Transformar el ambiente

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Transformar el ambiente
Transformar el ambiente

Traemos a este nº 300, un extracto de unos de los primeros artículos que publicó Abelardo de Armas en la naciente revista Estar. Fue publicado en febrero de 1968.


Me abruman los problemas de la juventud. Su mirada, la mirada apagada de la mayoría de nuestros muchachos, me infunde respeto. Me asusto pensando en el porvenir de nuestra Patria, y me indigno cuando contemplo en las calles, en los centros de trabajo, en los espectáculos y en todo un ambiente general perfectamente logrado, cómo se fuerza al muchacho a hundirse en un combate por la pureza, donde el desequilibrio de las fuerzas es tal que cualquiera que se vea obligado a convivir con ellos y sea capaz de observarlos con cierta profundidad no podrá quedar sin alarmarse ante tan graves consecuencias.

¡Cuánto más aquellos que tienen en sus manos la formación de esta juventud!

Para comprobarlo bastará a cualquiera adquirir la amistad sana y confiada del muchacho, de su propio hijo, de quien muy pocos padres saben ser amigos. Preséntele un ideal noble y bello, anímele a lograrlo.

(…)

Usted sentirá deseos de ayudar al muchacho, porque comprobará que es un pequeño culpable. Sólo un pequeño culpable, el gran culpable se llama AMBIENTE. El ambiente desbocado de placer, que no sé qué maligna fuerza ha sabido preparar para que el joven sea atraído por él y atrapado como el insecto que acude al jugo brillante de esas plantas carnívoras tropicales y perece allí agotado por unos pétalos que lentamente consumen su sangre hasta la extenuación.

Vea un caso rigurosamente auténtico: Luis era un pequeño de once años que conocí un día en un campo de deportes. Despejado, alegre, el brillo de sus ojos era fuego de pureza. Ya trataba con jóvenes bastante más mayores, pero supo ser tan decidido que le admitimos en aquel club de fútbol.

Gran corazón, con bellos sentimientos, accediendo a sus deseos, para que ayudase a su madre, a sus doce años le conseguimos una colocación. Centro de trabajo ejemplar, donde los gerentes cuidaban de su formación humana, intelectual y profesional. Acudía a nuestras escuelas de capacitación, donde formaba parte de un equipo de apostolado juvenil. Su padre acudía a buscarle a la salida de las clases la mayoría de las noches.

Los domingos, para completar su formación, se ausentaba de la capital con las excursiones que organiza la Milicia para jóvenes.

Luis llegó a los catorce años, y antes de meterse en los quince…

Me vinieron a buscar sus padres. Se había escapado de casa. Le encontraron después de dos días, a altas horas de la noche, en un salón de juegos. Había gastado dinero, el suyo y el que no le pertenecía, se había aficionado al billar, al tabaco y a malas mujeres.

Todavía le recuerdo llorando a mi lado. Arrepentido, con catorce años, tan pequeño hombre y tan grande pecador. Me contó y me indigné.

Madrid, el podrido ambiente de Madrid, había arrojado sobre su limpia alma el barro de las calles, de los espectáculos, de los quioscos, de las modas…

Fue demasiada la fuerza atractiva del ambiente.

Ahora, Luis lucha contra el lastre de sus precoces aventuras. Puede vencer. Luis y otros muchachos vencerán, pero para ello usted y yo hemos de luchar por transformar el ambiente.

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