A Dios por la belleza

La via pulchritudinis

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Portada del libro "A Dios por la belleza. La vía pulchritudinis" de Eduardo Camino.
Portada del libro "A Dios por la belleza. La vía pulchritudinis" que explora la belleza como camino hacia Dios.

Nos hallamos ante una reflexión brillante y profunda, expresada de manera sencilla y a la vez cautivadora. El autor invita a experimentar la belleza como un camino privilegiado para comprender la maravilla de lo real, para apreciar la dignidad de las personas y para el encuentro con Dios. Su dedicatoria es toda una declaración de intenciones: «A todos los que un Dios solo racional les sabe a poco, y anhelan cada día ver su rostro: “Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro” (Sal 27,8). Porque la razón busca, pero es el corazón el que encuentra».

El libro consta de tres partes: 1ª. Una vía privilegiada de evangelización. 2ª. Hay bellezas, belleza… y belleza. 3ª. Testigos de la belleza. A lo largo de la exposición ofrece pistas y claves de comprensión que ayudan a captar el misterio que la belleza encierra, así como su potencialidad para atraer nuestro espíritu hacia lo trascendente y suscitar la nostalgia de Dios, que es la belleza misma.

La via pulchritudinis —el camino de la belleza— no lleva al abandono de la via veritaris —el camino de la verdad—, sino que invita a abrir el horizonte y a captar la suprema armonía existente entre el bien, la verdad y la belleza. Como se lee en el Catecismo de la Iglesia Católica, «la práctica del bien va acompañada de un placer espiritual gratuito y de belleza moral. De igual modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de la belleza espiritual» (n. 2500). La belleza se muestra en la naturaleza, pero también en el obrar humano. Juan Pablo II invitaba a hacer de la propia vida una «obra de arte».

La necesidad de la belleza en nuestra vida reclama una respuesta personal a la llamada creadora. «Todos nacemos con una semilla de belleza en nuestro interior… Al haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, poseemos una bondad, verdad y belleza naturales en estado de llamada que, con la ayuda del Espíritu, hay que cultivar… Se trata del deseo de Dios que tiene como síntomas la sed de infinito, la nostalgia de eternidad, el anhelo de un amor incondicionado y la necesidad de verdad y de paz. Esta tensión hacia la belleza lo es hacia la plenitud de nuestro ser… De ahí que no nos cansemos de admirar una puesta de sol, de absorber el olor de la primavera, de contemplar las hojas en otoño, de mirar el fuego de una hoguera o de escuchar nuestra canción favorita. Condenar a un hombre a vivir en la ausencia de hermosura le animaliza o le cosifica, le anula como ser humano» (pág. 52).

La belleza es propiedad o atributo de las cosas creadas, pero es preciso llegar a descubrir que ante todo la belleza es Alguien. La Belleza es persona. Aquella belleza que según Dostoyevski «salvará al mundo» no es otra en realidad que la belleza de Cristo.

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