A cataratas, Dios misericordia

Las imágenes de la misericordia tomadas de la naturaleza por el P. Morales

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Cataratas
Cataratas

El P. Morales gozó de una rica experiencia de la misericordia de Dios. En los escritos de los santos, y sobre todo en la Sagrada Escritura, al calor de la oración, fue encontrando la fuerza en su debilidad para acercarse más a Dios, y para dejarse transformar por Él.

Gran educador en los caminos del espíritu, para transmitirnos esta experiencia, acudió a las imágenes de la misericordia que le aportaban los santos y la Escritura, pero también a sus vivencias personales y a los detalles de la vida cotidiana. Las imágenes que utiliza son abundantes; algunas de ellas de gran fuerza expresiva. En este artículo haremos un recorrido por las imágenes que toma de la naturaleza, con el deseo de que nos impulsen a recorrer los caminos de la misericordia al inicio del Jubileo de la Misericordia.

El agua

El líquido elemento se presta a imágenes evocadoras: el río, el mar, la gota de agua, o la sed, están frecuentemente en las invitaciones del P. Morales a dejarnos arrastrar, inundar o colmar por la misericordia de Dios. Veamos algunas de ellas.

La natación era el deporte preferido del P. Morales. Y después de una buena caminata, la delicia del baño refrescante le impulsaba a intimar con el Señor: Muchas veces al bañarme en el Tormes, supino rostro arriba, mientras iba nadando entre las copas de los pinos y el cielo azul, después de hora y media de camino, bajando y sudando entre guijarros, me encontraba en la placidez del nado. Y entonces me venían al recuerdo y sobre todo al corazón las palabras de Santa Teresa (eran tierras de Ávila, claro): “la batalla es corta, pero el premio es eterno” y me encontraba deliciosamente después de los sudores de la marcha, sumergiéndome en las aguas del río, cantando las misericordias del Señor[1].

Siguiendo con la sugestiva imagen del baño en el río, comenta en otra ocasión: Necesito abandono para dejarme arrastrar por la corriente de amor. Estás en el río, te arrastra la corriente si no te agarras. Tan sencillo es eso… ¡Si es mucho más fácil que nadar: dejarse arrastrar! Para eso ha venido el Hijo del Hombre a la tierra, para arrastrarme en el río de vida divina que es su humanidad santísima[2].

En otros momentos acude a la imagen de la cascada, que evoca los torrentes del amor del Corazón de Cristo: Estaba yo en las Alpujarras una vez y vi caer en catarata por una cascada una cantidad impresionante de agua, y enseguida me acordé del prefacio del Corazón de Jesús: torrentes. Aquí está: a cataratas, Dios misericordia[3].

El océano, por otro lado, evoca la inmensidad. Así lo aplica él a la misericordia: Una Cuaresma que comienza es para sentirse anegado en las aguas de las misericordias de Dios, sepultando mis infidelidades. Es empezar a nadar en las aguas de las misericordias de Dios. Y no hay nada tan delicioso como empezar a adentrarse en este mar[4].

En 1913 el presidente de los Estados Unidos, Wilson, desde Washington, presionó un botón para abrir el canal de Panamá: la señal, transmitida por telégrafo, hizo explotar el dique en Gamboa, el último obstáculo que quedaba. El P. Morales recrea este acontecimiento y lo aplica así: Cuando a comienzos de siglo se abrió el istmo de Panamá, para vencer las últimas resistencias de la roca, se dispuso un mecanismo para que a 3.000 kilómetros desde la Casa Blanca de Washington, dando la vuelta a un conmutador, explotase, e inmediatamente las aguas del Pacífico tocasen las aguas del Atlántico en un momento. Basta que Cristo en el sacerdote diga: “Yo te absuelvo”, y en ese momento se ponen en comunicación dos océanos: tu malicia y la bondad inmensa de Dios. Desaparece tu pecado, y la misericordia de Dios queda flotando[5].

