Si realmente me quieres, exígeme

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Juveniles en el circo de Gredos
Juveniles en el circo de Gredos

Solo una juventud troquelada en la exigencia podrá presentar combate a las fuerzas del mal. […] La juventud tiene necesidad de exigencia para sentirse plenamente realizada

(Venerable P. Tomás Morales)

Cualquiera diría que vivimos en la época de la exigencia:  es raro encontrar a un ciudadano que pide algo «por favor». Todo el mundo exige dando por supuesto que cuanto exige forma parte de sus derechos. Exige el alumno a sus profesores, los profesores a la administración escolar, los hijos exigen a sus padres, los ciudadanos a sus gobernantes… Sin embargo, también en el campo de las vigencias sociales, como en la economía es habitual que la inflación de un concepto produzca correlativamente la devaluación del mismo: a la par que crecen las vociferantes multitudes de exigidores de supuestos derechos, y las airadas protestas reivindicativas de simples deseos elevados a la categoría de derechos, cada vez son más frecuentes las voluntades anémicas y la renuncia al esfuerzo personal.

Son demasiadas las personas con obligación de ejercer la autoridad que, ante el miedo de verse frente un conflicto por exigir el cumplimiento de normas y pautas de funcionamiento a las personas de las que son responsables, optan por esquivar las situaciones y disimular su falta de coraje ocultándose detrás de una sedicente prudencia o de una paternalista bondad. Y las personas que jamás han sido exigidas no pueden aprender a exigirse. A la epidemia de educadores pusilánimes en la exigencia de los deberes le termina siguiendo una plaga de educandos entecos incapaces de caminar cuesta arriba y contracorriente para alcanzar una meta.

Afirma G. Lipovetsky con tono triunfalista (El crepúsculo del deber): La retórica sentenciosa del deber ya no está en el corazón de nuestra cultura, lo hemos reemplazado por las solicitaciones del deseo, los consejos de la psicología, las promesas de la felicidad aquí y ahora. (…) La cultura sacrificial del deber ha muerto, hemos entrado en el período posmoralista de las democracias.

Con este género de apologética del posmodernismo, no es extraño que se vayan configurando unos estilos de vida en los que el derecho a la felicidad individual sin más referentes que los inestables deseos personales de cada momento, el rechazo a cualquier forma de autoridad convirtiendo la subjetividad en medida de todas las cosas, la sustitución de los ideales de entrega a los demás por el «altruismo indoloro», la conquista del bien por el disfrute inmediato del bienestar, vayan marcando la pauta de comportamiento. Pero el efecto más perverso de esta apologética de la despreocupada vida muelle creo que es la desvitalización y extirpación, en nuestros jóvenes, de todo germen de heroísmo, de toda aspiración a la excelencia. Sobradamente conocía el P. Morales el percal del que estaban hechos los jóvenes cuando apuntaba: La juventud tiene necesidad de exigencia para sentirse plenamente realizada. Los jóvenes consentidos y abandonados a los vaivenes de sus incitaciones, en el fondo, se sienten despreciados, y es posible que algún día pidan cuentas a los responsables de su educación por tantas cobardes claudicaciones travestidas de comprensión y de talante paternalista.

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