Por Equipo Pedagógico Ágora
Las Vírgenes de Murillo son seres humanos de carne y hueso, pero en sus rasgos se refleja tal luz de santa hermosura, tal belleza de alma dulce, tal amor insondable, que las hace dignas rivales de las vírgenes de porcelana y luz salidas de la imaginación de los más grandes maestros.
Así se aprecia en este maravilloso ejemplo de pintura devocional del pintor sevillano, una de las más populares. El artista crea aquí dos figuras de excepcional belleza, con rostros serios y pose serena, que les dan un aire de reflexión que contagia al espectador. Como en otras muchas ocasiones, su esposa, Beatriz de Cabrera, servirá de modelo para la figura de María.
María, madre joven, está sentada en un banco de piedra, rodeando con sus brazos a un Niño Jesús que se sostiene con un pie apoyado en el banco y el otro en la pierna izquierda de su madre. El Niño, de unos cuatro años, tiene la cabeza a la altura de la de su madre, mejilla con mejilla. Con la mano derecha, María cubre al niño con un paño blanco, símbolo de pureza, a la vez que sostiene el rosario. Sujeta al niño con un dulce gesto maternal, leve pero firme.
El artista emplea diversos tipos de pinceladas para definir texturas. El trazo grueso da solidez a los pliegues rojos y azules del vestido y el manto, mientras que el velo diáfano color verde pálido que cubre la cabeza y un hombro de María resulta de un toque más ligero del pincel. Madre y niño están vivamente iluminados contra un fondo oscuro, en el estilo tenebrista característico de este período en la obra del artista. Murillo fue un maestro del colorido: el rojo saturado del vestido de la Virgen es un llamativo complemento al azul brillante del manto que le cae en el regazo.
Murillo era miembro de la Cofradía del Rosario, dedicada a la veneración de la Virgen María. Perteneció también a la sevillana Hermandad de la Caridad, revitalizada en 1663 por el caballero Miguel Mañara, padrino de bautismo de dos de los hijos de Murillo. El pintor era hombre devoto, recibió el hábito de la Orden Tercera de San Francisco y su presencia era habitual en los repartos de pan organizados por las parroquias a las que sucesivamente estuvo adscrito.
Su Virgen del Rosario tenía el propósito de servir de apoyo visual a los fieles en sus rezos y, en efecto, el rosario se encuentra en el centro de la composición, asido por ambas figuras. La Virgen y el Niño inspiran fervor en el espectador que reza meditando sobre los misterios del rosario.
Las figuras naturalistas de Murillo comunican cercanía, gracia y belleza. Con su rostro ovalado, nariz y labios delicados, ojos oscuros, límpidos, esta Virgen es imagen viva de la santa hermosura.







