Mentiras, ilustración de José Miguel de la Peña sobre la manipulación de la verdad en tiempos de relativismo.

La famosa y célebre frase de Pilatos: «¿Qué es la verdad?» (Jn 18,38) es una pregunta que cualquier ser humano se ha planteado varias veces a lo largo de su vida. Puede que sea con la intención noble de buscarla o con el propósito decidido de dudar de ella. En cualquier caso, sea de una u otra forma, la verdad, como el amor, la belleza o el bien son aspiraciones que han atraído siempre al ser humano y le han servido de guía. Las obras más excelsas de la cultura humana son el fruto de ese anhelo.

Sin embargo, precisamente porque trasciende y supera la capacidad humana, muchos han abandonado su búsqueda, han negado su existencia o al menos la capacidad para poder alcanzarla. La frase de Pilatos muestra el escepticismo, la duda de que realmente exista o el reconocimiento de la impotencia humana para alcanzar la verdad.

Sin embargo, en la sociedad actual, ya hace décadas, hemos dado un paso más: se niega que la verdad exista. Lo podemos ver en las conversaciones de la vida ordinaria como refleja el famoso dicho: «Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira». En el ámbito diario o coloquial puede ser una pose para evitar discusiones u ocultar intereses.

Lo malo es que esa negación de la verdad ha inundado el ámbito académico. Como ya señaló Allan Bloom[1]: «Hay una cosa de la que un profesor puede estar absolutamente seguro: casi todos los alumnos que entran en la universidad creen, o dicen creer, que la verdad es relativa. Si se pone a prueba esta creencia, la reacción de los estudiantes será de incomprensión. El hecho de que alguien considere que esa proposición no es evidente por sí misma, los asombra tanto como si estuviese poniendo en tela de juicio que dos más dos es igual a cuatro». Esta creencia, como la denomina el autor, afecta a estudiantes de toda clase, condición e ideología.

Hay algo más grave: la relatividad de la verdad es, más que un postulado intelectual, un principio moral. Se niega incluso el derecho a buscarla y a quien lo intente, o al profesor que incite a ello y dé pistas para lograrlo, se le tacha de fanático. Con ello, naturalmente, se niega cualquier postulado que tenga pretensiones de ser válido para todos y, en consecuencia, ya no sabemos en qué consiste educar más allá de un entretenimiento lúdico.

Sin embargo, el relativismo queda disuelto en su propio jugo. «Si la verdad es relativa», dicha proposición también lo es. Si «no existe la verdad», dicha afirmación es falsa y, por tanto, la verdad sí existe. Más allá de estos razonamientos, el indeleble e insaciable afán humano de buscar la verdad provoca que cualquier cosa relativa ocupe el puesto de la verdad. La tentación de «seréis como dioses» (Gén 3,5), vuelve a aparecer. El hombre crea la verdad, ya sea la propia, o la que pretende erigirse como verdad válida para todos, la que construyen las ideologías. En consecuencia, la verdad es lo que yo opino, lo que siento, lo que deseo o lo que me han impuesto: lo políticamente correcto, la opinión de moda, etc., como sabemos bien en estos tiempos.

Emulando a Chesterton, podemos decir que lo malo de los tiempos actuales no es que se niegue la verdad, sino que cualquier cosa se erige como verdad.

Hace ya algunos años, en una viñeta humorística, aparecía un personaje con semblante autoritario que le decía a otro con tono imperativo: «Repite eso hasta que sea verdad». Aquello que, por absurdo, suscitaba una sonrisa, hoy día podemos comprobar que funciona. Una mentira, un error, un interés particular, o un eslogan, repetido incesantemente, acaba convirtiéndose en algo admitido como verdadero, si así lo dice la mayoría de modo insistente.

¿Cómo ha sido posible tal cambio? Sencillamente, hemos matado la verdad. Hemos pasado de la duda de su existencia, expresada por Pilatos, al relativismo «nada es verdad ni mentira», y de ahí al dogmatismo: la verdad es la construcción mental que sirve a los intereses particulares o ideológicos.

A pesar de lo cual, la pasión por la verdad, el deseo de conocer la realidad vuelve a resurgir como el deseo de libertad tras las dictaduras ideológicas o militares. Kolakowski, uno de los mayores filósofos del siglo pasado que abandonó el marxismo y defendió posteriormente el compromiso con la libertad afirma: «No hay manera de erradicar de la mente humana el deseo de verdad,… el deseo simple y elemental de saber lo que es “auténticamente verdadero”, verdadero sin restricciones, verdadero aparte de nuestro pensamiento y de nuestra preocupación, de nuestras consideraciones prácticas y de utilidad»[2]. En el mismo sentido, A. Machado dejó escrito: «Tu verdad, no; la Verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela».

Si bien es cierto que nunca podremos alcanzar plenamente la Verdad, con mayúsculas, no lo es menos que la vida humana, tanto personal como socialmente, se articula como la búsqueda y el logro progresivo de verdades, desde las científicas a las morales.

La búsqueda y el encuentro con la verdad exige el compromiso de ser honestos: aceptar la realidad y actuar en consecuencia, por ello se convierte también en un postulado moral. «Con el tiempo, es mejor una verdad dolorosa que una mentira vital»[3]. Como escribió Thomas Mann premio Nobel de Literatura: «Hoy podemos añadir que una verdad silenciada es mejor que una mentira viral».

La búsqueda de la verdad, en definitiva, no es un camino fácil, requiere sortear algunas tentaciones tales como el dogmatismo, el relativismo o el escepticismo, y recobrar algunos hábitos tales como la capacidad de admiración, de observación, reflexión, respeto, diálogo, etc.

A todos los que emprendan el compromiso con la verdad les queda una última tarea: compartirla. Es lo que hizo Sócrates, aunque le costó la vida. Es lo que enseñó Jesús a sus discípulos. No en vano, lo que provocó la frase de Pilatos que inicia este artículo fue la respuesta de Jesús: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad»[4].


[1] Allan Bloom. El cierre de la mente moderna. Plaza y Janés. 1989, pág. 25.

[2] Leszek Kolakowski. Horror metaphysicus, Tecnos, Madrid 1989, pág. 43.

[3] Thomas Mann. La montaña mágica.

[4] Juan 18,37.

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