Tomás Santamaría

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Tomás Santamaría ascendiendo por una montaña nevada en Gredos, símbolo de su camino de fe y entrega.
Tomás Santamaría, en una ascensión por la montaña de Gredos, imagen de su incansable búsqueda de Dios en la naturaleza.
«Que es la vida una excursión
que va a la eterna mansión»

Era una de las canciones favoritas de Tomás que vivía y lo definen:

Nuestra vida camina hacia la altura
de un riente y dichoso paraíso,
[que es la vida una excursión
que va a la eterna mansión]. Bis

Tomás Santamaría Polo (1960-2024), salmantino de nacimiento, pero cacereño desde siempre, fue un entusiasta divulgador de su amor a la naturaleza y los animales y —como además— era un católico practicante, se servía de la creación para elevarnos a Dios.

En la revista Estar fuimos testigo del este entusiasmo creyente y creador en muchos artículos, alguno de los cuales reproducimos en esta separata.

Joven estudiante con la estrecha perspectiva de cualquier joven de su tiempo hasta que, a mediados los años 70, cuando estudiaba bachillerato, descubre a Jesucristo en unos ejercicios espirituales, y su percepción vital, empezó a descubrir los nuevos horizontes que se descubren con la fe cristiana.

Comenzó así su formación humana y cristiana en la Milicia de Santa María que tenía por entonces una presencia muy activa en Cáceres y en Malpartida de Cáceres.

Estudió Magisterio en Cáceres y, al finalizar, continuó estudiando en la facultad de biología de Badajoz, pero se trasladó a León y fue allí donde terminó la licenciatura e hizo el doctorado.

Inicia una intensa vida docente y divulgativa sobre ecologismo urbano, rutas senderistas, paisajes naturales, defensa de la naturaleza, etc. Trasladado a Valladolid como profesor, y luego vicedirector, del colegio Sagrada Familia-Grial, crea la asociación naturalista de jóvenes: Los Alcotanes, con lo que obtiene varios premios nacionales de investigación; en los veranos ponía en marcha el campamento Aula de la Naturaleza.

En Ávila desarrolla de manera muy fructífera sus dotes docentes y de investigador como profesor y vicerrector de la Universidad Católica.

La «hermana enfermedad», con sus dolorosas garras (cáncer de páncreas), le visita en el enero de 2021. Y le acompañará hasta el 26 de septiembre del 2024, cuando vuela a la eternidad.

Nos conocimos en Cáceres en el año 1975 cuando él era un incipiente militante de Santa María y yo el director de los Cruzados de Santa María en Cáceres. Desde entonces, y hasta su muerte en el 2024, siempre estuvimos en contacto. Medio siglo de amistad da para mucho y, por eso, me resulta imposible encerrar en dos páginas una vida —y una amistad— tan fecunda.

Me remito a los distintos testimonios y obras que —sintéticamente— exponemos en esta humilde publicación.

En la presentación de uno de mis libros, me presenta Tomás con palabras que yo hago mía para presentarlo a él: «Lo recuerdo como una persona activa, entusiasta y metódica, al que nada lo echa para atrás y las dificultades le hacen superarse y crecer. Yo sé que en aquellos momentos las dificultades no faltaron (ni faltarían). Incomprensiones y problemas de salud empezaban a surgir, pero en la vida, como él mismo nos dice en algunas de sus chispas, “es inevitable experimentar decepciones, desengaños, experiencias dolorosas, malos momentos…, situaciones en las que todos nuestros esquemas de valores, todos nuestros buenos propósitos, se tambalean por envites del egoísmo, la mezquindad y las zancadillas que abundan en el día a día”, pero sigue y sigue inasequible al desaliento…»

Inasequible al desaliento en la salud y en la enfermedad, fue un modelo de cómo caminar hacia la eterna mansión. Él —estoy convencido— ya ha llegado y, dada su idiosincrasia, seguro que nos prepara a diario sendas que nos faciliten recorrer con solvencia nuestra particular excursión que nos lleva a la eterna mansión.


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