Es distinto

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Es distinto
Es distinto

Es distinto, sí, pero, en el fondo, es lo mismo. Han variado, y mucho, las formas, los medios, pero el objetivo final es idéntico: evangelizar la cultura.

Decía san Juan Pablo II en 1982 al Consejo Pontificio de Cultura, que una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida. Y hoy parece que los vivos son los anti fe. Tienen los enemigos de la civilización cristiana un “celo apostólico” que los creyentes hemos perdido.

Tienen una virulencia, una agresividad impositiva a la que los católicos, en general (siempre hay excepciones), damos alas con nuestra pasividad y encogimiento.

Y, sin embargo, hoy como ayer, tenemos la obligación de evangelizar la cultura, de cristianar la sociedad, de mejorar a nuestros contemporáneos ofreciéndoles lo mejor que tenemos: nuestra fe.

Y no vale la excusa de que es que hoy… Sigue siendo cierto que la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás.

Tenemos numerosos ejemplos de ello en los trabajos que presentamos en este número: Jóvenes en marcha, Estar en América, Laicos en marcha, Entrevista a Eder, etc.

Hay que atreverse a encontrar los nuevos signos, los nuevos símbolos, una nueva carne para la transmisión de la Palabra, las formas diversas de belleza que se valoran en diferentes ámbitos culturales, e incluso aquellos modos no convencionales de belleza, que pueden ser poco significativos para los evangelizadores, pero que se han vuelto particularmente atractivos para otros.

Es imperiosa la necesidad de evangelizar la cultura para inculturar el Evangelio. Para ello, nada de pesimismos estériles, sino que volvamos a los orígenes como aconseja el papa Francisco en Evangelii gaudium (263):

Es sano acordarse de los primeros cristianos y de tantos hermanos a lo largo de la historia que estuvieron cargados de alegría, llenos de coraje, incansables en el anuncio y capaces de una gran resistencia activa. Hay quienes se consuelan diciendo que hoy es más difícil; sin embargo, reconozcamos que las circunstancias del Imperio romano no eran favorables al anuncio del Evangelio, ni a la lucha por la justicia, ni a la defensa de la dignidad humana.

En todos los momentos de la historia está presente la debilidad humana, la búsqueda enfermiza de sí mismo, el egoísmo cómodo y, en definitiva, la concupiscencia que nos acecha a todos.

Entonces, no digamos que hoy es más difícil; es distinto.

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