
Por Beatriz Lahoz Buendía
Tras 25 años de casados, las miradas se unifican y, sin saber cómo, empiezas a mirar la vida con los ojos del otro. Para comprender por qué percibo ahora la verdad en lo bello, por qué el arte me conduce hacia algo superior, voy a entrevistar hoy a mi marido, a aquel que ha hecho posible que la imagen de un lugar en ruinas, lleno de pintadas y escombros, se convierta en algo sublime, en un camino hacia la verdad.
José Miguel, ¿qué te llevó a escoger la carrera de Bellas Artes, aun a sabiendas de que tendrías pocas salidas profesionales?
Realmente, nunca tuve dudas de lo que quería estudiar, a pesar de ser yo una persona un tanto indecisa en algunos aspectos de mi vida. Con Bellas Artes siempre lo tuve claro, de hecho, nunca me imaginé haciendo otra cosa diferente, es decir, tuve una vocación temprana.
Desde muy niño mi forma de canalizar las emociones fue a través del dibujo; pasaba horas pintando. Además, la señorita «Visi», a la que yo admiraba mucho, mi profesora de 2º de primaria, me habló de mi talento y me dijo que tenía que estudiar Bellas Artes. A partir de ese momento se convirtió en mi meta académica.
¿Qué significa para un artista como tú la belleza?
El concepto de belleza para mí ha ido evolucionando un poco con la madurez y el paso del tiempo. La primera belleza, la de juventud, la que me atraía en esa época, tiene más que ver con cómo la describe Terenci Moix: «La belleza es aquello inesperado que sacude fuertemente el espíritu». Este concepto se relaciona más con una belleza sensorial, más primitiva, menos profunda; o con una belleza más ideal. Lo entendemos mejor si pensamos en las obras del Renacimiento italiano (Botticelli o Rafael): en los cuadros de esta época, que son maravillosos, se derrocha una estética idealizada, poco realista, si la comparamos, por ejemplo, con la obra de Velázquez, que muestra la belleza como fiel testigo de la realidad; su paleta era como un cristal a través del que pasaba el mundo real, y lo mostraba con sencillez, honestidad y sin efectismos. Con el tiempo me ha ido atrayendo más esa cualidad que se aprecia a través de lo real, de lo sencillo, un tipo de belleza sin artificios.
Antonio López decía que cuando decidió pintar Gran Vía (1974-1981), uno de sus paisajes urbanos más famosos, no lo hizo porque le pareciese una bonita localización, sino porque él creía que era un motivo verdadero, que le resultaba interesante, incluso misterioso, y así quiso plasmarlo.
¿La belleza puede abrir la mente a la posibilidad de lo trascendente?
Sinceramente pienso que sí, y no creo que solo lo piense yo, sino que, en general, los artistas de todos los ámbitos han intuido también esto. Baudelaire decía que el artista debe aspirar a extraer lo eterno de lo transitorio. Esta afirmación conecta con un concepto de belleza en el que la realidad y el arte nos hacen ver el misterio de las cosas, y cómo esa belleza que atisbamos en la realidad proviene de algo superior, como un reflejo de la divinidad.
¿Entonces crees que el mundo creado es un reflejo del amor de Dios?
Absolutamente. De hecho, pienso que ningún ser sobrenatural que tuviese maldad u odio habría podido crear un mundo bello. La belleza siempre es reflejo del amor, y en este caso, creo que Dios concibió la creación desde toda la eternidad, y pensó en el hombre con amor, y lo creó como su criatura más amada. También pensó en la Redención, que es la mayor muestra de amor. Un Cristo crucificado es bello no porque las heridas que muestra lo sean, sino porque fue el mayor acto de amor que Dios pudo hacer por el hombre.
Me atrevo a hacerte una pregunta difícil, ¿tú crees que se puede hacer oración contemplando una obra de arte, aunque su temática no sea religiosa?
Hay obras de arte que trasmiten una emoción que se convierte en contemplación, sin que sean necesariamente piezas de arte sacro, sin embargo, esto está muy lejos de lo que nos ofrece muchas veces el arte contemporáneo. No sé por qué tendencia o posmodernidad se ha decidido que el arte actual tiene que reflejar la «belleza de lo vulgar» y ha tomado por bandera el feísmo y la provocación. Esta pose lo único que ha conseguido es divorciar el arte contemporáneo del público en general. Galeristas y comisarios han diseñado un tipo de arte concebido para las élites, y que está tan separado de los gustos de la gente de a pie, que lo han hecho inaccesible. El error ha sido pensar que para que una obra de arte sea moderna, solo puede ser fea o vulgar.
El arte tendría que volver a mostrar con sencillez y honestidad la belleza. Se pueden buscar nuevos lenguajes contemporáneos de comunicación, pero sin perder la esencia del arte: comunicar y ser testigos de la trascendencia de lo bello como reflejo de lo divino.
Gracias por poner este don que te ha dado Dios al servicio del hombre, gracias por llevarnos con tus obras un poquito más cerca de la Verdad.