María es la militante de la esperanza

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Nuestra Señora de la Cruz del Sur abrazando al Niño, cuadro de Paul Newton que simboliza esperanza y amor maternal
Nuestra Señora de la Cruz del Sur (2008), Paul Newton. María como símbolo de amor y esperanza universal.

Por José Alfredo Elía Marcos, profesor de instituto

Quiero reflexionar hoy contigo el significado del abrazo amoroso entre una madre y su hijo. Por eso, necesito que apartes por un momento el vértigo de tu vida, pares tu actividad y prestes una atención contemplativa.

Te muestro dos obras opuestas. Nuestra Señora de la Cruz del Sur, pintada por el artista australiano Paul Newton con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud de 2008 y que se venera en la catedral de Sidney. La segunda es del pintor estadounidense Willem De Kooning, exponente del expresionismo abstracto, titulada Mujer I, que se exhibe en el prestigioso Museo de Arte Moderno de New York (MOMA). Ambas obras son las antípodas tanto en su ubicación geográfica como en su expresión temática y simbólica.

Mujer I de Willem De Kooning, pintura expresionista abstracta que distorsiona la figura femenina con fuerza y agresividad
Mujer I (1950), Willem De Kooning. Expresionismo abstracto que representa la deformación y agresividad de la figura femenina.

Nuestra Señora de la Cruz del Sur es un excelso homenaje a la Gran Mujer y a cada una de las mujeres que pueblan y han poblado el planeta Tierra desde el comienzo de los tiempos. Arriba, en el fondo, se ve el cielo azul cuajado de diminutas estrellas que inspiran los distintos anhelos humanos. Un cielo en el que podemos distinguir la importante constelación de la Cruz del Sur que, durante siglos, guio a multitud de marineros en las noches de travesía y que hoy luce con orgullo la bandera de Australia. También en el fondo, pero ahora abajo, está la Tierra. Una tierra coronada por esbeltas montañas, con un río que atraviesa el cuadro regando generosamente los campos, y con un suelo terroso que nos recuerda la materia con la que está hecha la humanidad. Y uniendo cielo y tierra se encuentra una mujer. Una madre. Su nombre: María.

La mujer lleva en sus brazos al Hijo y lo muestra con ternura y veneración. Un hijo que también consuma la unión cielo-tierra, pero esta vez fundiendo dos naturalezas: la humana y la divina. Analicemos algunos símbolos importantes de este cuadro:

María es pedestal de Dios. Es la roca sólida donde se ensalza y destaca algo grande, sublime, sagrado. Ella toma al Niño-Dios del suelo y lo eleva para mostrarnos su magnánima dignidad. Parece decirnos: “Este niño, nació en el suelo, pero es Hijo del Cielo”. De manera análoga, todas las madres del mundo realizan esa noble función de ser pedestales de su prole. Y por eso los apartan del suelo, los elevan y los dirigen a lo alto, pues todos ellos, aunque nacieron de la carne, están llamados a heredar el Cielo. En las letanías lauretanas exclamamos que María es la Torre de David, porque reúne tres características importantes de la construcción defensiva del rey de Israel. Es una fortaleza elevada, un baluarte fuerte, y un castillo bello cual Torre de marfil.

María es trono del rey. En ella encuentra asiento el rey del universo. Sus brazos son la excelsa sede donde gobierna el rey de reyes. Un trono que brilla con luz propia, por tener las espléndidas virtudes que posee una mujer-madre. Es la casa de oro donde habita el espíritu de vida, verdad y belleza.

María es barca de la Iglesia. Con el gesto de su amoroso abrazo mece suavemente al niño como una barquita en altamar. El pintor quiere reflejar que la Virgen es como el arca que salvó a Noé. Como la nave que rescató a Moisés. Como aquella embarcación que condujo a los apóstoles a una pesca milagrosa mar adentro. Que ella es el Arca de la Nueva Alianza con el pueblo de Dios.

María es el faro que guía en las tinieblas. Los hombres nos encontramos a veces a oscuras y en medio de la tormenta. Las tribulaciones someten las naves de nuestras vidas a grandes envites, y a veces dejamos que la desesperación inunde las bodegas de nuestro maltrecho barco. Necesitamos un resplandor que alumbre el camino en medio de las brumas de la vida. La Virgen María es el faro salvador. Ella es la torre alta, asentada sobre roca firme, que porta la luz de Cristo. La llave que nos abre la puerta del Cielo.

Echemos un vistazo al cuadro que nos ofrece De Kooning y que es considerado una obra maestra del llamado expresionismo abstracto. Con Mujer I, el pintor estadounidense pretendía destruir la representación tradicional de la mujer en el arte que él reducía a tres temas: «El ídolo, la Venus, el desnudo». Pero el resultado de Woman I es una imagen monstruosa. Es la expresión de un ser ofídico que exhibe sus colmillos de manera amenazadora. Sus ojos llevan una pupila vertical hendida, y su cabeza tiene forma venenosamente triangular. Las líneas de su cuerpo se retuercen y serpentean estrangulando todo el espacio del cuadro. Su vientre difuso expresa una esterilidad inquietante. Las piernas están encogidas como las patas de un macho cabrío. Los flecos de su pelo emergen de la cabeza cual cornamenta de una bestia. Y su mirada escrutiñadora busca con avidez una presa… De Kooning en realidad ha pintado a la antimujer. Y para confirmar este hecho llegó a pintar hasta seis cuadros con semejante técnica y en similares poses.

Una siniestra bestia se esconde tras esta pintura. Una alimaña maliciosa dispuesta a herir con sus fauces el talón de la madre y devorar el fruto de su vientre. Un rechinar de dientes donde no hay palabras sino gruñidos, y un obsesivo deseo por hacer daño.

Ahora entiendo la quinta característica del cuadro de Paul Newton. María es la militante de la esperanza. Es la guerrillera que vence al dragón aniquilador. Es la dama que aplasta la cabeza de la serpiente de la muerte. Es la doncella que lucha contra la Bestia que se ha propuesto acabar con el género humano. Es la Virgen combatiente que pelea contra el abatimiento y el pesimismo.

Y ¿cuáles son las armas que emplea esta mujer? ¿Cómo es capaz de derrotar a un monstruo que la supera en tamaño y poder? La respuesta la encontrarás en el cuadro. Obsérvalo con atención… La clave está en su abrazo amoroso, en su mirada compasiva, en su belleza fecunda, y en su ternura de madre. Con sus manos, nuestra Señora está estrechando la distancia entre dos corazones: el suyo de madre, y el tuyo de hijo. Y es que la imagen de ese niño (demasiado humano), no solo es la representación del Hijo de Dios, sino que el artista australiano ha querido simbolizar en él a todo el género humano, abrazado y querido por una buena madre celestial.

Abajo, en el horizonte del cuadro, se divisa el clarear del nuevo día. La oscuridad ha sido vencida y María es la estrella de la mañana que anuncia dicha victoria.

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