Una vida para amar

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Una vida para amar. Foto: Hernán Piñera
Una vida para amar. Foto: Hernán Piñera

Por Daniel Díez (Burgos)

Lo primero, he de decir que yo no soy quién para hablar de nada, sólo quería compartir con vosotros, a petición de un amigo, las reflexiones que últimamente ocupan mi pensamiento. Y no son nada más y nada menos que sobre la finalidad de la vida y el sentido del sufrimiento.

No puedo hablar de la experiencia del sufrimiento: no soy pobre, no se me ha muerto un ser querido, mi familia entera es un regalo, no sé lo que es la guerra, ni emigrar, ni siquiera lo que es trabajar de verdad. No lo he vivido, el Señor me tiene mimado en ese aspecto. Pero, aun así, sí que lo veo en las personas que me rodean, en la gente de mi alrededor. No hace falta irse a Perú para encontrar de todo eso aquí entre nosotros, aunque sí que es cierto que allí se da en más abundancia.

El sufrimiento es una realidad en la vida, no hay vida sin sufrimiento, no hace falta argumentar eso. Todos lo intentamos evitar y nos sentimos agradecidos cuando desaparece; y sin embargo Dios lo permite, Dios permite el sufrimiento; mediante él nos enseña a amar.

Los sufrimientos, vistos de esta forma, no son más que pruebas de amor. Dice Viktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido: en multitud de ocasiones, son las circunstancias excepcionalmente difíciles o adversas las que otorgan al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo. Y más adelante: Creyeron que en esas circunstancias el destino les liberaba de la tarea de la autorrealización, cuando en realidad allí se les ofrecía una oportunidad y un desafío.

El ser humano nace en esta vida para ser amado y aprender a amar. Nuestra fe nos dice que con la capacidad de amar con la que salgamos de este mundo dependerá nuestra capacidad para gozar en el próximo. Se podría comparar este tema con un estudiante que ha acabado la tarea que se le ha mandado. El profesor, entonces, le manda más tarea y seguramente de mayor dificultad, pero, ¿por qué? ¿Por amargarle la vida o por su propio bien, aunque él aún no sea capaz de entenderlo?

Un regalo, en definitiva, visto desde la fe. Es por eso que debemos dar gracias a Dios tanto por lo agradable como por lo muy desagradable. El sufrimiento no es incompatible con la felicidad, la fe es la que nos permite darle un sentido, haciéndonos felices en este mundo y aún más en el siguiente. Sin la fe, la vida pierde su sentido, no hay trascendencia para el dolor. Me dijo hace poco una persona muy querida con total amor en sus ojos: «Acepto y aceptaría vivir todo este sufrimiento con tal de poder ayudar a una sola persona que se encontrase en una situación como la mía».

Termino con una cita de Fiódor Dostoyevski: Sólo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos.

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