Salamanca o la singular verbena del Paseo de la Estación: belleza vivida y tradición como camino para llegar a Dios

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Escena de la zarzuela Salamanca con músicos, actores y ambientación costumbrista en un escenario teatral
La zarzuela Salamanca, un canto colectivo donde la belleza se convierte en evangelio compartido

Por Francisco José Álvarez García, profesor titular de la Facultad de Educación, Universidad Pontificia de Salamanca

Cuando la investigación musicológica se hace canto popular, la belleza irrumpe como anuncio de lo trascendente. Así nació Salamanca o la singular verbena del Paseo de la Estación, una zarzuela costumbrista que, al revivir la música salmantina de comienzos del siglo XX, demuestra que el arte colectivo puede ser también en parte evangelio encarnado.

1. Una tesis que se vuelve canto

Vaciar pacientemente cada periódico salmantino entre 1900 y 1910 fue mi modo de cartografiar la vida sonora de la ciudad del Tormes. Sin embargo, tras publicar artículos académicos, comprobé que los ecos de aquel trabajo, apenas se oían «a pie de calle». Quizá faltaba el resorte de lo que después me atrevería a llamar belleza vivida. Respondí a aquella inquietud componiendo una zarzuela donde las fuentes históricas cobraran carne y melodía. Así nació Salamanca o la singular verbena del Paseo de la Estación.

Estrenada en 2017 y representada siete veces ante más de 4 000 espectadores, la obra se convirtió en la primera zarzuela costumbrista escrita en España desde 1981. Su argumento recrea el pintoresco concurso de verbenas convocado por la municipalidad, que la prensa calificó de fracaso, al quedar reducida a la más mínima expresión: una sola fiesta —la del Paseo de la Estación—. Por esa razón, Alfredo Fuentes, su protagonista, ganó el suculento premio de 500 pesetas dispuesto por el Ayuntamiento a tal efecto. Aquella anécdota se transformó, más de un siglo después, en drama lírico capaz de convocar a toda una ciudad alrededor de un escenario.

2. Belleza que congrega

Frente a la lógica individualista, el proyecto exigía comunión: libreto, composición, banda, coro, baile, escenógrafos y un centenar de voluntarios. El resultado recordó aquello que san Pablo escribe a los corintios: «Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu» (1 Co 12,4). Cada ensayo se convirtió en un taller de corresponsabilidad donde veteranos y debutantes entregaron su talento por amor al arte.

La generosidad cristalizó, por ejemplo, en profesores de música de secundaria convertidos en improvisados actores, o en costureras que recrearon trajes de 1906 sin otra paga que la satisfacción de verlos en escena. Nadie se preguntaba «¿qué gano?», sino «¿qué aporto?». Así, la búsqueda de la belleza actuó de alguna forma como catalizador de unidad.

3. El evangelio entre bambalinas

La génesis de la zarzuela —más de dos años de escritura y orquestación— fue un tiempo de silencio fecundo. Componer un pasodoble enamorado o una habanera con tintes charros, requirió el mismo cuidado que el artista pone en un retablo: ofrecer lo mejor del mismo modo que Dios habita en la excelencia.

La elección de estilos —romanzas, valses, jotas y pasacalles— no fue capricho estético, sino opción. Quería que el público descubriera la historia sonora de sus abuelos y percibiera que todo lo verdadero, bueno y bello conduce al conocimiento. Plotino lo expresó así: «La experiencia de la belleza auténtica nos hace salir de nosotros mismos y nos eleva».

4. Una ciudad ante el espejo

Cada función en el Teatro Liceo se convirtió en acto de memoria compartida. Al oír: ¡Viva Salamanca! —baile con gigantes, cabezudos y tamborileros— los espectadores se reconocían parte de un mismo relato. Y en esa comunidad, en cierto modo reconciliada, brotaba gratitud. El papa Francisco recordaba que «la cultura del encuentro se construye no solo con ideas, sino con la belleza que surge cuando trabajamos juntos». Esto ocurrió: la investigación salió de la universidad, la música salió del archivo y la ciudad salió de la rutina para celebrar que su pasado sigue vivo en cada compás, en cada cuadro escénico, en cada romanza.

5. Más allá del telón

Al acabar cada representación, jóvenes y mayores se acercaban para compartir recuerdos o preguntar cómo participar de aquella producción. La belleza crea comunidad. Muchos descubrieron que la música que tarareaban sus abuelos era patrimonio vivo, no reliquia.

6. La belleza que evangeliza

En la platea cabían creyentes, agnósticos e indiferentes, pero todos guardaban silencio cuando Amparo Mateos, la soprano que encarnó a Clara Martín, entonaba Canta la piedra viva de Salamanca. ¿Qué mueve a tantas personas a ensayar meses sin remuneración? Sospecho que, en lo profundo, intuimos lo mismo que san Agustín: «Pregunté a la belleza de los cuerpos… y me respondió: “No soy tu Dios”». La belleza no es fin: es camino. Y cuando ese camino incluye historia local, esfuerzo colectivo y verdad estética, conduce «de lo visible a lo invisible» (Prefacio I de Adviento).

7. Hacia una pastoral de la creatividad

La experiencia demuestra que un proyecto artístico riguroso puede ser agente de transformación social y testigo de la fe. Propongo para finalizar tres pistas pastorales:

Vincular archivos y escenarios: cada diócesis guarda tesoros musicales que esperan cobrar vida ante la comunidad. ¿A qué esperamos para darles vida?

Formar equipos interdisciplinares: musicólogos, dramaturgos, teólogos y catequistas suman miradas para un anuncio integral. ¡Una oportunidad!

Cuidar la formación litúrgico‑artística: ¡Qué fructífero es impulsar talleres donde jóvenes y adultos aprendan a poner su talento al servicio de la belleza!

Epílogo

La verbena que la prensa tachó de «fracaso» en 1906 se ha convertido, un siglo después, en metáfora de esperanza: incluso lo pequeño y olvidado puede ser luz si alguien le presta atención y le acerca una bombilla (como en aquella verbena, en la que se estrenaron). Cuando la música rescata la memoria y la pone al servicio del bien común, la belleza se hace de algún modo sacramento y la ciudad —como un coro afinado— canta a Dios sin nombrarlo, pero sabiendo que él es, en última instancia, el director del Proyecto (en mayúscula).


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