Santificar el trabajo de cada día

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Campesina elevando heno con una horquilla en un campo, símbolo del esfuerzo cotidiano y la dignidad del trabajo
La cosecha de heno (1881), de Julien Drupé: el trabajo humilde como camino de transformación y esperanza

Por José Alfredo Elía Marcos

Sé que tienes mucho que hacer, que apenas tienes tiempo, pero hoy te pido que descanses un momento. Que mires y contemples conmigo. Te presento dos cuadros. A la izquierda una obra del francés Julien Drupé donde una mujer eleva con su horquilla una pesada carga de heno. A la derecha una pintura, del también francés Marchel Duchamp, titulada «Desnudo bajando una escalera n.º2».

Inicio mi contemplación con la mujer que está trabajando. Con su esfuerzo diario, esta humilde campesina transforma el mundo y completa la creación. Su trabajo sirve para mudar una tierra dura, inhóspita y salvaje, en un terreno fértil, acogedor y familiar. Al elevar el heno dispone las hierbas que alimentarán al ganado. Su acción es esencial, pues de ella depende el sustento que necesitan estos seres para nutrirse y seguir con vida. Además, al apartarlas, está preparando el suelo para la siguiente cosecha. En el otoño su mano empujará el arado que abrirá el surco en el terreno, para que la tierna simiente penetre y encuentre una cuna donde crecer y dar vida.

Observo su humilde vestimenta que anuncia el traje de su dignidad como persona. Pañuelo, blusa, falda y sandalias, son portados con pulcritud y elegancia como el noble atuendo de una gran reina. La más bella que podáis imaginar. Y como cetro de su reino, sostiene con robustez la herramienta de su trabajo: una sencilla horquilla.

La mujer eleva con solidez una carga grande pero ligera, y avanza con paso firme hasta la carretilla donde la depositará. Sus manos guían todo su hacer. Ellas son las protagonistas pues son capaces de crear, modelar y construir un edificio de gran esplendor. Esta mujer lleva toda una vida repitiendo el mismo oficio y haciendo de él una virtud. Es por ello que puede soportar un cansancio sereno. Se inició en los albores de la juventud, guiada por sus padres y maestros, y a medida que fue madurando, aprendió a agrandar y ennoblecer su obra.

Necesitará el día completo para realizar esta tarea, y hasta es posible que precise varios días para completarla, pero ella no trabaja sola. A pocos pasos de distancia, un varón colabora en esta misión. Ambos trabajan como un equipo sosteniéndose mutuamente. Cuando uno flaquea el otro le anima y da consuelo. Son como una orquesta que, bien afinada,complementa sus melodías para elaborar de forma armoniosa una hermosa composición.

Abajo, Duchamp firma un desnudo femenino que se ha rendido (Nu descendant un escalier). El contraste es evidente. Nos encontramos también ante una mujer, pero a diferencia de la primera, esta ha abandonado su misión y ha hecho huelga. En vez de elevar, de ascender, de construir, de luchar contra la gravedad…, se ha rendido, y ahora se precipita, escaleras abajo, a las profundidades del abismo. Es una figura descompuesta. En ella no hay un rostro, ni manos, ni gestos, ni miradas… Tan solo existe un amasijo de líneas ocres que se replican en diagonales cruzadas, como dando a entender que la dama tiene prisa por caer. No es la primera en declinar. Duchamp nos avisa que esta es al menos la segunda. A esto la postmodernidad lo llama «deconstruir», una forma delicada de expresar la acción de destruir, aniquilar y demoler.

En su caída, la dama exhibe su desnudez. Prometeo declarará que es una seña de libertad, pero olvida que en el Edén descubrimos que el desabrigo es la consecuencia de renunciar a la verdadera libertad. En realidad, el que habla es Sísifo que, creyendo que el trabajo es una maldición, ha intercambiado su carga de heno por otra más pesada de piedra. Este, desalentado por elevarla una y otra vez por la ladera de la montaña, habría dejado que resbalase pendiente abajo. Pretende huir del castigo arrasando con todo, pero su único logro es el despeñamiento del alma.

Cuando se olvida la misión. Cuando no existe una intención que oriente el esfuerzo diario a lo excelso, el ser humano se descompone, y malogra el núcleo íntimo de la esperanza. Si no existe algo noble por lo que luchar, la vida pierde su sentido. No es una cuestión de salario, ni tan siquiera de justicia. Una buena paga, puede dejar un vacío abismal al que la obtiene si no posee un destino cierto donde depositarla.

Al asomarnos a la ventana del mundo, a veces reconocemos una sociedad ocre, de líneas averiadas, que proclama a gritos que no quiere trabajar. Que está hastiada. Que va a la huelga. Que maldice el esfuerzo diario de elevar, y que se ha rendido… Pero su cansancio no proviene de un agotamiento de las fuerzas. Su suicidio deriva de haber perdido el horizonte de la mirada y del sentido que tiene el viaje de la vida. Son personas que han abandonado la esperanza en el premio final que tiene toda obra buena, bella y verdadera, hecha con amor.

Elevar nuestra porción de heno es tarea que a todos nos compete. El maestro enseñando a los jóvenes, el estudiante esforzándose por aprender, la doctora sanando a los enfermos, el mecánico reparando las máquinas, la juez estableciendo justicia, el agricultor cultivando con respeto la tierra, y la mujer de negocios distribuyendo los bienes para que lleguen por igual a todos. Cada cometido hecho con ternura restaura el mundo, y además encauza los hechos que componen la biografía de cada persona, porque el trabajo es el amor hecho visible. En esto consiste la santificación: en elevar y poner aparte para un uso especial. Con cada trabajo que hacemos con el corazón, trascendemos este mundo y santificamos nuestras propias vidas. Traspasamos, como lo hace la horquilla del cuadro, la barrera que separa una existencia mundana llena de angustias, de ese ecosistema sobrenatural que nos espera donde habita la vida futura repleta de plenitud.

Pero volvamos a la escena en el campo. Mujer y varón siguen trabajando la tierra, firmes en la Esperanza de un futuro mejor. Su trabajo es la mejor ofrenda, el mejor regalo que pueden brindar. Entre ambos, sobre el suelo, se encuentra su alimento y su descanso. Al llegar el mediodía, harán una pausa para restaurar las fuerzas. Tomarán el refrigerio y contarán historias. Y se alegrarán de haber superado las duras pruebas de la jornada y, así, sus almas encontrarán serenidad y reposo. Al atardecer, recogerán el fruto de su trabajo y regresarán felices a su casa, lugar del que partieron de madrugada. Allí les esperan los suyos, un caliente fuego del hogar y el merecido descanso para quien ha santificado el trabajo en esta tierra con la seguridad del cumplimiento de una gran promesa. Esta es la base de nuestra esperanza.

Figura femenina descompuesta descendiendo una escalera, símbolo del vacío existencial y la pérdida de sentido
Desnudo bajando una escalera n.º2 (1912), de Marcel Duchamp: una metáfora de la caída sin horizonte ni esperanza
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