Ahí tienes a tu Madre

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Ángela cuida a una niña pequeño en el Aula Familiar Tomás Morales.
Ángela junto a una niña en el Aula Familiar Tomás Morales.

Por Ángela Ledesma Carranza

La joven que escribe estas líneas es estudiante de Danza y Artes escénicas. Este verano tuvo que bailar una danza difícil e imprevista: Asumir la dirección de los educadores del grupo de casi cincuenta niños del Aula Familiar Tomás Morales, celebrada en los primeros días de agosto. Una gran lección para su vida.

Este año hemos celebrado el 25.º aniversario del Aula Familiar Tomas Morales, una aventura maravillosa, que como todo lo que es de la Madre, está dando frutos extraordinarios. Comenzó esta aventura como comienza todo lo que es de Dios; desde lo pequeño, desde lo humilde y desde un deseo profundo de caminar hacia la santidad todos juntos: familias y cruzados.

En los primeros años del Aula Familiar, las familias se adaptaron a la realidad concreta, al Nazaret de ese momento: pocas comodidades, pocos educadores de los niños, pocas familias, pocos niños y pocos cruzados. Todo pequeño, todo sencillo, todo humilde: «Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva» (Lc 1,47-48).

Con el paso de los años, el aula fue creciendo, porque el Señor con María como protectora «es misericordioso con aquellos que lo honran» (Lc 1,49-50). Y así, de la mano de María, sin saber muy bien cómo: «haced lo que él os diga» (Jn 2,5), fueron sucediendo las cosas: las familias fueron en aumento, la alegría de los niños se escuchaba con más intensidad pues aumentaron en número, y nos fuimos afincado en nuestro «monte Tabor», en nuestro paraíso, Santiago de Aravalle: «Maestro, qué bien estamos aquí» (Lc 9,33). Mi madre dice que cuando cruzas la verja de la finca escucha el silencio de Dios que todo lo envuelve. Y así, se vive una semana de cielo en el mes de agosto donde los padres, los hijos y los cruzados, una verdadera familia, comparten vida: ratos de convivencia, de formación y de oración.

Yo he sido una de esas niñas que ha crecido en Santiago de Aravalle durante esos veranos, he sido una de esas niñas que jugaban en el campo de fútbol, que perseguía lagartijas por el albergue, participaba en las veladas muriéndose de vergüenza y rezaba el rosario, a veces despistada y otras estando muy unida a la Virgen. Yo soy una de esas niñas, ahora una mujer, que quiere vivir el compromiso con la Madre en su caminar.

Hoy aquí sigo como una mujer que intenta amar sirviendo, ofreciéndose a niños y jóvenes y entregando el tesoro de este carisma que un día recibí como un regalo y que hoy en día custodian los cruzados.

Cada año, los educadores de esos bebés, niños y adolescentes llenos de deseo e ilusión dedicamos meses a preparar el aula de niños y jóvenes. Siempre empezamos fuertes y con ganas. Ponemos todo nuestro esfuerzo y empeño en organizar la formación, la oración, el deporte, etc., parece que nada puede pasar porque todo lo tenemos controlado: ¡pobres de nosotros! Siempre surgen imponderables que tiran por tierra parte del trabajo que has estado realizando. Son momentos delicados en los que sería muy humano venirse abajo, dejarse llevar por cierto desánimo; ¿cómo puede ocurrir esto si lo tenemos todo controlado? La pregunta no obtiene respuesta, pero volvemos a empezar, porque se sube bajando y no debemos cansarnos de estar empezando siempre.

Esta edición no podía ser diferente. Empezamos a preparar el aula después de la Pascua, con tiempo para ofrecer a nuestros bebes, niños y jóvenes los cuidados, la formación y la oración que les hiciese crecer como personas y como cristianos. Además, dedicamos mucho tiempo a los pequeños detalles, para que los papás estuvieran tranquilos durante su formación. Íbamos caminando con paso seguro y decidido, pues el momento del aula se acercaba con el ritmo de la vida y con paso firme. Así que, como cabía esperar, llegó junio, después de junio dimos la bienvenida a julio y todo parecía seguir su curso; ¡este año está todo controlado! ¡Será un aula perfecta! Destilábamos confianza, seguridad y la satisfacción del trabajo bien hecho.

Sin embargo, aún quedaba alguna nueva situación que encajar, «lo mejor» estaba por llegar. La coordinadora del aula de niños y jóvenes no podría estar en Aravalle por motivos de salud. Toca reorganizarse y pensar rápido; los dos responsables del equipo de educadores se encargarían de la coordinación. Todo resuelto.

Pero ¿qué sería la vida sin sorpresas? Aún quedaba alguna más y, a dos días de comenzar el aula una de esas personas que asumieron la labor de coordinación tampoco podría estar en el inicio del aula por una incidencia familiar. En ese momento sentimos que nos quedábamos huérfanos, pero no podíamos permanecer en la perplejidad que nos producía lo último que estábamos viviendo, tocaba actuar con rapidez. Los dos adultos responsables decidieron que otra educadora y yo coordinásemos el aula infantil y juvenil. Otra situación superada, aunque ya con cierto temor por no saber cómo iban a ir las cosas.

Llegó el momento de pisar el terreno: la tierra y la hierba, el agua y la piedra, la luz y la oscuridad. Había que darlo todo por los niños. Los educadores estábamos fuertes, con ganas y con ilusión. Pistoletazo de salida: todos dispuestos, mirando el horizonte de la semana que teníamos por delante, y el primer día ya nos hacemos plenamente conscientes de que la realidad supera a la idea. La realidad es implacable. Mi padrino siempre me dice: «Dios perdona siempre, el hombre a veces, la naturaleza nunca», que para mí es lo mismo que la realidad. En ese momento puedes hacer dos cosas: mirarte a ti misma o mirar al cielo. Yo decidí mirar al cielo con los pies bien anclados en el suelo, porque esas situaciones son las grandes. Ahí es donde se vive el milagro del amor. La Madre, comprometida contigo, te dice: «Mi niña, dame las riendas del caballo, yo lo guiaré por ti, ¿no sabes que siempre estoy contigo?» Escuchas al Señor que te dice: «Ahí tienes a tu madre, haz lo que ella te diga como yo en Caná». Y así, mirando hacia el cielo, pero con mucho realismo, tomas conciencia de que la verdadera coordinadora del aula es María, la Madre, nuestra madre.

En nuestra debilidad, en nuestra nada, en nuestra pequeñez nos mira, nos sonríe con ternura, nos acaricia con sus manos, nos abraza, nos retira el pelo de la cara y se obra el milagro del amor: de lo imperfecto dibuja un jardín maravilloso.

Ese cuidado, esas caricias, ese ser y estar es el genio femenino, esa sensibilidad que caracteriza a las mujeres por ser no solo mujeres sino también madres.

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