Por Santiago Arellano Hernández

«5. Pues como me vi tan tullida y en tan poca edad (Tenía 25 años) y cuál me habían parado los médicos de la tierra, determiné acudir a los del cielo para que me sanasen; que… todavía pensaba que serviría mucho más a Dios con la salud. Este es nuestro engaño, no nos dejar del todo a lo que el Señor hace, que sabe mejor lo que nos conviene.
6. Comencé a hacer devociones de misas y cosas muy aprobadas de oraciones,…Y tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas…
7. Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios.
8. (…) Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere,… que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino»
Cualquiera de sus expresiones nos movería a oración. Me conmueve su sugerencia de que no es posible invocar a María sin que aparezca junto a ella su esposo «por lo bien que les ayudó».
Conocéis mi admiración por el pintor francés Georges Le Tour. La escena pintada es delicada y profunda, más teológica que piadosa. No es difícil observar el vigoroso esfuerzo de San José en su exigente trabajo de carpintero, imagen universal del duro trabajo de los seres humanos. El padre realiza con laboriosidad su tarea y a la vez enseña al aprendiz que mira sin pestañear a la vez que algo le pregunta al padre. Pero, como nos tiene acostumbrado en sus obras el pintor, la luz, no es sólo contraste y claroscuro, se convierte en símbolo: el niño sostiene la candela que ilumina la escena; pero en sus manos y en su rostro la luz se transfigura en esa Luz que da sentido el trabajo y la vida cotidiana de los hombres. Cristo es la luz del mundo. Espero que el niño no pregunte por ese agujero que el taladro orada en el madero.