A veces basta una simple gota de agua para que brote la consideración de la misericordia de Dios: Te encuentras con cardos por ahí (hay muchos en esta finca). ¡Qué bonitos están al amanecer, cuando una gotita de agua se ha colgado y se transforma en una perla! Aquí está el amor: algo insignificante, baladí, una acción pequeñísima (un dejar de mirar acá o allá sin curiosidad cuando vas por la calle, o donde estés…) con amor: un potencial infinito para descargar gracias de perdón y de misericordia sobre el mundo[6].

O la niebla… Como la niebla que nos ha envuelto por todas partes y que no nos dejaba mirar el paisaje: así el Corazón de Jesús con nosotros, cercándonos con esa niebla del amor. Realmente el paisaje con niebla tiene misterio, tiene una belleza, tiene algo especial, nuevo. Pues así, una especie de niebla espiritual es la que pone Jesús cuando el alma se va metiendo dentro de su Corazón santísimo. Es la niebla de amor con que el Corazón de Jesús nos va envolviendo. Qué bonito ver el paisaje así[7].

En ocasiones la imagen “se da la vuelta”. Así la falta de agua, la sed, el vacío, hablan del deseo de ser saciados por la misericordia: para ofrecerse al amor misericordioso, no hace falta más que tener imperfecciones, miserias, nada, estar vacío…, y entonces, estando vacío, lo que pasa con un vaso de agua: si está totalmente vacío lo puedes llenar de vino, si no, nada. Como Dios tiene horror al vacío, en cuanto ve un alma vacía de sí misma, ya está llenándola[8].

Y concluye así: Todo se reduce a una doble sed: sed de Dios y sed de la criatura. En Dios, sed de ser amado. En la criatura, sed de amor. Por una parte, el amor infinito que tiene sed de darse. Por otra parte, la nada miserable que quiere ser colmada. Este flujo y reflujo explica todas nuestras relaciones con Dios. Dios que tiene sed del que le anhela, del que quiere beberle. “Ni el Creador ni la criatura pueden estar sin amar”. ¡Qué frase tan bella y tan delicada ésta del Dante!

La montaña

El P. Morales evoca con frecuencia su experiencia montañera para darnos a entender la misericordia de Dios. Repetía con pequeñas variaciones este pensamiento tan consolador: Quiere edificar Jesús por encima de mi nada. La santidad no consiste en una combinación de trenes que, si no se toma uno, se pierden las esperanzas de llegar. Es más bien una excursión a los Alpes, que si se pierde un camino y das con un buen guía, haces la marcha más maravillosa y segura hasta coronar la cumbre, con tal de que seas humilde y te dejes llevar[9].

Se ha comentado que la pedagogía del P. Morales era una pedagogía de cumbres. Pero sería más exacto decir que es una pedagogía de cumbres y abismos. Así lo consideraba él: No puedes tocar la cumbre del Monte Blanco sin antes, desde Chamonix, haber pasado por muchos abismos, muchos barrancos. Barrancos, abismos y cumbres se encuentran en los Alpes —y en todas las montañas— muy cerca. El barranco de mi pecado reconocido y amado, no el pecado mismo, pero sí el verme tan miserable, me levanta a la cumbre del amor de Dios[10].

Y en otra ocasión: En las montañas te haces cargo de lo que es una cordillera con la belleza de los picachos de granito, perdidos en el cielo azul, coronados quizá de nieve, cuando estás en el barranco. En la laguna de Gredos puedes contemplar mejor la crestería de granito cuando estás precisamente en la laguna, que no encima. Cuando estás en uno de los picos contemplas el panorama, por supuesto; pero la crestería de la cordillera solamente la contemplas bien cuando estás metido en el barranco. Desde el barranco de tus miserias y pecados descubres la maravilla que es Dios perdonando, teniendo paciencia[11].

La evocación de sus marchas montañeras aporta nuevas imágenes: Acercarse a Dios es mirarle, levantarme de mis propias miserias. Es lo que hago cuando voy coronando un pico: no miro al abismo, porque si no, me caigo. Mira la cumbre adonde vas, Jesucristo[12].

