Por Paloma Martín-Esperanza
Entro en el estudio que comparto con Rubén López (Bilbao, 1984), en nuestra casa, y me fijo una vez más en la lámina que decora la pared de acceso. Es un dibujo sencillo, en negro sobre blanco, del perfil del Circo de Gredos, al que acompaña un lema: «Subir bajando». Fue uno de los primeros cuadros que colgamos en esta estancia, rodeada de libros y de recuerdos. Pienso que nos servirá como apoyo de la conversación si nos estancamos, aunque eso, por supuesto, no ocurre.
Rubén, maestro de Primaria, está enfrascado en las tareas del inicio de curso. Empezamos con las fotos, las poses, el orden, la luz. Se siente incómodo e incluso molesto ante mi insistencia. «¿Es necesario tanto protagonismo?», me dice. Continúo con el trabajo que me han encargado, pero siento que la estancia se va llenando de una tensión inevitable. Me interrumpe, tratando incluso de reescribir mis palabras en las preguntas que le hago. «¿Estás tratando de corregir a la periodista?», le digo ahora yo. Pienso que somos como dos caballos desbocados en el final de una carrera. Se disculpa y continúa. Me gusta que se tome todo tan en serio, que le incomode el protagonismo, que mueva las manos con ímpetu cuando habla, que se tome su tiempo para pensar y que se ría cuando se equivoca. Pero sobre todo me gusta que hable con tanto énfasis de una cosa: del gran ideal.
P: Muchas veces has dicho que la Milicia cambió tu vida. ¿Hubo algo que te impactara o que te llamara especialmente la atención, o simplemente te dejaste llevar?
R: Efectivamente, la Milicia cambió mi vida, y claro que hubo algo que me llamó la atención. Sobre todo, la asistencia a mi primer campamento, la alternativa de vida que yo vi entonces hizo que me enganchara. No fue solamente un dejarme llevar, sino que hubo una decisión de querer continuar. Entendí que la vida era otra cosa, diferente a estar entre cuatro paredes con tus amigos haciendo no sé qué. La alternativa de la naturaleza, del ideal, del compañerismo, de la solidaridad, la alternativa de vencerse a uno mismo para ganar libertad…, todo eso me configuró e hizo que mi vida fuera diferente.
P: ¿Estamos en los mismos tiempos? ¿Crees que hoy en día es posible atraer a la Milicia a jóvenes ajenos a la Iglesia?
R: Yo creo que sigue siendo posible atraer, y debe ser esa la misión de la Milicia: atraer a jóvenes alejados de la Iglesia. Eso debe hacerse mediante el contagio. Puede haber familias que, como ellos, han sido militantes, han crecido en un entorno de Milicia, quieren llevar a sus hijos, pero también hay que potenciar que esos mismos hijos sean testigos ante sus compañeros y puedan llevarlos a la Milicia. No como una conquista de números, sino por una conquista espiritual: quiero que conozcas lo que a mí me hace bien y lo que puede cambiar tu vida.
P: ¿Cómo ha influido lo aprendido en la Milicia en tu labor docente?
R: Influyó tanto que me dedico a la docencia. Influye en mi labor no tanto como profesor-animador sociocultural, sino como vocación educadora. Cuando hablamos de una vocación docente, pensamos que nos tienen que gustar los niños y hacer colorea, corta y pega. Eso no es educar. La labor educadora existe en todos los ámbitos de la vida y no hace falta ser profesor para vivirla. Es propia de nuestro carisma, una santidad educadora en tanto en cuanto tú quieres al otro por lo que es y quieres hacerlo mejor, y ese hacerlo mejor no es otra cosa que llevarlo al encuentro con Cristo, y poder ofrecer una palabra de esperanza y de aliento.
P: Tu relación con los cruzados ha sido siempre muy estrecha. Has vivido con ellos, son tus amigos, diría que alguno, incluso, familia. ¿Cómo ha cambiado tu visión de la Cruzada desde tu etapa de militante hasta ahora?
R: Esa es una pregunta comprometida [se ríe].
P: Lo sé. Te la he hecho aposta. Adelante.
R: Bueno, cuando conocí a los cruzados no sabía ni qué significaba el término «cruzado», pero sonaba épico. Para mí eran unos superhéroes. Veía a esos hombres que te hablaban de la renuncia a uno mismo, del autocorrectivo, del gran ideal, de los grandes ideales, de la superación personal, de la fuerza de la gracia, de que no hay otro modo de crecer que subir bajando… Todo ese tipo de cosas que aparentemente son eslóganes, pero de los que ellos eran modelos encarnados. A lo largo de los años, efectivamente, yo he podido tener una relación muy estrecha con ellos y no les resto ese ápice de heroicidad. Es verdad que son humanos, personas con defectos y virtudes, pero sí que son modelos que transmiten esa ejemplaridad o que intentan vivirla en el modo de vida que les ha sido donado, de igual manera que los matrimonios intentamos vivir nuestra vocación. También desde la heroicidad…
P: Si tu hijo tuviera la edad de entrar en la Milicia y fuera a su primer campamento, ¿qué le dirías? ¿Le darías algún consejo, alguna pista? ¿O preferirías que fuera «a ciegas»?
R: Pues yo fui a ciegas y fue maravilloso. Para mi hijo será muy difícil ir a ciegas, porque en nuestra casa ya hay elementos que remiten al campamento y a este estilo de vida. Ahora bien, el campamento es una experiencia personal, intransferible, por lo que yo le diría a mi hijo: vete de nuevas, déjate sorprender, no pienses que lo sabes todo y aprovecha hasta el último instante desde la llegada hasta la salida.
Nunca es tarde para renovar la mirada. Nunca es tarde para recuperar y perseguir el gran ideal.







