La sinodalidad se caracteriza —entre otras cosas— por la escucha, el acompañamiento y el cuidado de las relaciones personales. Si somos capaces de entender y vivir la corresponsabilidad en la vida de la Iglesia, evitaremos algunos males endémicos, como el clericalismo; y lo más importante: seremos más eficaces en nuestra misión evangelizadora.
«La Iglesia —dice el papa Francisco— tiene que vivir en sinodalidad, y la sinodalidad no son acciones sueltas, no es un caminar juntos por un tiempo, sino que tiene que ser un estilo de vida, una manera de ser de la Iglesia».
Y refirió que hoy es el tiempo de los laicos y que, bien formados bajo el impulso del Espíritu Santo, pueden aportar mucho para el caminar de la Iglesia.
Como dijo el papa Francisco en su carta al cardenal Ouellet (2016): «Es la hora de los laicos, pero parece que el reloj se ha parado». No es de extrañar que esto sea así, porque durante siglos, el modelo eclesial piramidal, mantuvo la pasividad del laicado.
El Vaticano II propuso una nueva manera de concebir al laicado, definiéndolo en positivo: «Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido el orden sagrado y los que están en estado religioso» (LG, n. 31). Esta definición podría haber transformado el rostro eclesial, si se hubiera puesto en práctica con todas las consecuencias. Sin embargo, todavía se ve la distancia entre lo que debería ser el laicado y lo que realmente es.
La sinodalidad es una nueva oportunidad para potenciar la «hora de los laicos» y revitalizar la vocación laical, específicamente a la luz del Concilio Vaticano II, que orienta para que el laicado pase de objeto-súbdito a sujeto-protagonista de la Iglesia, ya que «el carácter secular es propio y peculiar de los laicos…pues viven en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida» (LG 31).
«La Iglesia no es el papa solo. Tampoco es el papa con el orden jerárquico. En la Iglesia somos todos los fieles bautizados en Cristo. Todos los seres humanos, incluso los no bautizados, son miembros en Cristo en potencia» (Mons. Leónidas Proaño).
El laico y teólogo venezolano Rafael Luciani, que nos escribe un espléndido artículo en este número de Estar, expone en sus planteamientos que, en una Iglesia sinodal, los laicos deben ser sujetos auténticos de transformación eclesial.
Queda camino por delante, pero… ¡ya estamos en marcha!