Y para cerrar este apartado, un apunte sobre la roca: Miseria al contacto del amor de Dios se diviniza y cristaliza en eternidad, y ya no hay erosión, ni de agua ni de lluvias, que haga que esa roca en que ha cristalizado la miseria, deje de estar glorificando para siempre el poder del Padre, la sabiduría del Hijo y el amor del Espíritu Santo[13].

Naturaleza viva

Los árboles, tan abundantes en los paseos y marchas del P. Morales, le sirven para darnos a entender el amor misericordioso de Dios: Lo que da vida al árbol del amor de Dios es que tú estés enraizado en tu miseria. Porque es lo de San Agustín: ¿quieres levantar un gran edificio de santidad? Pues ante todo, hondas raíces de humildad. Porque en el momento en que se arrancan las raíces de cualquiera de esas hayas, se secan[14].

Unas veces el árbol es el Señor en quien nos apoyamos: Perder de vista a Jesucristo, es lo mismo que las enredaderas cuando pierden el árbol en que se enroscan: sabe que no puede tener alimento si no se enrosca. Pues el alma es lo mismo, si no se enrosca en Cristo[15].

Y en otras ocasiones el árbol es uno mismo: No rebelarme contra las miserias. Nadie se extraña de que la encinabellotas, por lo tanto, gozarme en las bellotas que da mi encina y admirarme de que hay un Dios dentro de mí, cuidándome como una madre cuida a sus hijos. Paciencia[16].

Los animales

Y, por último, citaremos algunas imágenes sobre animales. A partir de una experiencia suya nos invita a ser… Águilas como aquella de Gredos, en Los Galayos: cuando me acerco —iba unos cien metros distante de la primera escuadra— en cuanto siente ruido, primero se infla hasta adquirir un volumen doble o triple, y luego ya, una vez que ha inflado sus plumas, extiende las alas majestuosas y empieza a volar por el cielo inmenso. Me acerco y ya estaba planeando en la vertiente sur de Gredos, majestuosa, imperial. Así estas almas, desplegadas siempre para volar, sin hundirse nunca en sus miserias: iluminadas por Él, desaparece la tristeza del rostro y brilla la alegría de Dios[17].

Terminamos con la evocación del jumentillo: un final humilde, que tanto nos dice sobre nuestra relación con el Señor: Soy un jumentillo, borriquillo ante Ti. ¡Qué bonitos son los salmos! Pero siempre estoy a tu lado, siempre estoy contigo. Es que así es como rendimos homenaje al amor de Dios a su bondad, y este homenaje, reconociendo nuestras miserias, es tan agradable a Dios que lo inclina paternalmente a colmar de bienes a ese hijo suyo que se presenta así delante de él, como un jumentillo[18].

Notas


[1] Ejercicios espirituales a los Cruzados de Santa María (EEC) 1991. Homilía del 21 de agosto.

[2] EEC 1971. Oronoz (Navarra).

[3] EEC 1983, Santibáñez de Porma (León).

[4] Retiro 8-9 febrero 1975. Los Negrales (Madrid).

[5] EE 1977 (23-28.11), Los Negrales.

[6] EEC 1978, Santibáñez de Porma.

[7] EEC 1968, 24.8-24.9, Villagarcía de Campos (Valladolid).

[8] EEC 1980, Santibáñez de Porma.

[9] EEC 1968, 24.8-24.9, Villagarcía de Campos.

[10] EEC 1981, Villagarcía de Campos.

[11] EEC 1977, 23-31.8, Santibáñez de Porma.

[12] EEC 1981, Villagarcía de Campos.

[13] EEC 1972, Oronoz.

[14] Id.

[15] Id.

[16] EEC 1970, Oronoz.

[17] EEC 1981, Villagarcía de Campos.

[18] EEC 1983, Santibáñez de Porma.

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