Autoentrevista de Javier Lucia y Janire Peñafiel
Javier: Buenos días, ¿qué tal estás?
Janire: Muy bien, gracias a Dios. (Risas mutuas)
Javier: ¿Cómo quieres que enfoquemos esta entrevista?
Janire: Estaría bien que tú contaras tu experiencia en el Movimiento de Santa María desde pequeño, y yo vaya intercalando mi visión cuando nos conocimos, nos casamos, tuvimos hijos… ¿Te parece?
Javier: Es una bonita historia de cómo una atea bilbaína se casa por la Iglesia y, junto con su marido, llegan a convertirse en Asociados de los Cruzados de Santa María y delegados episcopales de Familia y Vida en la diócesis de Navarra. (Risas).
Janire: Bueno, eso es empezar la casa por el tejado. ¿Cuándo empezaste tú a formarte con los Cruzados?
Javier: A los 13 años. Mis padres me llevaron a un campamento en Uriz, Navarra, que organizaban los Cruzados. ¡Es el recuerdo más duro que tengo de mi infancia! Jajaja. Sólo quería irme a casa y dejar aquellas tiendas de campaña allí abandonadas. Sin embargo, mis padres perseveraron por mí y me dejaron todo el campamento. No solo eso, me apuntaron también a las actividades de la Milicia de Santa María en Pamplona. Al principio me costaba horrores, pero poco a poco fui cediendo. La Virgen me fue conquistando y, a los 17, ya era monitor de escuadra en el campamento de Gredos.
Mirando atrás, veo que el Señor había puesto en mi vida, a través de los Cruzados, un espíritu apostólico difícil de explicar. Un cruzado me dijo una vez: «Tú vas a ser un nuevo San Francisco Javier». Esa frase nunca se me ha olvidado. ¿Y tú? ¿Qué hiciste hasta los 18?
Janire: Uff… Yo nací en Bilbao y, si en tu familia tenéis ocho apellidos cristianos, en la mía teníamos ocho apellidos ateos. Dios no estaba en mi vida. Mi padre era un empresario exitoso, y mi madre, ama de casa, nos cuidaba lo mejor que podía, como todas las madres. Nos dieron una excelente educación, pero la fe no entraba en la ecuación. Todo era muy material. Mi vida cambió cuando fui a estudiar biología a Pamplona. Una compañera de piso empezó a salir con un chico de Pamplona y las chicas del piso nos unimos a la cuadrilla de su novio. ¡Y allí estabas tú!
Recuerdo un domingo, mientras tomábamos algo, que te levantaste diciendo: «Bueno, me voy a misa, pasadlo bien». Pensé que era una broma, pero cuando descubrí que era verdad, no podía creerlo. Poco a poco, me fui interesando por esa faceta desconocida para mí.
Javier: Me hacías muchas preguntas, y algunas no sabía cómo responder. ¡Tuve que ponerme las pilas! (Risas). Empezamos a salir como novios, y quisiste acompañarme a misa los domingos. ¡Me acuerdo que íbamos a la de don Juan Carlos Elizalde!, actual obispo de Vitoria.
Janire: No solo te acompañaba a misa. También comenzamos a ir juntos a las reuniones de jóvenes del Movimiento (lo que ahora es Juan Pablo II). Recuerdo que nos hablaban sobre la Familiaris consortio y yo pensaba que era chino mandarín. (Risas) Poco a poco, el Señor me fue acercando a él y fui descubriendo un sentido mucho más profundo a mi vida.
Javier: En 2010 nos casamos en una ermita en Bakio, Vizcaya. Lejos de ser un fin, aquello fue el comienzo de un proyecto familiar que hoy cuenta con seis miembros.
Janire: Y otro en el cielo.
Javier: Sí, Manu nos cuida desde allá. ¿Crees que nuestra vida de fe ha sido lineal o ha habido momentos que marcaron un antes y un después?
Janire: Hemos tenido problemas serios, como todos los matrimonios. Perder un hijo en un embarazo avanzado y, poco después, perder tu trabajo fue un golpe muy duro. Todavía tenemos cicatrices. Pero reorientar nuestra vida y poner nuestra esperanza en la Inmaculada salvó nuestro matrimonio. ¿Te acuerdas de la carta?
Javier: Claro. El 8 de diciembre de 2019, día de la Inmaculada, escribimos una carta a nuestra Madre. En el Hogar de Pamplona, nos escapamos un momento a la capilla y se la leímos a solas. Le pedíamos fuerza y luz para nuestra familia y oportunidades para trabajar por los matrimonios. ¡Y vaya si nos las dio!
Janire: Al poco hicimos un retiro de Proyecto Amor Conyugal, que nos ayudó mucho. Yo recibí una oferta de trabajo como secretaria de la Delegación de Familia; tú te involucraste en FamiLiaE, una asociación en defensa de la familia en Navarra. Nuestro grupo de matrimonios del Movimiento se convirtió en piedra angular de nuestra vocación y nos volcamos en propuestas como las Aulas Familiares.
Javier: Y tuvimos dos hijos más, que el Señor nos envió para pulir nuestras carencias de paciencia y entrega (risas). Y este último año también ha sido intenso.
Janire: Hemos dado un paso muy importante. Quizá el más importante dado hasta ahora: nos hemos asociado a los Cruzados de Santa María. ¿Por qué lo hemos hecho? Explícalo tú. (Risas)
Javier: Sabemos que nuestra vocación matrimonial nos debe llevar a la santidad. Pero solos no podemos. El carisma de los Cruzados —movilización del laicado, ser contemplativos en la acción y vivir la vida de Nazaret en nuestro hogar— encaja perfectamente con nuestro proyecto de vida. Un matrimonio peregrino necesita buena compañía. ¿Y qué mejor que los Cruzados y, por supuesto, la Inmaculada para transformar nuestro Nazaret?
Janire: Hemos puesto nuestro matrimonio a disposición de Dios para ser luz en el mundo. Pero también hemos ganado una gran familia espiritual que nos protege y nos quiere mucho.
Javier: Y, como guinda, nos han nombrado delegados de Familia y Vida en la diócesis de Pamplona-Tudela.
Janire: ¡Pero eso lo contaremos en otro momento! (Risas)







