Santiago Arellano, un padre contemplativo

Entrevista a Santiago Arellano Librada

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P. Santiago Arellano Librada
P. Santiago Arellano Librada

Por Mar Carranza Jiménez

Tenemos la satisfacción de compartir fragmentos de una conversación con el sacerdote D. Santiago Arellano Librada, hijo de D. Santiago Arellano Hernández, nuestro gran amigo y maestro de vida cristiana, fallecido el 5 de diciembre de 2023. En ella se nos muestran perfiles de un padre cristiano y educador.

1. ¿Quién es Santiago Arellano para Santiago Arrellano hijo?

Tengo a mi padre por padre y por maestro. Sobre todo, por padre, a imagen del Padre celestial.

Se dice que un padre que vive una verdadera paternidad tiene dos propiedades esenciales: la incondicionalidad de un amor y la autoridad de una palabra. Esa incondicionalidad la he palpado muchísimas veces desde niño hasta ahora que voy a hacer cincuenta años. Él siempre me recibía con esa incondicionalidad de un amor y yo me sentía mirado y sostenido.

Y luego, la autoridad de una palabra: mi padre era un hombre de palabra y de palabras fuertes en momentos. Recuerdo una conversación con mi hermana mayor —éramos adolescentes— en la que ella tanteó el tema de las relaciones prematrimoniales. Mi padre, con una fuerza tremenda nos comunicó la grandeza del acto conyugal.

Mi padre, con sus debilidades y defectos, me ha hecho muy fácil entender cómo me ama Dios Padre, y con su incondicionalidad y autoridad me ha facilitado ser padre espiritual y ha influido en la paternidad a muchos.

2. ¿Le faltó tiempo para sus hijos? ¿Cómo vivía sus distintas vocaciones?

Mi padre fue creciendo con el tiempo en madurez y en orden. Yo recuerdo de niño que, a veces, cuando me iba a dormir, no había llegado papá porque tenía reuniones hasta muy tarde. Eso me preocupaba. Siendo sacerdote comprendí el bien que hacía, y alguno de los profesores que asistían a esas reuniones me dijo que esas tertulias le marcaron para toda la vida.

Mi padre era un sabio porque era humilde. Era también un apasionado del estudio. No conozco a nadie que haya leído tanto como él. Dormía muy poco. Toda su vida ha estudiado por la noche.

Recuerdo ir a jugar al fútbol con mi padre. A él no le gustaba el fútbol, pero a mí sí. También montábamos a caballo. Íbamos con toda la familia, pues todo su empeño era que nuestra familia gozase unida. Pero lo que más me ha marcado ha sido ir al monte con él. Son horas de padre e hijo y muchas conversaciones.

Aunque mi padre tuvo una dimensión pública política muy grande y tenía poco tiempo, sabíamos que mis hermanos, mi madre y yo éramos muy importantes para él. Lo mostraba estando. Supo armonizar su trabajo y su familia.

3. Cuando tu padre te llevaba de la mano y tu elevabas la mirada ¿a quién veías?

Un gigante fuerte y tierno que me hacía sentir protegido y amado. Me gusta recordar la subida a Tendeñera (en el Pirineo aragonés), porque fue una enseñanza. Yo era aún un preadolescente y tuvimos que pasar una cascajera de piedras movedizas que terminaba en un barranco con una caída peligrosa. Me dijo: «Mira, hijo mío, lo que hay que hacer ahora es pasar rápido. Tienes que ir pisando firme y no tener miedo porque si te paras puede moverse la ladera y caer al barranco. Yo voy delante para que me veas».

Cuando él había cruzado me dijo: «Ahora tú, hijo mío». Empecé a caminar con fuerza, pero, cuando llegué a mitad tuve miedo, me quedé parado y empezó a moverse todo. Entonces él vino corriendo, me cogió de la mano y me llevó a seguro. Para mí fue lección, porque él podría haberme llevado en brazos, sin embargo, quería que aprendiese por experiencia, que yo superase ese peligro. Como no fui capaz, vino a buscarme. Así ha sido toda la vida.

