Un verano para hacer familia, para soñar…

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A veces la presión acumulada tras un curso o un año de trabajo, las pequeñas o grandes decepciones sufridas, el cansancio físico y psíquico… nos hacen soñar con un verano repleto de satisfacciones y deleites. Cosa buena y necesaria en principio. Pero a veces tendemos a pasar de un extremo a otro, y en no pocos casos las vacaciones resultan una ocasión para el desmadre (desmadrarse: «Conducirse sin respeto ni medida, hasta el punto de perder la mesura y la dignidad», RAE). Y cuando no se vive como se piensa, se acaba pensando como se vive.

Se adopta entonces el hedonismo como pauta de vida, y la diferencia entre el bien y el mal se difumina, Pero cuando se vive sin dar importancia a esta diferencia, el camino hacia la felicidad acaba por esfumarse. Y luego viene la tristeza, el vacío, el malestar del corazón, el remordimiento, el desencanto. Así es la cosa, y no cambiará por mucho que queramos vestirla de progre o de guay. El corazón humano está hecho para ser feliz y cuando se estrella, sobreviene el vacío. Por eso alguien con muy buen olfato para estas cosas, definía el verano como «un invierno para las almas». Y razón tenía.

Pero podemos planteamos el verano de otra forma. Un verano para ser felices, pero de verdad. ¿Y cómo? Primer consejo: no dejarse llevar por la pereza y no perder el tiempo en banalidades. Aprovecharlo bien para conocer, leer, ver menos la TV, aprender, convivir con los amigos, hacer el bien a gente que lo necesita, descansar (el descanso es cambiar de actividad), hacer ejercicio (y también hacer ejercicios espirituales, estupenda forma de ejercicio…) Es un veraneo parecido al de la Virgen María cuando se fue con diligencia a la montaña, a casa de su prima Isabel, a ayudarla y a llevarle el Amor de Dios hecho carne. El camino de la felicidad se anda olvidándose de uno mismo y buscando el bien de los demás. Por cierto, no está de más recordar este Año Santo Compostelano y su sentido más valioso, el de la peregrinación.

Segundo consejo: Hay un ámbito que debemos cuidar de modo especial: la familia. «Espacio sagrado de personalización», es el título de una magnífica reflexión de Abilio de Gregorio que hemos elegido como tema de portada. Procuremos dedicar algo de tiempo, en cantidad y de calidad, para los nuestros. Hay tanto de lo que hablar, y tanto que escuchar…

Tercero: Hace falta que el alto en el camino nos sirva para reflexionar si vamos bien. Benedicto XVI ha insistido de nuevo en la importancia de revisar la actual crisis de la educación que atraviesa el momento presente. Por eso traemos también a nuestras páginas su magnífico diagnóstico ante la «emergencia educativa», Leedlo despacio. Es una de­licia para la reflexión por la claridad y luminosidad que desprende. Pero al mismo tiempo constituye un programa de acción que debe hacer propio cada uno: educadores, padres, alumnos, simples militantes católicos, gente mosqueada en general con el desmadre educativo (ver arriba, RAE)…

A lo mejor hacemos propósitos concretos de trabajar por mejorar en algo el mundo, empezando por nosotros mismos. Dice a este respecto el Papa: ‘Por el gran ‘sí’ que como creyentes en Cristo decimos al hombre amado por Dios, no podemos desinteresarnos de la orientación conjunta de la sociedad a la que pertenecemos, de las tendencias que la impulsan y de las influencias positivas o negativas que ejerce en la formación de las nuevas generaciones.»

Así pues, feliz verano, vivido en familia, para soñar un mundo mejor y para empezar a realizar nuestros sueños.

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