Evangelizar. Está en el ADN de la Iglesia: id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura (Mc 16,15). Es la tarea que le ha sido confiada desde siempre: la evangelización. Y, sin embargo, podríamos decir que es el mayor desafío lanzado a la Iglesia desde principios de este milenio.

Quizás como nunca, esta tarea evangelizadora de la Iglesia tropieza con innumerables obstáculos: cambios personales y sociales, creciente proceso de secularización, una agresiva “dictadura del relativismo” que decía Benedicto XVI, una tremenda carencia de valores, una alarmante erosión de la fe, que llevan a lo que Juan Pablo II llamó “una apostasía silenciosa”. El mundo globalizado se ha vuelto, en verdad, una gigantesca tierra de misión.
Por eso, en nuestros días, es más urgente que nunca anunciar a Jesucristo en los grandes areópagos modernos de la cultura, de la ciencia, de la economía, de la política, de los “mass-media”. Se necesitan nuevos métodos, nuevas expresiones y un nuevo coraje para llevar a cabo la nueva evangelización.
En este contexto, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son portadores de un precioso potencial evangelizador, del que la Iglesia tiene acuciante necesidad hoy. Pero dadas las características de nuestra sociedad, se siente, con urgencia, la necesidad de un anuncio fuerte y de una sólida y profunda formación cristiana.
Se asiste, hoy, a una preocupante carencia de ambientes educativos y, precisamente los movimientos eclesiales se presentan como lugares de profunda y sólida formación cristiana, por una rica variedad de métodos y de itinerarios educativos extraordinariamente eficaces.
El carisma es la fuente de la extraordinaria fuerza educadora de los movimientos. Se trata de una formación que tiene como punto de partida una profunda conversión del corazón. No por casualidad, estas nuevas realidades eclesiales cuentan entre sus miembros a muchos convertidos, gente que «viene de lejos». Son, por ello, verdaderas escuelas para la formación de cristianos adultos.
A la otra gran urgencia que tiene hoy la Iglesia, el “anuncio fuerte”, los movimientos y las nuevas comunidades responden innovando sobre los esquemas habituales del apostolado, reexaminando formas y métodos, y proponiendo modos nuevos. Se dirigen con naturalidad y coraje hacia las difíciles fronteras de los modernos areópagos de la cultura, de los medios de comunicación social, de la economía y de la política. Prestan una especial atención a los que sufren, a los pobres y a los marginados.
Evangelizar para convertir, porque la conversión lleva a un cambio positivo de vida. La evangelización, pues, es causa vital para la Iglesia y por eso podemos decir que es su mayor desafío. Y, en este punto, los movimientos tienen mucho que decir.