Ernst F. Schumacher

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«Buscad y encontrareis». Y la búsqueda a veces se realiza a través de los caminos más insospechados. Pero Cristo siempre sale a nuestro encuentro. Y muchas veces en el ambiente, profesión o área de interés del individuo. Ejemplos no faltan. En el campo de la Filosofía Anthony Flew (como narra en su libro Dios existe), en el de la Historia Christopher Dawson (con su libro ¿Por qué soy católico?), en el de la Teología Henry Newman (recodemos su narración detallada Apología pro vita sua), en la Literatura el poeta Pieter Van der Meer (como narra en su libro Nostalgia de Dios), o en el campo del Periodismo Malcolm Muggeridge (como cuenta en su libro Conversión, un viaje espiritual).

El personaje que hoy traigo a nuestra sección de Estar procede un campo singular: la Economía. Y como en los casos antes expuestos, es precisamente en su ambiente profesional donde se encontró con la verdad de la Iglesia católica. Se llama Ernst Schumacher. En las preces de la misa en la festividad de san José obrero del 1 de mayo, escuché: «Por todas aquellas personas, responsables de la Economía», y ese fue el punto de partida de la presente semblanza.

Datos biográficos

Schumacher nació en Alemania en 1911. Abandonó su país natal disgustado por las políticas del Tercer Reich de Hitler y se instaló en Inglaterra, donde se hizo marxista y ateo. Aunque había crecido en una familia luterana, pronto abrazó la visión científica del mundo, se convirtió en un agnóstico convencido y simpatizó durante años con el marxismo.

Hasta 1951 siguió siendo un ateo de gran dedicación, dando conferencias sobre cómo la religión y la moralidad eran meros productos de la historia, que no resistían el examen científico y podrían modificarse si no resultasen apropiadas.

Su evolución

No pasarían muchos años antes de que Schumacher rompiera con los dogmas marxista y capitalista, pues empezó a darse cuenta de que la economía no era una ciencia autónoma, sino un derivado de la filosofía o de los conceptos religiosos de la cultura en la que operaba. ¿Cómo comenzó esa evolución de su pensamiento?

Fue su estancia durante unos meses en Birmania, en 1955, y su contacto con el budismo lo que le llevó, de modo un tanto inesperado, a descubrir que la espiritualidad no es un atavismo para ignorantes o una ilusión infantil, como podía parecer después de Marx, Nietzsche y Freud. A su regreso a Inglaterra se sumergió en la tradición espiritual que más cerca tenía, el cristianismo, dedicando incontables horas a leer las obras de Tomás de Aquino. También leyó a fondo a Dante, a los místicos (santa Teresa, san Juan de la Cruz) y a grandes autores cristianos británicos del siglo XX (como G. K. Chesterton o C. S. Lewis).

Descubre la doctrina social de la Iglesia

Schumacher se sorprendió cuando un amigo le sugirió que varias encíclicas papales habían abordado las mismas cuestiones económicas que ahora le preocupaban. Al principio se mostró escéptico ante la posibilidad de que los papas «en su torre de marfil» tuvieran algo que enseñarle en el ámbito de la Economía, pero leyó la Rerum novarum (1891) de León XIII, la Quadragesimo anno (1931) de Pío XI, así como la Mater et magistra (1961) de Juan XXIII, y se quedó asombrado por el enfoque que ofrecía la doctrina social de la Iglesia.

Sin embargo, fue la promulgación de otra encíclica papal, la Humanae vitae (1968) del papa Pablo VI, la que tendría un impacto más inmediato en su vida. Esta encíclica impulsó a su esposa y a una de sus hijas a buscar instrucción en la fe católica. El mensaje que transmitía la Humanae vitae, escribió la hija de Schumacher, «era una afirmación y un apoyo al matrimonio, a las mujeres… que se habían entregado por entero a sus matrimonios y que sentían agudamente la presión del mundo exterior que gritaba cada vez más fuerte que las relaciones monógamas y hogareñas eran opresivas para las mujeres e impedía que se “realizaran”».

Aunque, en aquel momento, Schumacher no se sentía capaz de seguir a su mujer y a su hija en la Iglesia, coincidía con su opinión sobre la encíclica. «Si el papa hubiera escrito otra cosa», le dijo a un amigo, «habría perdido toda fe en el papado».

En 1971, Schumacher ingresó finalmente en la Iglesia católica, decisión que supuso la culminación y consumación final de su larga búsqueda espiritual.

Escritor

Tras su conversión al catolicismo en 1971, se decidió a escribir dos obras, una de Economía y otra de Filosofía, que recogieran las reflexiones de un economista y pensador perplejo ante un mundo que marchaba aceleradamente hacia su alienación. La primera de esas obras, Lo pequeño es hermoso, apareció en 1973 y fue un éxito inmediato, un auténtico bestseller. El subtítulo del libro es toda una declaración de intenciones: Economía como si la gente importara. Una obra tan popular como profunda que casi por sí sola redefinió la percepción pública de la economía y su impacto en la sociedad humana y el medio ambiente. Su segunda obra se tituló Una guía para los perplejos, y fue publicada el mismo año de su muerte (1977). En ella describe sus creencias espirituales más profundas.

Muerte y legado

Schumacher murió el 4 de septiembre de 1977, a la relativamente joven edad de sesenta y seis años. El 30 de noviembre de ese año se celebró una misa de réquiem por Schumacher en la catedral católica de Westminster. Al día siguiente, The Times describió a Schumacher como un «pionero del pensamiento postcapitalista y postcomunista», dedicando su editorial a su memoria.

Finalmente, 20 años después de su muerte, se publicó el libro Esto es lo que creo que recoge muchos de los artículos publicados por Schumacher a lo largo de sus últimos años en la revista Resurgence. Nada mejor que recoger como colofón algo de lo que en él escribió:

«Yo no había conocido antes la existencia de la Verdad. Más bien había simpatizado con Poncio Pilato cuando se encogió de hombros y preguntó: ¿Qué es la verdad?, después de que Jesús había dicho que su tarea era dar testimonio de la Verdad. Pero entonces recordé también que Jesús había prometido habitar en nosotros, en nuestro interior, algo cuya existencia había permanecido por tantos años totalmente desconocido para mí.

»Ahora entiendo también lo que Jesús quería decir cuando hablaba del Paráclito que habitaría en nosotros para siempre, el espíritu de la Verdad».

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