Mi padre nunca tuvo miedo. Cuando ETA nos amenazó (nos quemaron un coche, nos tiraron cócteles molotov a casa), él decía: «Dios nos protege. Nosotros tenemos que hacer la voluntad de Dios. Los mansos poseerán la tierra». Su firmeza era Dios.

Cuando marché de sacerdote a Talavera, me dijo: «Hijo mío ha sido un regalo tenerte con nosotros, pero tú eres de Dios. Marcha, contento. El Señor te ha llamado». Cuando llegaba de Talavera, él soltaba el bastón, abría los brazos para abrazarme y no me soltaba. Nunca me decía: «Tienes que venir, nos tienes abandonados…». Me decía: «Hijo, evangeliza». No era un padre posesivo. Él era fuerte y te quería hacer fuerte. Era un suelo firme. Lo echo en falta, pero desde el cielo sé que nos cuida y sigue mirándome y escuchando mis homilías.

4. ¿Has vivido algún conflicto entre padre e hijo? ¿Cuál era su manera de actuar? ¿Cómo te hacía sentir?

Una vez se pusieron a discutir mis hermanas a gritos. Mi padre salió de su habitación y yo de la mía a la vez. Él debió pensar que era yo el que estaba generando esos gritos y me dio una bofetada. Yo me quedé muy humillado, pues mi padre no solía pegarnos, pero en ese momento se encendió.

Cuando se dio cuenta de lo que había pasado, reunió a la familia, me pidió perdón por haberse enfadado y nos dijo: «Papá tiene que ir a confesar. Vamos toda la familia juntos y nos confesamos». No era el padre perfecto, pero sabía pedirnos perdón y pedir perdón al más importante que es Dios.

Cuando había conflicto tenía paciencia, mansedumbre. Decía: «Lo importante es que los hijos conozcan el camino de vuelta, que es la casa del padre en la parábola del hijo pródigo, aquí tendrás siempre tu acogida».

5. ¿Cómo te transmitió el amor a Dios, a la Virgen, a la Iglesia?

El amor a Dios, mostrándome la belleza de la creación en un almendro en flor, en las cumbres nevadas, en los pajarillos, porque el lema de mi padre fue aprender a mirar para aprender a vivir.

El amor a la eucaristía: mi padre fue un adorador. Cuando yo era niño me decía: «Mira, me voy a poner la insignia del rey». Y se iba a la adoración nocturna. A mí me parecía admirable: «Mi padre tiene una audiencia privada con el rey de reyes».

Respecto a la Virgen, yo la conocí viendo a mi padre de rodillas, con los brazos en cruz rezando ante una imagencita del Pilar, pidiendo que naciera alguno de nuestros hermanitos, pues mi madre perdía todos los varones que concebía. Me impresionaba ver todas las noches rezar el rosario a mis padres. También me marcó mucho ver a mi padre en la romería de Ujué cantando con fuerza: «Adiós, Reina del cielo, Madre del Salvador». Recuerdo que no podía mirar a la Virgen porque no podía quitar la mirada a mi padre que estaba llorando.

Yo le debo todo a la Virgen del Carmen porque mi padre me ofreció ese mismo día, a una imagen de la Virgen que había en el hospital: «Este para ti». La Virgen es la que me cuida, la que me ha dado la gracia del sacerdocio. Todo lo que vivo tiene que ver con la Virgen.

Lo mismo con la Iglesia; mi padre siempre ha estado al servicio de la Iglesia. Y esto tiene que ver con que todos hacíamos con mi padre el ofrecimiento de obras, nada más levantarnos o en el coche, yendo hacia el colegio.

6. Tu padre buscaba daros razones humanas y también respuestas sobrenaturales. ¿Cómo lo hacía?

Mi padre era un gran conversador y hablábamos mucho. Tengo muchas conversaciones con él especialmente en estos últimos años en que todos los días hablábamos.

