Título tomado de los Ejercicios espirituales a los Cruzados de Santa María (EEC), 1975, Santibáñez de Porma (León).
1. ¿No hay otro remedio?
Recuerdo una de las cosas que más me impresionó recién ordenado sacerdote: me mandaron a confesar a una residencia de cierta ciudad de España y se me presentó allí una mujer de treinta y dos años que acababa de enviudar y se había quedado con cinco o seis hijos y era muy pobre, y esta pobre señora de gran fe me decía después de contarme sus cuitas en la confesión: Padre, ¿pero es que no hay otro remedio para ir al cielo que sufrir? Y a mí no se me ocurrió decirle nada, sino simplemente: ése fue el camino que siguió Jesús. Y parece que se quedó muy conforme[1].
2. Una molécula de Dios
Salí un día de la casa de ejercicios de Chamartín y me meto por Arturo Soria. Me meto en una bocacalle y siento que viene siguiéndome los pasos una persona. Y digo: bueno, vete tú a saber quién es. Y resulta que esta persona, que era un barbudo con gafas, un intelectual o qué se yo, me dice que quiere confesarse. Esto es histórico. Se confiesa allí (no había mucha gente en la calle) y luego me dice:
—Padre, usted es una molécula de Dios.
—¿Por qué dice usted eso?
—Porque es usted sacerdote.
—Pues usted también es sacerdote por el Bautismo.
Se me quedó mirando y me dijo:
—Entonces yo seré un átomo de Dios.
—No es que será, es que es. Acuérdese de san Pedro en la primera carta: bautizado, raza real. Cuando vaya usted a su casa, como tendrá Nuevo Testamento, relea esto. Y así como nos hemos encontrado por chiripa aquí en la tierra, que nos encontremos en el cielo[2].
3. La paciencia del confesor
Por la oración de presencia vives con una vida —no es la tuya claro, sino la de Él en ti— que a ti mismo te llena de admiración. Lo que le pasaba a una que se admiraba de que tuviese mucha paciencia un confesor con ella: Pero qué paciencia tiene usted, que siempre vengo con las mismas y siempre está usted tan tranquilo. Y entonces el otro le dice: Más bien qué paciencia tiene Él en mí. Claro, aquí está la unión amorosa con Jesús[3].
Los laicos y la confesión
En la confesión Dios tiene una alegría tan grande en perdonarte, tú te quedas tan maravillosamente satisfecho, que ardes en deseos de que todos lleguen a confesarse. Porque ¿de qué sirve que estén todos los sacerdotes del mundo metidos en su confesonario si no hay laicos que comunican a los demás uno a uno la alegría de la reconciliación con Cristo?
Notas
[1] EEC, 1968, Ejercicios de mes.
[2] EEC, 1988 (Javier del Hoyo, Profeta de Nuestro Tiempo, 2ª ed., p. 464).
[3] EEC, 1980, Santibáñez de Porma.