Calor humano en el frío de la Patagonia

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Grupo Juan Pablo II en Argentina
Grupo Juan Pablo II en Argentina

Por grupo Juan Pablo II en Argentina

A comienzo del curso 2021-22, el grupo Juan Pablo II, formado por universitarios y jóvenes profesionales (21-27 años), lanzó la propuesta de transformar el verano 2022 en una experiencia misionera realizada en pequeños grupos. Con ello pretendíamos ayudar a distintas instituciones de la Iglesia que misionan por el mundo pero, sobre todo, permitir que estos jóvenes crecieran en un entorno que les saque de su zona de confort y les facilite poder entregar todo lo bueno que llevan dentro. Salieron finalmente cuatro grupos para fuera de España: Costa de Marfil, Argentina, Guinea Ecuatorial y Perú; y dos para España: Basida y Misioneras de la Cruz. 38 jóvenes implicados en total. Fue una verdadera fiesta la misa de envío que tuvimos el 25 de junio, con la bendición y entrega de una cruz simbólica de misioneros. De varios de ellos contamos una breve experiencia; de Perú no, porque se encuentran aún en ella.


El grupo de Argentina quedó formado por tres jóvenes maestros de primaria e infantil (Asís, Raquel y Lucía), cuyas habilidades darían mucho juego, y un profesor de universidad (Javier), apoyados en Virginia, que ha sido misionera durante muchos años en Argentina y conocía perfectamente el terreno que íbamos a pisar. Salimos el 11 de julio para Buenos Aires. Interesantes encuentros con un grupo universitario católico y con una villa marginal de Buenos Aires, a la que nos acompañó un obispo salesiano como guía, «porque si entráis vosotros solos, os despluman completamente». Un primer encuentro con la pobreza y con la acción de los salesianos por estas tierras, que son reconocidos y queridos.

El 14 llegamos a San Carlos de Bariloche, población de la Patagonia, zona muy turística por su paisaje y sus bellezas naturales, junto al lago Nahuel Huapi. Un paisaje indescriptible: montaña, nieve, lagos, que tuvimos la fortuna de disfrutar en algunos días de desconexión de la actividad. Pero nosotros no hemos estado en el Centro, núcleo más turístico y de mayor nivel económico, sino en El Alto, barrio más desfavorecido, una zona donde se vive con bastantes limitaciones, en pequeñas casas de una sola habitación hechas con maderas y un tejadillo de uralita que no siempre aísla.

Ha sido una experiencia sumamente enriquecedora, donde hemos podido observar otra cara de la Iglesia, más pobre, pero más cercana al hombre que sufre. Las peticiones en la misa no son generales: por los que sufren, los necesitados, etc., sino por personas cercanas con nombre y apellido a quienes se pone rostro y a quienes se atiende una a una.

Llegamos en pleno invierno, con bastante nieve. Fortísimo contraste entre los 40 grados largos de este verano sofocante madrileño, y los 5 bajo cero de Bariloche. Los primeros días, de nieve, lluvia, con los caminos embarrados, se hicieron duros. Tan pronto como se secaba la ropa en las estufas de gas que teníamos, se volvía a empapar nada más salir a la calle. Con todo, fuimos dándonos cuenta de que el frío era solo externo, porque el calor humano era muy superior. Por ejemplo, que fuera el obispo de la diócesis a buscarnos al aeropuerto y que nos recibiera con un abrazo y un «ustedes ya han hecho la misión. El hecho de venir aquí ya es misión» fue el mejor recibimiento que podíamos imaginar, y el resumen del mes que hemos estado.

La acogida de los tres salesianos, donde vivíamos los varones, y de las tres hermanas dominicas, donde residían las mujeres, ha tenido la misma tónica. Podríamos añadir las invitaciones a tantas casas donde nos sentíamos como uno más de la familia. La acogida y la solidaridad han sido impresionantes, como puede demostrarlo Javier, que se fracturó la cadera el penúltimo día al pisar una placa de hielo y ha tenido que quedarse allí otras cuatro semanas en un hospital de Bariloche.

En estos días hemos estado a disposición de las necesidades de la comunidad, para lo que fuera saliendo. Desde ayudar en comedores de niños de distintos asentamientos al refuerzo escolar con chicos a quienes les cuesta más el estudio, la visita a ancianos por las casas, acompañar a la Comunidad de María en su oración de los martes, participación en las eucaristías, encuentro con los jóvenes, estar con ellos en sus diversiones, etc.

Nos hemos encontrado con una Iglesia con un laicado muy vital, que tiene sensibilidad y preocupación por cada vecino que sufre; que suple la falta de sacerdotes (23 para una diócesis joven que tiene la extensión de toda Andalucía) celebrando liturgias de la palabra y dando la comunión; que acoge en sus talleres formativos, celebraciones y ayuda a los miembros de otras religiones y sectas —muy insertadas en el pueblo—, aunque no sean correspondidos por ellos. Un laicado que nunca excluye ni tiene acepción de personas. Una zona que vive el resurgir reivindicativo de algunos pueblos originarios, como los mapuches. Ellos reclaman sus tierras y un modo de vida previo a la llegada del hombre blanco. Costumbres ancestrales que se enfrentan al ritmo que impone la sociedad actual.

Como conclusión diríamos que es posible que vivamos en nuestro pequeño mundo pensando que no hay nada fuera de él. Viene muy bien hacer una experiencia de este tipo: salir de nosotros y volar a la otra parte del mundo para encontrarse con personas que no tienen qué comer o con qué vestirse. Hemos visto la pobreza, y desde dos ambientes: la de la gente sencilla en lo material, y la nuestra en la impotencia para resolver problemas que nos superan. Pero lo más maravilloso, allí también está la Iglesia en medio de hombres y mujeres que atienden esas necesidades. Si Cristo dijo al final de la famosa unción de Betania: «pobres los tendréis todos los días hasta el fin de los tiempos», es verdad también que surgen personas que tratan de calmar esa pobreza y esas necesidades. Merece la pena salir de uno mismo para ver otro mundo, y no precisamente en plan turístico.

Gracias, Bariloche, porque con el calor de tus abrazos has derretido el frío ambiente.



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