David Woodby: buscando la verdad

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David Woodby
David Woodby

David Woodby nació en 1951 en un entorno familiar ausente de prácticas religiosas. Aunque sus padres y hermanas no mostraran compromiso alguno con Cristo o su Iglesia, siempre —al ser preguntados— decían que eran cristianos.

Cuando David cumplió los catorce años, él y sus tres hermanas comenzaron a asistir a una iglesia bautista, aunque sin involucrarse en reuniones o catequesis doctrinales.

Y cuatro años después David conoció y se enamoró de Harriet Dvorsky. Ella se había criado en un ambiente católico, y de hecho había recibido los sacramentos del bautismo y confirmación, pero al cumplir los catorce años abandonó toda práctica religiosa.

Poco después se casaron, en la iglesia bautista a la que David pertenecía, y se instalaron en Ypsilanti (Michigan), donde David comenzó a trabajar en una factoría de la General Motors. Y allí vivieron durante seis años, pero sin asistir a servicio religioso alguno por no existir en esa población iglesia de denominación bautista.

Primeras inquietudes

No obstante, David desarrolló el hábito diario de leer la Biblia. También comenzó a comprar libros, revistas y periódicos cristianos. Su lectura no tenía ni criterio ni razón pues leía material de autores católicos y anticatólicos, autores carismáticos y anticarismáticos. Pensaba que cada iglesia tenía en su doctrina tanto de verdad como de errores. Y por ello uno solo necesitaba aferrarse a lo que en conciencia creyera era verdad y rechazar lo erróneo. Y el Espíritu Santo lo guiaría.

Con tal pensamiento, decidieron unirse a una iglesia luterana, y en ella bautizaron poco después a sus dos hijos. Ambos se involucraron profundamente en la vida de la congregación. Y pronto David estaba enseñando en su escuela dominical, a punto tal que fue elegido como presidente del consejo de la iglesia.

Después de unos años, se convenció de que el Señor quería que fuera pastor de esa iglesia. Se inscribió, pues, en la Eastern Michigan University. Y allí una cosa que Dios le proporcionó fue un lugar para la meditación y la oración. Se trataba de una capilla católica. Todos los días rezaba en la capilla mientras se celebraba la misa. Le impresionó la belleza de la liturgia y la sincera humildad de los fieles cuando decían: «Señor, no soy digno de recibirte, solo di una palabra y quedaré sanado» (Mt 8,8).

Lecturas iluminadoras

Después de su graduación, se mudaron a Columbus (Ohio), donde David se inscribió en el Seminario Teológico luterano. Y fue en ese seminario donde descubrió los escritos de los Padres de la Iglesia. Le impresionaron mucho; sin duda eran hombres completamente entregados a Cristo y a su Iglesia.

Empezó leyendo la Didache, donde las enseñanzas sobre el Bautismo y la Eucaristía le parecieron totalmente acertadas. La razón por la que en ese momento las lecturas no le ayudaron a ser católico fue porque sabía poco menos que nada sobre la enseñanza o teología católica. Como él mismo confiesa «la mayoría de lo que pensaba que sabía eran verdades a medias, calumnias y mentiras descaradas. Tuve que desaprender algunas cosas para aprender la verdad. Incluso entonces, no era anticatólico, solo totalmente indiferente al catolicismo».

Fue por esa época cuando se publicó la primera versión del Catecismo de la Iglesia Católica. Leyó el Catecismo y encontró mucha belleza y verdad, pero también cosas con las que no podía estar de acuerdo. Sin embargo, renació su interés por los Padres de la Iglesia. Compró un conjunto de sus escritos y comenzó a estudiarlos. Un amigo católico comenzó a darle libros sobre la vida de los santos, y empezó con las de sus dos favoritos, San Francisco y santa Clara. Tal fue el incentivo con el que el Señor le fue atrayendo hacia la Iglesia católica.

Ideal de unidad

Era consciente de la falta de unidad no solo entre las diferentes iglesias, sino aun dentro de la misma Iglesia evangélica luterana de América (ELCA), a la que pertenecía. En efecto, cada año se celebraba un sínodo nacional con debates, foros y discusiones sobre los temas más diversos, como el aborto, el divorcio, la bendición de los grupos LGTBI, el calentamiento global, etc. Y todos los que hablaban citaban las Escrituras para fortalecer su argumento. Acabó dándose cuenta de que no se podía simplemente sacar un versículo de la Biblia para resolver argumentos sobre temas contemporáneos.

