Familia y juventud

Dios sigue pendiente de la humanidad

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Se siente uno en vilo al observar cómo una generación de jóvenes tras otra se apartan de La Fe de la Iglesia y tantas veces no con indiferencia sino con agresividad. Caen en esa terrible enfermedad que se denomina “apostasía”. Vivimos en medio de un neopaganismo.

Muchas familias siguen la vía de Santa Mónica y rezan al Señor apasionadamente por la conversión de sus hijos. El Dios, rico en Misericordia ha de dar satisfacción cumplida a nuestras súplicas. Cada día sale al encuentro de la Humanidad. En el pasado, el retorno era un encuentro personal casi siempre prodigioso. El regreso a la casa paterna ahora va a producirse multitudinariamente, como nos lo permiten adivinar las innumerables conversiones que se producen en cada uno de los encuentros mundiales de la juventud. Somos testigos de los raudales de gracias que descienden del cielo a los corazones de los jóvenes y de no tan jóvenes. La plenitud del Reino de Cristo no está lejos. Más aún algunos intuimos que esta dolorosa y desconcertante crisis mundial que padece con mayor virulencia Europa no deja de advertir que el camino por el que va la humanidad entera no es bueno.

Tiempo al tiempo y no echemos en saco roto, aquello de los renglones torcidos. Cayó del caballo san Pablo. Cayó san Agustín y desde entonces las conversiones han sido sin número. La voz de Cristo se hace irresistible. Mirad si no cómo lo encontró Paul Claudel, uno de los mayores escritores en lengua francesa y uno de los grandes conversos a la fe católica. Un auténtico paladín del catolicismo. Nacido en 1868 y muerto en París, 1955.

Tenía dieciocho años. Acababa de terminar los estudios de bachillerato en el colegio Luis Grandes, en el que el ateísmo se respiraba como único oxígeno posible. El profesorado difundía cualquier idea que fuera contra Dios. Era la noche de Navidad de 1886. Acudió a la Catedral de Notre Dame movido por una curiosidad de adversario de la fe, según contó en diversos momentos de su vida.

De pronto, cuando oyó cantar el Magníficat durante la solemne celebración de la Eucaristía, se encontró inexplicablemente transformado por la evidencia de que era Verdad lo que la liturgia estaba celebrando. Fue una iluminación interior. “En un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí con tal fuerza de adhesión, con tal entrega de todo mi ser, con una convicción tan poderosa, con una certidumbre que no daba lugar a ninguna duda; y después, todos los libros, todos los raciocinios, todos los azares de una vida agitada no han podido quebrantar mi fe, ni tocarla… ¡Es verdad! Dios existe, Él está aquí -me dije-; es Alguien. ¡Es un ser tan personal como yo mismo!». Tomado de la página www.mcnbiografias.com. Desde aquel momento fue creciendo en conocimiento y fidelidad a la Iglesia.

La Oda Tercera, que lleva por título “Magníficat”, expresión gozosa de su actitud ante el Universo Creado y recuerdo del instante de gracia vivido en su juventud comienza así:

“Mi alma glorifica al Señor.
¡Oh las luengas calles antaño amargas y los días en que yo era uno y solo!
¡La caminata en París, esa larga calle que desciende hacia Notre Dame!….
Yo caminaba entre los pies precipitados de mis dioses!”

Las luengas calles, los pies precitados de los dioses, eran amargas. Y él era uno y solo. Lo que no podía sospechar el endiosado joven era que todo le conducía a Notre Dame. Nos hiciste Señor para Ti.

No creo que la conversión se produzca con el dinamismo y dramatismo con que imaginó Peter Paúl Rubens la caída del caballo de San Pablo ni a Cristo como un juez pavoroso. No. De ninguna manera. Rembrant nos da la clave en su regreso del hijo pródigo. Cristo nos mostrará que es un Corazón enamorado.

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