Por Josué Villalón, departamento de Comunicación de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN)
Un Año jubilar es un momento extraordinario en la vida de la Iglesia, y una invitación a participar de este tiempo especial. El actual tiene como lema «Peregrinos de esperanza», convocado bajo la bula papal Spes non confundit (La esperanza no defrauda). Es una llamada a la conversión, a volver a Dios y a fortalecer la esperanza en la vida cotidiana. De esto tienen mucho que decirnos los millones de cristianos que hoy viven en países donde sufren discriminación y persecución directa.
Además, el papa Francisco señala en su bula que «el testimonio más convincente de esta esperanza nos lo ofrecen los mártires, que, firmes en la fe en Cristo resucitado, supieron renunciar a la vida terrena con tal de no traicionar a su Señor. Ellos están presentes en todas las épocas y son numerosos, quizás más que nunca en nuestros días, como confesores de la vida que no tiene fin. Necesitamos conservar su testimonio para hacer fecunda nuestra esperanza». Por eso queremos poner ahora nuestra mirada en estos auténticos testigos de esperanza de nuestro tiempo. Ellos quieren vivir el Evangelio, a pesar de que en su día a día las circunstancias son muy difíciles e incluso contrarias a la fe en Jesús.
Un ejemplo actual de esta situación es Siria, donde los cristianos han pasado de ser el 10 % de la población a apenas el 2 % durante más de una década de guerra civil y el ataque directo de los grupos yihadistas de la región. En el Valle de los Cristianos, oeste de Siria, llamado así por ser una región exclusivamente cristiana, se respira más paz, pero las carreteras de entrada y salida resultan peligrosas porque nada impide a los grupos armados cortar carreteras para hostigar a los ciudadanos: «Hemos tenido casos en los que han ordenado a cristianos a convertirse al islam, y cuando estos se han negado, los han dejado irse pero les han quitado todas sus pertenencias», informan fuentes locales a la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN, acrónimo en inglés).
En general, el sentimiento predominante entre los cristianos es de un cauteloso optimismo con la nueva situación del fin del gobierno de Bashar Al Assad y de la guerra: «Estamos contentos de que el régimen de Assad haya caído y esperamos que surja una Siria mejor, pero no podemos dar por sentado que ahora todo está bien, especialmente para los cristianos, o que el cambio en Siria es para mejor, aunque esperamos y rezamos para que así sea», señala una de las fuentes sirias de ACN.
En Burkina Faso, país asolado por el terrorismo islámico, casi el 40 % de los jóvenes varones del seminario filosófico interdiocesano procede de diócesis de la «zona de peligro», de las más afectadas por el terrorismo.
No obstante, y a pesar de todas las dificultades, el número de vocaciones en el país sigue aumentando. Solo en el seminario de San Pedro y San Pablo, el número de estudiantes pasó de 254 en el curso 2019/2020 a 281 en el año académico 2024/2025. El padre Guy Moukassa Sanon afirmaba a ACN que, «dado que la secularización aún no está tan extendida como en Europa, en Burkina Faso es más fácil que surjan vocaciones que en un contexto materialista en el que ya no se espera nada de Dios».
En octubre de 2024, los terroristas atacaron durante tres días Manni, una localidad del noreste del país, causando más de 150 víctimas. Los terroristas cortaron primero las redes móviles antes de asaltar el mercado local, donde mucha gente se había congregado después de la misa. Allí abrieron fuego indiscriminadamente, saquearon tiendas e incendiaron varios edificios, quemando vivas a algunas de las personas que se encontraban en su interior. Al día siguiente, los asaltantes regresaron para atacar al personal médico del hospital de la localidad y asesinar a los numerosos heridos que allí estaban. El martes 8 de octubre masacraron a todos los hombres varones que pudieron encontrar. Cuando ACN pudo contactar con algunos cristianos de la localidad atacada, uno de ellos afirmó: «Aunque los terroristas lo han quemado todo, ¡no han quemado nuestra fe!».
Otro caso de la gran lección que nos dejan los cristianos que sufren por seguir a Jesús, en este contexto del Año jubilar de la esperanza, es el de los cristianos en Pakistán. Son apenas el 2 % de la población y siempre están expuestos a atentados y secuestros de grupos talibanes y extremistas islámicos. Además, se enfrentan a la amenaza de las llamadas «leyes de la blasfemia», recogidas en el código penal paquistaní, y que condenan a muerte a los que hablen contra el Corán o el profeta Mahoma. Unas leyes que se usan para amenazar a cristianos y miembros de otras minorías. Se calcula que unas 1.000 personas se encuentran en el corredor de la muerte en Pakistán por este motivo.
En Pakistán, cuenta el sacerdote pakistaní fray Lazar Aslam, OFM, Suleman Masih, de 24 años, era un joven muy trabajador y emprendedor que comenzó recolectando basuras y material de desecho y, finalmente, con mucho esfuerzo logró adquirir maquinaria agrícola para trabajar en los campos de trigo y arroz. Durante 2024, logró un éxito considerable administrando 25 acres de tierra. Además, compró un vehículo. Sin embargo, su éxito lo convirtió en blanco de hostilidades, provocadas por la envidia.
Después de seis meses de amenazas, ataques y hostigamientos, incluidos daños intencionales a su maquinaria y la destrucción de sus cultivos, denunció estos incidentes a las autoridades, pero hubo poca o ninguna respuesta. Esto lo dejó vulnerable a más violencia. El 29 de diciembre de 2024, Suleman fue brutalmente atacado, sufriendo graves daños renales. El joven falleció el 1 de enero de 2025.
Otro auténtico mártir de la Iglesia de Pakistán, que está camino a los altares, es el joven laico Akash Bashir, que falleció en un ataque a la parroquia de San José en la ciudad de Lahore. Era voluntario de seguridad cuando un terrorista suicida quiso entrar en el templo en mitad de la misa dominical. Akash le frenó diciendo: «Moriré, pero no te dejo entrar en mi iglesia». El terrorista hizo detonar los explosivos y Akash murió en el acto, pero salvó la vida de cientos de personas.
Que estos mártires, que tienen nombres y apellidos, sean nuestros hermanos que nos acompañen en esta peregrinación hacia el jubileo. Demos gracias a Dios por su testimonio. Y que nosotros podamos ser «signos tangibles de esperanza» para fortalecerles en la fe por medio de la oración y la caridad.
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