¿A qué nos invita santa Teresa hoy?

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A qué nos invita santa Teresa hoy
A qué nos invita santa Teresa hoy

Por Hna. Pilar Huerta, Carmelo de Toro (Zamora)

Cuando estamos a punto de terminar el año jubilar teresiano que venimos celebrando (15 octubre 2023), podemos pedirle a Teresa que nos diga una palabra a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI. Y seguro que algo nos dirá que nos llegue al corazón.

Vivimos un tiempo en el que todo nos invita a mirar hacia fuera. Los estímulos que nos rodean están pensados para captar nuestra atención y «vendernos el producto» al precio que sea. Nos bombardean con ofertas de todo tipo en las que se nos promete una felicidad duradera, eso sí, ligada siempre a tener y consumir más.

Pero pensemos que muchas veces la gente sufre verdadera aflicción por aparentar tener, por exhibirse, caminando siempre por rutas artificiales. Hay gente que se muere por vestir al último grito de la moda. En buena medida es un mundo de apariencias.

Por supuesto que es legítimo y sano el deseo de triunfar y de sentirse realizado. Pero por triunfar casi nunca se entiende el hecho de ser productivo y sentirse íntimamente gozoso, sino el hecho de proyectar una figura social aclamada.

Pues frente a un mundo de apariencias, donde todo son estímulos hacia el exterior, Teresa de Jesús tiene un mensaje para nosotros hoy. Un mensaje de autenticidad personal. Ella de alguna manera nos enseña el camino inverso. En lugar de ir hacia fuera, nos invita a mirar hacia dentro de nosotros. Su gran lección es que nos demos cuenta de que «¡estamos habitados!».

Uno de sus libros lleva por título El castillo interior o Las moradas. Pues bien, ese castillo o palacio somos cada uno de nosotros. Y ese castillo que somos nosotros está habitado por un rey que es Dios.

Dice Teresa: «Pues hagamos cuenta que dentro de nosotras está un palacio de grandísima riqueza, todo su edificio de oro y piedras preciosas…, y que en este palacio está un gran Rey, que ha tenido por bien ser vuestro Padre, y que está en un trono de grandísimo precio, que es vuestro corazón…» (Camino de perfección 28, 9).

Es una pena que nos podamos pasar la vida sin conocer esta verdad. Y claro, cuando no se conoce, se corre el peligro de buscar fuera lo que llevamos dentro.

Es aquello que decía san Agustín: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba…».

Pues bien, Teresa nos invita a entrar en el castillo (en nosotros mismos), y dejar la superficialidad. Es verdad que si no estamos acostumbrados a este ejercicio de interiorización, nos puede costar esta forma de orar al comienzo.

Por eso ella, como maestra de oración que es, nos da unos consejos en su libro Camino de perfección: «Representad al mismo Señor junto con vos y mirad con qué amor y humildad os está enseñando. Y creedme, mientras pudiereis no estéis sin tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle cabe vos y él ve que lo hacéis con amor y que andáis procurando contentarle, no le podréis echar de vos; nunca os faltará…» (Camino de perfección 26, 1).

Y continúa diciendo: «¿Pensáis que importa poco entender esta verdad y ver que no es menester para hablar con su Padre Eterno ir al cielo, ni para regalarse con él, ni ha menester hablar a voces? Pues por bajo que hable está tan cerca que nos oirá. Ni tiene necesidad de alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con gran humildad hablarle como a padre, pedirle como a padre, contarle sus trabajos, pedirle remedio para ellos…» (Camino de perfección 28, 2).

Esto es lo primero. Buscar un tiempo para ponernos en soledad. Y después hablar con él con toda confianza, no precisamente oraciones compuestas, nos dice ella, sino de la «pena de vuestro corazón, que las tiene él en muy mucho». Esta verdad resuena entrañablemente en nuestro corazón, y es capaz de suscitar nuestros mejores sentimientos de amor. Aceptar que a Jesús no sólo no le somos indiferentes, sino que está pendiente de nosotros, es una de las verdades que se nos revelan en la intimidad de la oración. Esto no quiere decir que no podamos orar de otra forma, con oraciones ya hechas, como el rosario por ejemplo. O con el rezo litúrgico de los salmos, etc., pero lo que ahora ella nos enseña es esta forma de orar compartiendo nuestra vida entera y preocupaciones como con un amigo.

Y sigue diciéndonos: «No os pido más de que le miréis. Pues ¿quién os quita volver los ojos del alma, aunque sea de presto si no podéis más, a este Señor? Pues podéis mirar cosas muy feas, ¿y no podréis mirar la cosa más hermosa que se puede imaginar?… Como quisiereis le hallaréis… Si estáis alegre, miradle resucitado; que sólo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del huerto…» (Camino de perfección 26, 3-5).

Ella nos dice que para ayudarnos a esto nos puede servir «traer una imagen o retrato de este Señor… para hablar muchas veces con él… Como habláis con otras personas, ¿por qué os han más de faltar palabras para hablar con Dios? No lo creáis» (Camino de perfección 26, 9).

Y por si alguien tiene la tentación de pensar que esto es para un número reducido de personas, Teresa nos da este mensaje: «Mirad que convida el Señor a todos. Pues es la misma verdad, no hay que dudar». Y una promesa: «Tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino, no les faltará esta agua viva» (Camino de perfección 19, 15).

Con estos retazos y en palabras de la propia santa, he querido dejar aquí para todos los que lo deseen el aliento de Teresa, su experiencia de vida y su convencimiento de que la oración, «no es otra cosa, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama» (Vida 8, 5).

Este es el secreto de Teresa, la palabra que traspasa el tiempo y el espacio para llegar hoy a nosotros.

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