Él buscaba sobre todo la voluntad de Dios y para ello lo escuchaba. Mi padre ha sido un hombre de discernimiento. No puedo evitar el recordar los últimos momentos que han sido un regalo para mí. Un día le dije: «Papá vamos a pedirle al Señor que nos conceda que sigas viviendo». Y él se puso a explicarme todas las despedidas literarias. Recuerdo la que más me marcó. Me dijo: «Mira, hijo mío, Jorge Manrique tiene unas coplas preciosas; hay una que dice así:

“Y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es locura”».

Una de las noches que pasé con él en el hospital. Me dijo:

«La fe es lo más grande; por ella merece la pena vivir y morir. Nunca olvidéis la fe. Yo la recibí de mis padres y abuelos campesinos, y solo he querido trasmitírosla. Esta fe se vive en los sacramentos y en la oración; pero también se vive en el amor cotidiano de Nazaret. Tu madre y yo hemos sido un poco desastre en esto, hemos discutido mucho, pero nos hemos amado mucho […].

»¡Cuántas gracias doy a Dios por vosotros! ¡Cuánta misericordia ha tenido de nuestra pobreza! Y también, hijo mío, la esperanza, no en nuestros méritos, que no los tenemos, sino en la bondad del Corazón de Jesús que cumplirá sus promesas […].

»Él ha prometido reinar y reinará. Mientras, cultivad la fe, el amor, la esperanza. Ahí está todo. Creo que estáis en ello y yo ya puedo marchar tranquilo a ayudaros desde el cielo».

Al terminar de conversar le di la bendición sacerdotal. Y él me ha dado la bendición paternal. Desde niño, venía a mi cama y me daba con el dedo pulgar sobre la frente diciendo: «La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ti, hijo mío». Y después, acariciándome la cara, decía: «Que descanses y hasta mañana, si Dios quiere». Y me daba un beso en la frente.

Su profunda fe, que me ha sostenido en mis momentos de discernimiento: «Hijo mío, hay que dejar a Dios ser Dios. […] Adelante, hijo mío». Entonces su bendición con la imposición de las manos, para mí, fue un signo muy grande del aval de lo que el Señor me está pidiendo, su testamento.

7. Él daba mucha importancia a la amistad, ¿te ha dejado esta herencia?

Mi padre era un gran amigo. Yo he aprendido a ser amigo por verlo también como amigo fiel de mi madre. Mi padre además de ser un gran conversador le gustaba preparar paellas, calderetas para juntar a los amigos. Era muy amigo de sus amigos. Tiene varios poemas a amigos con los que yo le he visto hablar, discutir, reír, cantar, compartir la comida.

Mi padre nos hacía partícipes a toda la familia de sus amistades. Repetía mucho que «la amistad que empieza aquí perdura en la vida eterna». Y ahora me lo imagino cantando con sus amigos en la fiesta de las Bodas del Cordero, porque él hizo amigos para toda la eternidad. Él entraba enseguida en el alma de la persona. Las dignificaba con una sola palabra.

8. ¿Por qué, para qué y cómo vivía tu padre?

Él vivía para Dios; él quería consolarlo por el olvido de los hombres. Sabía que el Señor reinaría, que perdería batallas, pero la guerra la ganaría el Señor. Le gustaba mucho contar —y lo hacía con mucha pasión— el pasaje en el que don Quijote se bate con el bachiller Sansón Carrasco (El Caballero de la Blanca Luna). Don Quijote cae derrotado. El vencido debería confesar que la dama del vencedor era la más hermosa. Mi padre hacía suya la respuesta de don Quijote derrotado: «Me has quitado la honra, pero Dulcinea es la dama más hermosa sobre la faz de la tierra y no está bien que mi flaqueza defraude la verdad».

Nosotros caeremos, pero el Señor es el Señor. Él vencerá y cuenta con nosotros. Él vivía para la extensión del reino. Era un profeta anunciando a través de la literatura que el único salvador es Cristo. Para él Cristo era el rey de todas las cosas, pero era su amigo; era el Dios grande, creador de todo y el Dios pequeñito amigo suyo con quien hablaba de todo.

La última etapa de su vida la vivió como un contemplativo.

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