La necesidad de las Escrituras y la tradición se veía más claramente en los argumentos sobre anticoncepción y aborto. La ELCA aprobó una resolución en la que se comprometían a permanecer neutrales en la discusión sobre el aborto. Sin embargo, un grupo de la iglesia, la de Michigan, daba mil dólares cada año a la coalición religiosa por los derechos reproductivos, una organización muy pro-abortista. No solo los luteranos eran proabortistas. Podían encontrarse cristianos proabortista en cada denominación, incluso aquellas que usaban las Escrituras como base para sus argumentos. En este sentido, David siempre había sido pro-vida. De hecho, cuando leyó la Didache, se dio cuenta de que los cristianos habían sido pro-vida durante 2.000 años. Una vez más, reconocía que las Escrituras por sí solas no pueden soportar el peso del debate sobre el aborto. Sin embargo, la Escritura y la tradición juntas sí podían convertirse en un baluarte de la verdad.

En agosto de 2007, la Asamblea Nacional de la ELCA votó para poder ordenar a los homosexuales que vivían en una relación comprometida, avanzando así hacia la bendición de las uniones homosexuales. Y fue esto lo que le convenció de que necesitaba ser católico.

Los pasos previos

Comenzó a leer y orar sobre las Escrituras para ver cómo sentía el Señor acerca de todas estas divisiones de las iglesias. Así, David reflexionaba sobre el hecho de que en los capítulos 3º y 4º de Apocalipsis, el Espíritu envía cartas a las siete iglesias en Asia. Estas iglesias tuvieron grandes problemas, dado que en ellas se encontraban falsos maestros y profetas, existía inmoralidad sexual, apostasía, creyentes tibios y una pérdida total de amor. En todos los casos, el Espíritu llamaba a la congregación, y a los individuos que la integraban, al arrepentimiento. Ni una vez preguntaba: «¿Por qué te quedas en esta iglesia muerta? ¿Por qué no has empezado una nueva?». Cuando se lee la oración de Jesús por la unidad en Juan 17, puede verse por qué Jesús nunca recomienda el cisma. ¿Cómo podría orar por la unidad en Juan 17, y luego pedir división en Apocalipsis?

Nuevamente acudió al Catecismo Católico y lo leyó hasta cuatro veces. Cuanto más lo leía, más entendía y creía en todo lo que enseñaba. Junto con eso, siguió comprando libros sobre los Padres de la Iglesia y las historias de conversión contemporáneas. Llegó un momento en que comenzó a amar todo lo relacionado con la Iglesia católica. Rezó para que el Señor abriera sus ojos evitando que falsos prejuicios le cegaran en su búsqueda de la verdad. Un par de veces a la semana, asistía a una misa matutina. Y también comenzó a rezar el rosario.

En la Iglesia

Harriet y David se dieron cuenta de que el Señor les estaba llamando. A ella, a volver al seno de la Iglesia católica. Y a él, por lo pronto, a retirarse del ministerio luterano. De modo que para facilitar las cosas, a comienzos de 2016 se mudaron a Adrian (Michigan). Allí se presentaron al párroco de una iglesia católica próxima y empezaron a asistir a misa. Como Harriet estaba bautizada y confirmada como católica, solo necesitaba recibir el sacramento de la reconciliación. Sin embargo, a Harriet el confesarse le costaba mucho, y de hecho se sintió muy nerviosa al respecto, pues habían pasado más de cincuenta años desde su última confesión.

Al fin se decidió y se confesó con el párroco. Y al día siguiente asistieron a la misa. Harriet recibió la comunión y regresó al banco. Tenía los ojos cerrados y rezaba y lloraba. Luego, ella le dijo a David que cuando recibió la comunión, toda su culpa y vergüenza se habían ido. Nada de lo que había hecho, ninguna oración que había orado, ninguna confesión a un pastor luterano, habían podido liberarla del peso de la culpa y la vergüenza que había llevado durante cincuenta años. Pero cuando ella participó en el sacramento de la reconciliación y recibió la sagrada eucaristía, la vergüenza y la culpa desaparecieron repentinamente.

Previamente el obispo había declarado sacramentalmente válido su matrimonio.

Después de unas semanas, y con la preparación adecuada, David fue recibido en la Iglesia católica un 9 de abril de 2016.

Leamos el testimonio final de David: «Como resultado, tengo un fuerte presentimiento de que he vuelto a casa. Todavía amo y tengo un gran respeto por todos mis hermanos y hermanas en la fe que asisten a las iglesias protestantes. Recibí una enseñanza tan buena en esas iglesias que no tuve que renunciar a nada al convertirme en católico. Más bien, tengo la suerte de recibir aún más. Gracias a Dios ya no debo discutir y decidir quién tiene la doctrina correcta. Tengo el papa y el magisterio. Gracias a Dios ya no debo preguntarme quién tiene la verdad. La Iglesia católica tiene la plenitud de la verdad. Así, nuestra unidad no está en cómo interpretamos las Escrituras; nuestra unidad se encuentra en el papa, los obispos y la eucaristía, en la Iglesia que Jesucristo instituyó».

David y Harriet llevan casados cincuenta años. Tienen tres hijos y siete nietos. Actualmente viven en Adrian (Michigan), y están disfrutando de la jubilación.

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