La esperanza de la Iglesia

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Plaza de San Pedro. 22 de octubre de 1978. Nada más terminar su primera misa como pontífice, Juan Pablo II gritó a los jóvenes: “¡Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y del mundo! ¡Vosotros sois mi esperanza!”.

El recuerdo constante de aquellas palabras llevó al beato papa Wojtyla, inspirado sin duda por el Espíritu Santo, a convocar a sus queridos jóvenes a las Jornadas Mundiales de la Juventud.

A quienes de un modo u otro hemos vivido este Pentecostés del agosto madrileño nos ha brotado espontáneo el mismo pensamiento: aquí está la esperanza de la Iglesia. Ha sido ahora la convocatoria de Benedicto XVI la que ha servido para que los escépticos, los desencantados y los cascarrabias, que también de eso hay en la Iglesia, vuelvan a plantearse que en Cristo, en su persona y en su evangelio, se encuentra el sentido de todas las cosas y que es posible la conversión de este mundo.

Ha servido especialmente para que muchos jóvenes se sientan, realmente, partícipes de algo grande, muy grande: de una oleada de Amor que abraza la vida de los hombres y las mujeres de hoy y nos llena de una alegría que nadie nos podrá arrebatar.

Los jóvenes han dado una lección a los viejos, a los cansados, a los que dicen estar de vuelta, a los amargados. La verdad: teníamos necesidad del entusiasmo de los jóvenes, y de ver, oír y tocar, que “la Iglesia es joven y está viva”, como también en la homilía de inauguración de su pontificado exclamó Benedicto XVI. Hemos experimentado la esperanza de la que vive la Iglesia.

Y no es sólo por la algarabía y el huracán de sonrisas que invadió las diócesis de España y sobre todo Madrid, ni tampoco por el ejemplo dado ante las vergonzosas afrentas de los enemigos de la Iglesia. Ni por el número millonario de asistentes. La esperanza de la que vive la Iglesia se palpó en los miles de confesiones de las que fue testigo el parque de El Retiro y en ese gran silencio que estremeció al mundo al contemplar a dos millones de jóvenes en profunda adoración ante Cristo Eucaristía, acompañando al Papa. Ese gran silencio que para muchos fue el epicentro de esta JMJ.

Esa misma esperanza se pudo experimentar al ver la sonrisa del anciano líder de la juventud más alegre y revolucionaria del mundo, soportando el vendaval: grandiosa metáfora que escenifica las fuerzas destructoras que zarandean a la Iglesia, y la briosa respuesta de los jóvenes en torno al vicario de Cristo en verdad “edificados y arraigados en Cristo, firmes en la fe”.

Es tiempo de evangelizar, de arrojar fuera complejos y de crecer en la fe a partir de la experiencia del encuentro personal con el Señor. ¡Qué magnífica ocasión para hacer unos buenos Ejercicios Espirituales!

Los jóvenes necesitan ver en sus mayores esa firmeza que ahora ellos estrenan. Necesitan a sus sacerdotes, a los consagrados, a las familias…; necesitan guías y maestros. Testigos. No les defraudemos.

Santa María cuidará de que los frutos de la JMJ Madrid 2011 sean abundantes y copiosos. Que Ella guíe una vez más a esta Iglesia del tercer milenio entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios.

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