
Por P. Rafael Delgado Escolar, cruzado de Santa María
He intentado recordar cuándo conocí al P. Emiliano y los recuerdos me llevan a Gredos, al campamento en Navarredonda, junto al Tormes, cuando yo tenía 15 años. Nos hablaba en la oración cada mañana y celebraba la eucaristía en aquella capilla entre frondosos pinos. Allí tuve una conversación con él una tarde en la que hablamos de mis inquietudes sobre la vocación, que pocos años después se clarificaría en el sacerdocio dentro de los Cruzados de Santa María.
En la marcha del Circo de Gredos nos guio a la cumbre de La Galana. Yo era tan delgado como mi apellido y el viento proceloso de los picos aquella mañana me hacía temblar de frío.
Preparando su semblanza para la misa que ofrecimos por él en el tanatorio donde le velamos, me venía la imagen del padre Manso como guía de montaña en Gredos, pues Abelardo le había enseñado las rutas para que él también guiase a los acampados. Y me parecía un símbolo de su vida: guiar a las almas hacia Dios, acompañar en el camino de la santidad, dar seguridad en los pasos difíciles, caminar delante hacia Cristo.
Porque la otra imagen que resume su vida la tomo también de Gredos, de sus aguas vivas que descienden de la nieve en hermosas cascadas creando transparentes pozas. La encíclica del papa Francisco sobre el corazón de Jesús dice que quien bebe de Cristo también de su seno brotan «manantiales de agua viva» (Jn 7,38). Sí, en los muchos años de dedicación pastoral del padre Manso vemos la verdad de estas palabras de la encíclica: «La unión con Cristo no se orienta solo a saciar la propia sed sino a convertirnos en una fuente de agua fresca para los demás» (Dilexit nos 173). Su ministerio ha sido fuente de la palabra y del perdón de Cristo, de la eucaristía que era el centro de su vida y de sus amores. Su profunda vida espiritual, que giraba en torno al corazón eucarístico de Jesús y se manifestaba en muchas horas de sagrario, le hacía testigo apasionado del amor de Cristo.
Si san Pablo VI decía que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio», nuestro querido padre Manso era maestro desde una cátedra escondida que le permitía dar testimonio y ser testigo de la acción de Dios en los corazones: la dirección espiritual. Muchos sacerdotes, almas consagradas, laicos entregados le reconocemos como padre espiritual que ha jugado un papel crucial en nuestra vida. Por eso, mis últimas palabras son para agradecer a Dios el haberlo tenido como director espiritual desde los quince años y confío seguir teniendo su apoyo desde la otra orilla de la eternidad, donde la misión que desempeñamos en la tierra se culmina junto a Dios.





