450 Aniversario de la fundación por santa Teresa de Jesús del Monasterio de San José de Ávila
San José de Ávila. 24 de agosto de 1562. Cuatro jóvenes se habían ofrecido a la aventura. Se les da el hábito, se hace el Santo Sacrificio. Así, sin que la ciudad se aperciba, queda establecida la Reforma del Carmen. Se ha estrenado el primer convento en la casita de Juan de Ovalle y su hermana Juana de Ahumada.
Teresa utiliza allí a la que luego llamaría «su Priora», la Virgen, y a San José, «mi verdadero Padre y Señor». Les encargó el incipiente monasterio. No sólo se restablece la Regla del Carmen en su primitivo esplendor. Un espíritu evangélico íntegro y perfecto, unos nuevos primeros cristianos, una vida tan pura de oración, retiro, amor y sacrificio, que con razón pudo decir la santa reformadora, refiriéndose a sus monjitas, que «le parecía que andaba entre ángeles» (Fund. 1, 6). Teresa estaba encendida en amor. Se sentía quemar como Jeremías: «Era un fuego ardiendo en mi corazón, encerrado en mis huesos. No podía contenerlo» (20, 9). Ella que nunca había pensado en más conventos que el de San José. Allí encerrada con aquellos ángeles de sus hijas, se santificaría y moriría tranquila. Pero los designios del Señor son tan contrarios a las matemáticas humanas… Llevaba unos cuatro años en San José, y, estando en oración, una voz le dice: «Espera un poco, hija, y verás grandes cosas» (Fund. 1,8).”
Así relata el P. Tomás Morales en su semblanza de Santa Teresa de Jesús, con la precisión y el entusiasmo de fe que le caracterizaba, el momento el que la santa de Ávila inicia la reforma del Carmelo. Y con ella, un modo de vida evangélica y una espiritualidad basadas en la configuración personal con Cristo y en la vivencia radical del Evangelio.
Se cumplen, así pues, 450 años del inicio de la reforma teresiana, con la fundación del Monasterio de San José de Ávila, el primero de los “palomarcicos” de la Virgen que la santa castellana engendró para su Señor y para la Iglesia entre pruebas y contrariedades. Una anécdota entre elocuente y en cierto modo divertida: El Ayuntamiento de Ávila acaba de cerrar formalmente el proceso abierto hace 450 años contra la apertura del Monasterio de San José, que aún permanecía sin resolver. Si algo es de Dios, Él le da vida, permanencia y fecundidad.
COSA DE DIOS
Recuerda el Santo Padre Benedicto XVI, en su mensaje al Obispo de Ávila con ocasión de este acontecimiento, que el Señor mismo fue quien animó a Santa Teresa para que fundase el Monasterio de San José, inicio de la reforma del Carmelo, de la cual este 24 de agosto se cumplen cuatro siglos y medio, y que se celebra precisamente con un Año Jubilar en la diócesis abulense.
En dicho mensaje, el Papa se refiere a la espiritualidad teresiana como “una luz segura para descubrir que por Cristo llega al hombre la verdadera renovación de su vida”. Y define el estilo de la santidad que trasparenta una Teresa enamorada del Señor y que sólo quiso agradarle en todo: “Un santo no es aquel que realiza grandes proezas basándose en la excelencia de sus cualidades humanas, sino el que consiente con humildad que Cristo penetre en su alma, actúe a través de su persona, sea Él el verdadero protagonista de todas sus acciones y deseos, quien inspire cada iniciativa y sostenga cada silencio.”
PARA TIEMPOS RECIOS
La raíz de esta fuerza espiritual, añade el pontífice, está en la oración, en ‘tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama’ (Vida, 8,5), y propicia una forma de vida que favorece el encuentro personal con Cristo, para lo cual hay que ‘ponerse en soledad y mirarle dentro de sí, y no extrañarse de tan buen huésped’ (Camino de perfección, 28,2).
Este nuevo estilo espiritual sale al encuentro de un mundo nuevo también, de unos ‘tiempos recios’ en los que ‘son menester amigos fuertes de Dios’, y en los que no es posible la comodidad ni la superficialidad: “Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, quieren poner su Iglesia por el suelo. No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios asuntos de poca importancia” (Camino…, 1,5)
Benedicto XVI indica que “el fin último dela Reforma teresiana…, en medio de un mundo escaso de valores espirituales era abrigar con la oración el quehacer apostólico; proponer un modo de vida evangélica… desde la convicción de que toda auténtica reforma personal y eclesial pasa por reproducir cada vez mejor en nosotros la «forma» de Cristo (cf. Gal 4,19). No fue otro el empeño de la Santa ni el de sus hijas… Ante el olvido de Dios, la Santa Doctora alienta comunidades orantes, que arropen con su fervor a los que proclaman por doquier el Nombre de Cristo, que supliquen por las necesidades de la Iglesia, que lleven al corazón del Salvador el clamor de todos los pueblos.”
Esos tiempos son los nuestros: “También hoy, como en el siglo XVI, y entre rápidas transformaciones, es preciso que la plegaria confiada sea el alma del apostolado, para que resuene el mensaje redentor de Jesucristo… En esta apasionante tarea, el ejemplo de Teresa de Ávila nos es de gran ayuda. En su momento, la Santa evangelizó sin tibiezas, con ardor nunca apagado, con métodos alejados de la inercia, con expresiones nimbadas de luz. Esto conserva toda su frescura en la encrucijada actual, que siente la urgencia de que los bautizados renueven su corazón a través de la oración personal, centrada también en la contemplación de la Sacratísima Humanidad de Cristo como único camino.”
UN HORIZONTE DE NUEVA EVANGELIZACIÓN
¿Qué aporta el espíritu teresiano y carmelitano a la evangelización? Poner en Cristo el centro de la vida. “Consentir que el Espíritu Santo nos haga amigos del Maestro y nos configure con Él”, poniendo “la humildad en la conducta, la renuncia a lo superfluo, no hacer agravio, proceder con sencillez y mansedumbre de corazón… No anteponer nada a su amor, estando siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza y viviendo en filial obediencia a nuestra Santa Madre la Iglesia.”
Empezará esta novedad evangelizadora por la formación de familias que se apoyen y crezcan al fuego del Evangelio, de comunidades cristianas vivas y unidas que se funden en Cristo y sirvan a los demás de forma sencilla y generosa, en las que la oración y la vida interior impulsen el aprecio y vocación a la hermosura de la vida consagrada. De modo especial se refiere el Santo Padre a los jóvenes para que, a imitación de Teresa, tomen en serio la llamada a la santidad: “Aspirad también vosotros a ser totalmente de Jesús, sólo de Jesús y siempre de Jesús. No temáis decirle a Nuestro Señor, como ella: ‘Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?’.”
Una hermosa conclusión cierra el mensaje de Benedicto XVI: “Que María, Estrella de la evangelización, y su casto esposo San José intercedan para que aquella “estrella” que el Señor encendió en el universo de la Iglesia con la reforma teresiana siga irradiando el gran resplandor del amor y de la verdad de Cristo a todos los hombres.”
De modo especial, menciona a “las queridas Carmelitas Descalzas del convento de San José, de Ávila, que perpetúan en el tiempo el espíritu de su Fundadora.” A ese recuerdo y gratitud que abraza a todas las hijas de Teresa de Jesús, nos sumamos también los que deseamos alimentar nuestra vida con la savia carmelitana.