El orden

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Ilustración de una persona ordenando una casa como símbolo de equilibrio y organización en la vida.
El orden: clave para ganar serenidad y libertad en la vida cotidiana. Ilustración de José Miguel de la Peña

¿Tienes la sensación de no tener o de perder el tiempo? Si la respuesta es afirmativa, perteneces a un grupo mayoritario. Una de las quejas más habituales que oímos y padecemos es la falta de tiempo. Dicha queja resulta paradójica cuando tenemos cada vez más instrumentos a nuestro alcance para ahorrar tiempo. En sentido contrario, nos producen admiración aquellas personas que sacan tiempo para todo y, además, se las ve serenas y felices. Todos tenemos las mismas horas, pero no sabemos gestionarlas. El tiempo no se encuentra por casualidad, sino que se crea.

Quizá el problema no es la falta de tiempo, sino que lo perdemos y se nos escurre como agua entre las manos. No es de extrañar que busquemos soluciones y que se compren las recetas para ello. Marie Kondo, autora del método KonMari, declarada una de las personas más influyentes del mundo por la revista Time en 2015, ganó su fama y su inmensa fortuna a través de libros, videos, cursos, etc., en los que enseña cómo poner orden y, entre otras cosas, ganar tiempo y transformar la vida para conseguir mayor grado de bienestar. Ello demuestra que el problema es bastante universal.

Los griegos, origen de nuestra civilización, descubrieron que el mundo funciona porque hay un orden que denominaron cosmos. Ese orden genera armonía y belleza. De ahí proviene la palabra cosmética: poner armonía y realzar la belleza. Ese orden supone también una jerarquía. Así fueron posibles la ciencia y la filosofía, puesto que se suponía que cuando hay desorden, desorganización, no es posible ni la ciencia, ni la convivencia. En el mismo sentido, los romanos, autores del derecho cuyos fundamentos aún permanecen, consideran que, sin orden, sin límites, no es posible la convivencia. En definitiva, sin orden, no es posible que exista el mundo, ni la sociedad, como tampoco el crecimiento moral e intelectual del ser humano.

¿Por qué perdemos el tiempo? La respuesta es por falta de orden que, hoy día, tiene mala fama. Parece que es algo del pasado, algo rígido que impide ser auténticos, espontáneos y que coarta la libertad, cuando es todo lo contrario. Permite evitar pérdidas de energía y tiempo. El orden es una inversión en tranquilidad y un camino para tener más libertad.

Perdemos el tiempo porque nos dejamos llevar por lo que apetece, por la dichosa «gana», que lejos de hacernos libres, nos debilita y tiraniza. Otras veces por la mala gestión de la ansiedad, el aburrimiento o el miedo al fracaso. A veces es simplemente pereza, unas veces explícita y otras camuflada. Cierto activismo nervioso, esconde la incapacidad de abordar lo que se debe hacer y lo suplanta con otras actividades, quizá también necesarias, pero inoportunas o superfluas.

¿Cómo conseguir el orden y tener una vida plena? El orden, como cualquier otra virtud —por ejemplo, la fortaleza, la generosidad, la responsabilidad, etc.— requiere el compromiso de la voluntad. Solo se consigue y se comprende cuando se practica y para ello se requiere cultivar pequeñas costumbres, hábitos diarios que hacen más fácil la consecución de todas las virtudes. Muy bien lo saben las madres cuando luchan por imponer el orden, empezando por lo externo, como hábito a los hijos.

El orden exterior ayuda e impulsa al orden interior. Ordenar el espacio, empezando por el entorno más próximo, es un primer paso para andar el camino de la felicidad. Ordenar el tiempo con un horario que acote periodos cortos e intensos con objetivos concretos, seguidos de descansos regulares, pero también acotados. Estos pequeños hábitos en lo espacial y en lo temporal evitan la pérdida de energías y tiempo para dedicarse directamente a las tareas propuestas.

Pero el orden externo, espacial y temporal, requiere un orden interior que es, a la vez, causa y efecto del silencio, de la calma y de la serenidad. El orden interior requiere saber qué tipo de persona se quiere ser, para acertar luego con lo que se debe hacer.

El verdadero orden no es la ausencia de desorden, sino la presencia de ideas y objetivos claros para jerarquizar las actividades, los compromisos, las aficiones, el deporte o el descanso. Todas las dimensiones humanas —ya sean sociales o laborales, personales o familiares, culturales o espirituales— caben en una vida organizada cuando se jerarquizan y se distingue lo urgente de lo importante, lo fundamental de lo accesorio.

El orden también es necesario para la convivencia. Los pequeños o grandes hábitos que constituyen la buena educación, o simplemente saber estar —la urbanidad de la educación tradicional— pretenden facilitar y hacer más agradable la convivencia. Saber comer, hablar, guardar silencio, escuchar, tener atenciones con los más débiles como son las personas mayores, etc., es una expresión de justicia y generosidad. Para convivir es necesario también saber obedecer, acatar órdenes.

Con todo, no hay que olvidar que el orden es un medio para conseguir una vida más plena y no un fin. El orden por el orden es un desorden, si se convierte en un fin por sí mismo, y puede acabar en comportamientos patológicos. Y como nos enseñó Aristóteles —de nuevo los griegos— la virtud es un punto medio entre dos extremos viciosos, en este caso entre el desorden y el rigorismo. En la vida actual, solemos estar más próximos al primero, como bien sabemos.

Para acabar, un par de recomendaciones: la primera es comenzar cada día con una programación clara y realista de qué hacer, y terminarlo con unos minutos para examinar lo realizado. La segunda es vivir el momento presente con intensidad, con atención, como el único que tenemos a nuestro alcance. El pasado pasó y el futuro nos guía, pero no lo hipotequemos con malas decisiones o pérdidas del momento presente.

Por último, hay que recordar que el orden, lejos de quitar libertad, es un medio de asegurarla. La disciplina de hoy es la libertad y el éxito de mañana. Los frutos, como señalé anteriormente, son la sensación de plenitud, eficacia, serenidad y paz. Unos maravillosos bienes, a veces escasos en la ajetreada vida, pero al alcance de cualquiera.

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