La niña esperanza

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Brindis
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Por María Jesús García del Pozo Jiménez

Cae la tarde y nos sentamos a abordar esta difícil entrevista en torno a un buen vino. No me resulta fácil entrevistar a mi marido, Javier, y menos aún sobre la esperanza. Le noto incómodo. Esperemos que el buen vino ayude.

Año jubilar. En el centro la esperanza. ¿Qué te parece?

Es un regalo que el papa Francisco haya centrado el Año jubilar en la esperanza. Por otra parte, me preocupa que convirtamos la esperanza en una consigna de la que hay que hablar este año y que no abordemos realmente su importancia.

¿Por qué es importante?

Péguy se representa a la esperanza como una niña que va en medio, cogida de la mano, de las otras dos virtudes teologales: la fe y la caridad (el amor). Es la esperanza niña quien las lleva de la mano. Ahí radica su importancia.

Me resulta sugerente la imagen. ¿Por qué crees que va en medio?

Porque tira y empuja. Es virtud de avance. Tira de la fe para que no se tambalee y empuja al amor para que este crezca al acercarse a quien ama.

¿Te parece que eso lo puede hacer una niña pequeña? ¿No te resulta ridículo?

No. Creo que Péguy acierta. No es ridículo sino paradójico, como todo en Dios. Solo si se es niño, se puede entrar en el reino. El niño anhela ser mayor, desea crecer. Vive de asombro por lo que no se conforma con una fe anquilosada, que no camina, sino que tiene una fe viva que no estanca el amor, sino que le empuja a crecer. La esperanza es virtud de vida que llama a la vida.

¿Qué espera?

No espera ningún qué. Es virtud de relación entre personas, espera a un quién.

¿A quién espera?

A aquel en quien cree y ama. Al Señor de la vida, a Jesús el Cristo.

¿Es, entonces, virtud de futuro?

No solo. La esperanza rompe el tiempo. El futuro irrumpe en el presente desde la memoria del pasado.

No te entiendo.

La esperanza se funda en el misterio pascual, Cristo muerto en cruz ha resucitado. Es este un acontecimiento pasado que se hace presente en la eucaristía. Y cada vez que comulgo soy llamado en esperanza a la recapitulación final de toda la creación en Cristo. La esperanza hunde sus raíces en la encarnación histórica de Cristo que solo llegará a plenitud en el reino. Mas el reino tiene que avanzar encarnándose aquí y ahora en vida eucarística.

Si la clave de la esperanza es la vida eucarística, ¿qué es esta?

Comulgar no es un mero acto privado. Es ser asimilado a Cristo resucitado y a su vida, lo que exige vivir según los valores del reino, las bienaventuranzas. Vida no solo para mí sino para todos. Por eso la eucaristía es envío a introducir los valores del reino en el mundo y en la historia.

¿Cómo podemos hacer esto los laicos?

El mundo está vacío y hastiado; necesita esperanza. Salir al mundo no para generar mundos paralelos en los que estemos a gusto sino vivir de otra manera compartiendo vida con los que no viven como nosotros. Además, debemos ser hombres que disciernan y sepan distinguir lo bueno, lo realmente bueno que hay en el mundo, no lo aparente, y aprovecharlo, pero nunca pactando con los valores del mundo. Y, por esto, me parece que deberíamos ser personas de propuestas y no de respuestas.

Personas de propuestas y no de respuestas, ¿podrías explicarte?

Decía Maritain que el laico cristiano debe tener el oído muy pegado a la realidad para saber lo que se avecina y poder anticiparse a ello proponiendo soluciones a problemas y formas de vida conformes a la de Cristo. Me parece muy lúcida su observación ya que solemos ser hombres de respuestas, de reacciones. Esperamos a que llegue lo inevitable y, entonces, respondemos, reaccionamos. Aunque lo que propongamos sea razonable suele ser desechado por la mayoría porque generamos el efecto psicológico de estar siempre a la contra y de no aportar nada. Debemos anticiparnos y ser creativos, muy creativos. Eso es vivir eucarísticamente, vivir de esperanza: anticipar, en la medida de lo posible, el reino.

Pero, tal como está el mundo, ¿no es lo que propones un vano optimismo?

Para los pesimistas la esperanza es el optimismo de los imbéciles. Para los optimistas es despreciable porque esperar es tener los pies en la tierra y soñar con hacer fértil la tierra baldía. El cristiano vive de esperanza y no es ni pesimista ni optimista. Vive del reino y para el reino. Y, como la niña esperanza, tirando de la fe y empujando al amor trabaja y ora sin cesar: ¡Venga tu reino!

El último sorbo del buen vino es el mejor. Brindamos por la niña esperanza: ¡Venga tu reino!

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