Por José Manuel Secades
La festividad de la Exaltación —o manifestación— de la Santa Cruz viene a recordarnos que del árbol de la cruz surgen la salvación del género humano, la liberación del pecado y el triunfo sobre la muerte.
«La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo, en días determinados del año, la obra salvífica de su divino esposo…» (Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II).
En la Cruz transfigurada por la resurrección se resume y concentra «la obra salvífica» que Cristo realizó. Por ello cantamos con alegría y sincero agradecimiento al madero de la cruz, símbolo real de nuestra redención, y signo y señal del cristiano.
La celebración litúrgica de este día está relacionada con el descubrimiento de la cruz de Cristo. Nos transporta al Calvario y nos invita a la alabanza y a la adoración.
Tras la muerte de Jesús y los dos ladrones, las cruces, consideradas objetos impuros por los judíos, fueron arrojadas en una cisterna próxima al lugar para evitar contaminarse con ellas. Cuando Jesús resucitó, su tumba —que también estaba próxima al Calvario— dejó de ser considerada también impura y pasó a ser lugar de veneración y de culto por sus seguidores.
Hacia el año 136, el emperador Adriano, para ampliar la ciudad de Jerusalén, ordenó rellenar de escombro la zona del Calvario y construir un templo dedicado a la diosa Venus Afrodita sobre el lugar de la resurrección de Jesús.
Según Eusebio de Cesarea —uno de los primeros historiadores del cristianismo— y san Jerónimo, este templo fue construido para «borrar» el lugar sagrado para los cristianos, la tumba de Jesús.
En el año 306 accede al poder el emperador Constantino y en 313 emite el edicto de tolerancia de Milán por el cual deja de perseguirse el cristianismo.
El obispo de Jerusalén, Macario (en el 325), le dice a Constantino que es una profanación la existencia del templo a Afrodita sobre la tumba de Cristo, y el emperador le autoriza a comenzar la demolición y la consiguiente excavación. Al enterarse santa Elena, acude también a Jerusalén para supervisar las obras y colaborar en la búsqueda de las reliquias sagradas.
Como resultado de las excavaciones, y teniendo como referencia el templo de Venus, situado sobre el santo sepulcro, aparece primero el Sepulcro, y luego, el Gólgota, y la cisterna con las tres cruces. La Cruz de Cristo apareció el 14 de septiembre del año 326, y se distinguió de las otras dos por tener la tablilla del titulus con la inscripción «Jesús nazareno rey de los judíos».
Así como de san Pedro y san Pablo se conservan sus tumbas y sus huesos en las correspondientes iglesias de Roma, Jesucristo ha querido dejarnos también un recuerdo de los acontecimientos más importantes de su vida, su pasión, muerte y resurrección: su tumba, su cruz, y el lienzo que envolvió su cuerpo muerto. Sobre el sepulcro, el Calvario y la cisterna se construyó después una gran basílica.
Es un día para adorar especialmente la Cruz y para mostrar nuestro agradecimiento al Señor acompañándole ante el sagrario. También, para hacer alguna penitencia especial en medio de tantas comodidades que nos rodean, uniéndonos a nuestros hermanos perseguidos —260 millones— en tantos países del mundo: los comunistas, los islámicos y los fundamentalistas como la India. Para ellos la cruz no es solo un recuerdo, sino la realidad de cada día.