Por Paloma Martín-Esperanza
Desde el comienzo de su pontificado, el papa Francisco ha tenido la sensibilidad de «hablar de lo que la gente habla». Ello implica, inevitablemente, hablar de la presencia pública de la mujer en la sociedad contemporánea y, particularmente, en la Iglesia. El papa ha sabido aportar, como sus antecesores, la visión más humanizadora de este proceso, que se nos antoja enormemente atractiva en un mundo dominado por las cuotas de paridad y por el desdibujarse de la feminidad. Frente al falso antagonismo hombre-mujer, la Iglesia ha incorporado, a lo largo de su historia, no solo un largo listado de santas y, por tanto, de mujeres objeto de culto y veneración, sino que ha realizado una acción mucho más trascendental: impregnar las realidades humanas del espíritu femenino. En este sentido, la mujer en la Iglesia ha sido y es «más importante que los obispos y los sacerdotes», en palabras del papa; sin embargo, su presencia pública no se ha explicitado correctamente[1]. Como cabeza de la institución católica, que como madre de los creyentes y esposa de Cristo es ante todo femenina, Francisco ha sabido afrontar la magna tarea de adaptarse a los retos contemporáneos sin dejarse arrastrar por derivas ideológicas dañinas y pasajeras. ¿Cómo lo ha hecho?
En primer lugar, cabe destacar que, cuando al papa se le ha preguntado por las mujeres que le inspiran, ha señalado principalmente a dos: María y Judit. Sin dejar de lado la magnitud de María, me parece que es la historia de Judit la que mejor revela las dos líneas directrices de su pontificado en lo referente a las mujeres: atender a su sufrimiento y favorecer el liderazgo femenino en las áreas de gobierno y gestión de la Iglesia[2]. Judit es una mujer vulnerable. Como viuda hebrea, cabe situarla en lo más bajo de la pirámide social. El papa a menudo se ha detenido en las injusticias que sufren las mujeres, contra las que se producen «graves violaciones de los derechos humanos y de nuevas esclavitudes». Al margen de las preocupaciones eurocéntricas del Ministerio de Igualdad, basta hacer un repaso por las noticias internacionales para darse cuenta de la vigencia de estas situaciones: Irán, Afganistán, América Latina, etc. Francisco sabe que en todos estos lugares hay mujeres como Judit, que convierten su vulnerabilidad en heroísmo. Judit demuestra su tenacidad frente al enemigo de su pueblo, Holofernes, liderando uno de los actos más patrióticos de la Biblia. No se trata de quedarnos en la superficie de esta historia, sino de comprender que se nos habla de valentía y espíritu libre, dos cualidades que han demostrado las mujeres durante siglos a través «del amor vertido en una familia difícil y a favor de una comunidad amenazada»[3].
Consciente de esta característica prioritariamente femenina —esas «capacidades peculiares» de las que nos habla en Evangelii gaudium (n. 103)—, el papa ha querido dar un paso más contundente que sus anteriores en lo referente a la participación efectiva de las mujeres en la vida pública de la Iglesia. Para ello, ha situado a mujeres al frente de puestos de gran responsabilidad en la Santa Sede, en la curia y en el estado Vaticano, destacando Raffaella Petrini, vicegobernadora de la Ciudad del Vaticano, además de haber incluido a mujeres en el equipo de liderazgo de algunas de las oficinas más importantes de la curia. Existen problemas jurídicos que impiden, sin embargo, una mayor participación de las mujeres en la curia, no por el hecho biológico de serlo, sino por su condición de laicas. La constitución apostólica Pastor bonus de Juan Pablo II, si bien admitía la participación de clérigos y laicos como miembros en algunos dicasterios, establece únicamente como «miembros propiamente dichos» de las congregaciones a los cardenales y obispos. En este sentido, el debate no es tanto la presencia efectiva de mujeres, cuya necesidad se da por hecho, sino la presencia de laicos en los órganos de gobierno y gestión de la Iglesia. El pontífice está trabajando en una profunda reforma de la curia que incluya a hombres y mujeres laicos que pongan su competencia profesional al servicio de la Iglesia.
No cabe duda de que esta profesionalización del trabajo de la curia implicará una presencia de las mujeres en cargos de responsabilidad. Sin embargo, a pesar de esta acción efectiva, incontestable y necesaria, el papa también ha advertido que el papel de la mujer en la Iglesia debe ir «mucho más allá de la funcionalidad»[4]. Este punto me parece importante, porque existe el peligro de dejarnos llevar por la mentalidad capitalista, que relaciona el poder con el valor. Algunas voces en la Iglesia han abogado por la apertura al sacerdocio femenino. El papa Francisco ha sido claro en esta cuestión, recordando no solo la distinción entre la misión «petrina» y «mariana» de la Iglesia, sino también el peligro de imponer a la mujer modelos propiamente masculinos. En otras palabras, de masculinizar a la mujer. Él lo ha expresado así: «Temo la solución del “machismo con faldas”, porque la mujer tiene una estructura diferente del varón. Pero los discursos que oigo sobre el rol de la mujer a menudo se inspiran en una ideología machista.»[5]. El dominio de la ideología de género ha llevado a que, en Occidente, contrariamente a lo que ocurre en otras partes del mundo, se desprecie la defensa de la mujer realizada por el papa. Sin embargo, esa «teología de la mujer», que pone de relevancia la importancia de la maternidad sin negar la autonomía de la identidad femenina sigue siendo una de las grandes aportaciones de la Iglesia al mundo. Podemos observar cómo se han producido estos desgastes en otras iglesias cristianas, fruto de haberse dejado llevar por ideologías contemporáneas sin haber realizado una reflexión previa y profunda. La presencia femenina en la Iglesia no puede, en ningún caso, dejarse llevar por dinámicas capitalistas, dirigidas hacia el dominio, la rivalidad y la competitividad y, mucho menos, puede estar marcada por un clericalismo que empobrecería el verdadero valor del aporte femenino.
El papa, con su espíritu comunicador, está siendo capaz de realzar un valor que la Iglesia lleva defendiendo años: la igualdad en dignidad y derechos entre hombre y mujer. Gracias a su convicción, está promoviendo un cambio interno que, amparado por la mayor presencia de los laicos frente al clericalismo, tendrá como consecuencia el acceso de más mujeres a puestos de relevancia en las instituciones eclesiales. Se trata, en definitiva, de caminar, como Judit, con el corazón valiente de la feminidad.
[1] 28/07/2013, Conferencia de Prensa del Santo Padre Francisco durante el vuelo de regreso a Roma.
[2] Véase Miren Junkal Guevara, “El Magisterio de Francisco sobre la mujer. Continuidad, novedad y desafío”, Teología y Vida 61/4, pp. 473-496.
[3] 11/05/2022, Catequesis en San Pedro.
[4] 26/10/2019, Sínodo Amazónico. Discurso final.
[5] 19/08/2013, Entrevista al papa Francisco.