Mi buen amigo José Alfredo Elía me envió, con el gracejo que le caracteriza, este luminoso cuadro justo cuando estaba preparando mis reflexiones para este rincón del arte Así que me libró de la penosa tarea de seleccionar. El texto literario me vino de rondón: Becquer con dos de sus rimas, una muy conocida, la otra muy poco. Dice la segunda:
¡Qué hermoso es ver el día
coronado de fuego levantarse,
y a su beso de lumbre
brillar las olas y encenderse el aire!
¡Qué hermoso es tras la lluvia
del triste otoño en la azulada tarde,
de las húmedas flores
el perfume beber hasta saciarse!
¡Qué hermoso es cuando en copos
la blanca nieve silenciosa cae,
de las inquietas llamas
ver las rojizas lenguas agitarse!
¡Qué hermoso es cuando hay sueño
dormir bien… y roncar como un sochantre…
y comer… y engordar… y qué desgracia
que esto sólo no baste!
Una lectura atenta nos permite descubrir el desconcertante final. Las tres primeras estrofas nos exaltan el gozo de la contemplación de la naturaleza, al levantarse pletórico de luz el día, al oler el perfume de las flores tras la lluvia de otoño o frente al encendido hogar ver las inquietas llamas mientras cae la nieve blanca y silenciosa. Inesperadamente rompe el tono poético y, como si de un chiste se tratase, nos lleva a la más vulgar realidad y nos habla de dormir, roncar, comer y engordar, propias de un costumbrismo satírico. La contraposición de planos, sin embargo, nos ayuda a comprender la fuerza del último verso, una constatación demoledora si no llega a escribir “sólo”. Ni una ni otra experiencia por sí solas nos basta. Como veis queda al descubierto el misterio de nuestra condición humana. Necesitamos mucho más que lo que nos llega a través de los sentidos, venga de la vista o del gusto. El corazón inquieto agustiniano.
Magritte no sólo nos deleita los sentidos, pretende hacernos pensar. Es su pintura una narración con mensaje. Se trata de un autorretrato del artista en el momento en que contemplando el huevo que está sobre la mesa pinta el ave de alas desplegadas que un día ha de llegar a ser. Lo prodigioso del cuadro no reside en la ingeniosa ocurrencia de relacionar el origen con su desarrollo final, sino en seguir contemplando el origen, el huevo, cuando ya casi está terminando la obra, porque es en el origen donde está el proyecto de ser. Padres y profesores, ocupad el lugar del pintor. Vuestros hijos, vuestros alumnos tienen un proyecto personal originario que debemos ayudar a que alcance su plenitud. Somos comadronas y no creadores de su ser.
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro espera
que le diga «Levántate y anda»!
¿Quién no ha oído o no se sabe de memoria la rima “Del salón en el ángulo oscuro”? No voy a repetir la interpretación más generalizada. La traigo a mi tema de hoy. Todo ser humano es un arpa y, si no un genio, al menos un ser único e irrepetible. La mano de nieve eres tú y soy yo. Todos nuestros hijos y alumnos necesitan de alguien que saque los sones de sus cuerdas facilitando que lleguen a alcanzar lo que en germen les dotó el Creador. De lo contrario se quedarán no atrofiados, sino muertos, como Lázaro. Lo sobrecogedor es que la voz que debe decirles «Levántate y anda» somos nosotros. Es el Señor quien nos lo encargó.