Será preciso pensar en una educación alternativa que se plantee generar en los jóvenes la íntima satisfacción de sentirse diferentes. Rebeldes que saben que hay otro reino que no es de este mundo en el que están instalados, y están dispuestos a llegar hasta él, aunque sea en “patera”. Esa educación alternativa necesita educadores alternativos, espacios alternativos de educación y estrategias educativas alternativas.
En un encuentro para reflexionar acerca de la nueva evangelización organizado por los Cruzados de Santa María en octubre de 2012, se interrogaba a Mons. Fernando Sebastián acerca de qué tenían aquellos primeros cristianos que hoy nos falta a nosotros. D. Fernando, siempre directo y perspicaz decía: Los primeros cristianos tenían temple de mártires. Estaban dispuestos a dar la vida por la fe (…). Sólo así se cree de verdad en Dios.
Es decir, tenían conciencia de minoría. Lo que encontramos en aquellos primeros cristianos es, ante todo, a personas que creen “en” Dios, confían plenamente en Él, y Lo esperan. Y todo ello, tan “a contra corriente”, que corren el riesgo del martirio. Su fe les ha convertido en personas dislocadas de la sociedad. Quizás sea esta expulsión de las correcciones sociales y políticas de su época a causa de su fe lo que les lleva a buscarse, a defenderse, a refugiarse unos en la estima y cuidado de los otros, a proporcionarse mutuamente la estima que se les niega en el ágora social, a hacer piña para mantenerse en la fe y, más perentoriamente, en la vida.
Se unen, ciertamente, para sobrevivir, pero, sobre todo, para que sobreviva el fuego de la fe en el Dios vivo ante las amenazas y agresiones del medio. Esto crea un tal clima de mutua protección y cuidado, que pronto produce perplejidad a cuantos los observan desde fuera, hasta el punto de poder exclamar: ¡mirad cómo se aman! Y la perplejidad ha de llevar a interrogarse acerca de qué o quién les convoca a vivir en esa unión. Y, puesto que allí convergen ricos y pobres, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, judíos y gentiles, libres y esclavos, etc., la pregunta se hace aún más apremiante: ¿Qué es lo que les convoca a vivir juntos que está más allá de la condición económica, de la condición social, de la condición cultural, etc.?
Es así como su ajuntamiento se convierte en un dedo que apunta a Alguien que está más allá. Esa comunidad se convierte para quienes les rodean en signo de un Dios más grande que lo más grande en la estimativa de los hombres.
Quizás el primer impulso a la comunidad lo produjo una tendencia a la supervivencia de unos primeros cristianos perseguidos a muerte, pero pronto el modo de vivirla la convierte en un signo que la trasciende: en signo del Amor. Tenían un corazón y un alma sólo.
Me parece pertinente que hoy, cuando se preconiza el retorno al espíritu comunitarista de las primeras comunidades cristianas, no se pierda de vista la motivación original que sostiene y explica la peculiar unión original de aquellos primeros cristianos perseguidos: personas que creen “en” Dios, confían plenamente en Él, y Lo esperan (…) Los primeros cristianos tenían temple de mártires. Estaban dispuestos a dar la vida por la fe (…) Sólo así se cree de verdad en Dios. Sin este impulso, todas esas formas de fraternidades y de caridades épicas pueden llegar a ser parte del espectáculo en el que nuestra civilización tiende a reducir incluso a la ética: parecería que lo relevante no es “hacer el bien”, sino “quedar bien”. Y el espectáculo requiere espectadores que jaleen y aplaudan. Por eso se cultiva hoy una educación religiosa en la que parecen ser más importantes las técnicas de seducción que la Verdad desnuda del mensaje original. Como el adolescente necesitado de satisfacer su impulso a la afiliación y a la pertenencia mediante la estima de sus iguales es capaz de dejarse arrastrar hasta las más degradantes sociopatías, hay un cristianismo de consumo, anhelante de aplauso y de salvoconductos culturales, más atento a las vigencias sociales, -a veces con el señuelo de “signos de los tiempos”- que a la Palabra eterna. Así, puede uno pensar que regatea la marginación e incluso la persecución sin hacer demasiada violencia a la propia conciencia. Pero lo dramático es que la Verdad siempre espera para ajustar cuentas.
Todo parece indicarnos que hoy, como en los primeros tiempos, incluso en nuestro medio cultural de raíz y tradición cristiana, el cristianismo vital es un llamado, una vocación, a vivir en los márgenes de las vigencias sociales y culturales. Habéis oído que se dijo (o se dice, o todo el mundo piensa y hace…), pero Yo os digo…
Por ello, será preciso pensar en una educación alternativa que se plantee generar en los jóvenes la íntima satisfacción de sentirse diferentes. Rebeldes. No rebeldes conformistas, que son aquellos jóvenes que quieren lo que tienen los burgueses a los que dicen despreciar, pero lo quieren ya, y, como no pueden, se rebelan. No rebeldes por resentimiento: al sentirse incapaces de practicar la virtud, como la zorra de la fábula despreciando las uvas, tratan de convertir la virtud en vicio. No. Rebeldes que saben que hay otro reino que no es de este mundo en el que están instalados, y están dispuestos a llegar hasta él aunque sea en “patera”. Esa educación alternativa necesita educadores alternativos, espacios alternativos de educación y estrategias educativas alternativas. ¿No estaba llamada a esto la educación católica?