Por Juan Emilio Jiménez Toribio
He tenido el gusto de participar nuevamente en el rosario de la aurora de Móstoles, 24 de mayo de 2025, y os comparto el comentario que me pidieron al tercer misterio «El nacimiento del niño Jesús en el portal de Belén».
Vivimos en una sociedad donde cada vez es más evidente que los laicos tenemos un papel fundamental en la vida de la Iglesia, según ya fue reconocido en el Concilio Vaticano II. En muchos sentidos, nuestro compromiso es vital para su misión evangelizadora, ya que con nuestro testimonio y nuestro ejemplo tenemos la gran oportunidad de cristianizar el mundo desde dentro, siendo portadores de paz, de amor, y de esperanza allí donde los sacerdotes no llegan. En cierto modo, tenemos la misión de trasladar a la calle lo que se predica en el templo, de transmitir con nuestras vidas lo que Cristo ha hecho, y sigue haciendo, por nosotros.
En mi caso concreto, fue a raíz de unos ejercicios espirituales al comienzo de mi carrera universitaria con 18 años, cuando empecé a ser consciente de esta realidad, por la cual no solo los sacerdotes y consagrados, sino todos los bautizados, estamos llamados a ser misioneros allí donde nos encontremos, empezando por nuestras familias, nuestros amigos y compañeros, y es que nuestros ambientes de todo tipo son hoy lugares de misión. En unos casos nos tocará esforzarnos para poner paz, en otros nos tocará echar una mano en lo material, en otros será cuestión de escuchar y apoyar, y siempre rezando y ofreciendo sacrificios para que, por la intercesión de nuestra madre la Virgen María, Dios nos bendiga con su gracia y su misericordia.
Creo, además, que para poder cumplir con nuestro compromiso laical, para poder dar buenos testimonios de fe, y en definitiva para poder llevar a Cristo y a la Virgen a los demás, es necesario tenerlos dentro, hacer oración a diario, frecuentar los sacramentos, y vivir nuestra fe en comunidad. Además, por libre y en solitario somos presa fácil del maligno enemigo, que busca vernos aislados y divididos, y por eso es muy importante participar unidos en nuestras parroquias, en grupos apostólicos familiares y de jóvenes.
Quiero finalizar agradeciendo a nuestra madre la Virgen María el cuidado que tiene de nosotros. Por mi parte he notado y sigo notando su amor de madre en mi vida, sobre todo cuando más lo he necesitado, en mi juventud, en mi noviazgo, en mi matrimonio, en mis hijos, en mi trabajo, en mi vida en en general. Para finalizar, pido que nuestra madre interceda ante Dios por todas las familias que estamos participando en este rosario de la aurora, por nuestros hijos y nietos —que tanto lo necesitan—, por España, por la paz en el mundo en general y en las familias en particular, por los enfermos, por los más necesitados, por la Iglesia, y por el papa. Santa María, reina y madre nuestra, ruega por nosotros.






