Riesgo, pasión, vida, perfección…, aventura. Cinco palabras entre los centenares empleadas para definir la educación. Elegimos la última y veamos cómo se vive en el Perú, con dos variables interesantes: en tiempos de pandemia y en el curso de Religión. Al agradecer a los cinco amigos profesores que han respondido a mi solicitud, les felicito y los animo a seguir en la brecha. Como sentía san Ignacio de Loyola al leer estimulantes ejemplos de los santos, deseo lo mismo a los lectores: «Si ellos lo hacen, también yo puedo hacerlo».
1. Formar y unir profesores para educar con eficacia
En el 2020, en el ámbito de Lima, el curso de Religión no se desarrolló en la mayoría de escuelas públicas. La ambigüedad en la normativa del Ministerio de Educación llevó a impedir el desarrollo del curso, desconociendo tácitamente su dimensión integral de educar «el cuerpo y el alma». Prácticamente a pocas semanas de finalizar ese año escolar, las autoridades manifestaron que no se podía impedir el desarrollo del área, pero el daño ya estaba hecho.
Se generaron tensiones entre los propios docentes y directivos, entre los padres de familia y los estudiantes. ¡Cuánta contradicción! Por medio del Facebook algunos docentes de la ODECL (Oficina Diocesana de Educación Católica) de Lurín desarrollamos un grupo de Internet como Equipo Docente Diálogos de Fe. Debíamos estar informados en aspectos legales, pero también fundamentar la importancia y la necesidad de la educación en la fe en estos tiempos. Logramos contactar a maestros de Lima y de las regiones, pero también a aliados estratégicos, sacerdotes y laicos con un genuino amor por la Iglesia, comprometidos en la obra evangelizadora que, con sus experiencias y testimonios, fortalecían y contribuían en nuestra formación docente.
En este contexto, la búsqueda de Dios no solo era una opción sino una necesidad. ¿Por qué entonces prescindir de una materia que aporta directamente en el sostenimiento de una grave necesidad? Como afirma el cardenal Sarah «La vida espiritual es lo más íntimo, lo más precioso que tenemos. Sin ella, somos animales infelices. La espiritualidad es una vida, la vida de nuestra alma».
Estas palabras proféticas con un sentido de denuncia nos han llevado a los profesores de religión a trabajar unidos —sinodalmente— desde el Equipo Diálogos de Fe, fortaleciendo nuestra identidad católica, y tener una actitud de resistencia y búsqueda de soluciones.
Frank Espinoza Ferro, «Ramiro Prialé» – Lurín
2. Para educar hay que amar
Mi profesor de lenguaje, cuando me encontraba cursando primer año de secundaria, me prestó un libro titulado La aventura del trabajo intelectual. Después de muchos años de maestro me reafirmo en la educación como gran aventura. Mucho más en estos dos años de pandemia en los que me ha tocado brindar un servicio educativo a distancia, virtual, renovándome día a día para alcanzar las competencias y capacidades de cada nivel.
Como en las clases a distancia muchas veces han acompañado los padres de familia a sus hijos en el desarrollo de las sesiones de aprendizaje, en más de una oportunidad han enviado sus saludos y han recordado los consejos y las enseñanzas recibidas. «Profesor, Ud. sigue enseñando con alegría y no sé de dónde saca esa paciencia con los alumnos». En el primer año de la pandemia una madre de familia me agradeció por la clase que había escuchado, porque le había ayudado a superar la muerte de su madre. Y en estos meses del presente año veo el aprecio de los alumnos que comentan: «El profesor tiene su hinchada».
Para mí, la clave está en enseñar con alegría y entusiasmo. O como decía Marcelino Champagnat, para educar hay que amar… y es cierto, amar a Dios y al prójimo. Y nuestros alumnos son ese prójimo que hay que amar.
Luis Martín Regalado Flores, I.E. Los Jazmines del Naranjal, Lima – Perú
3. Cuando toda la comunidad educativa se pone a orar
¡Cómo pasan los años en nuestro mundo tan cambiante! Y me duele ver que cada día el hombre se aleja más de Dios. Como solución quiero rescatar lo que significó para mí el libro Forja de hombres del P. Tomás Morales, cuando estaba culminando mi carrera de educación. Frente a tantas teorías que no se practican, el libro me ayudó a entrar en una pedagogía para la eternidad, objetivo que marca el rumbo de mi vida hasta el día de hoy y que trato de transmitir a los cientos de estudiantes con los que comparto mi fe; una fe viva, actual y que muchas veces dentro de mis limitaciones Dios me concede su gracia.
En el colegio donde trabajo, antes de la pandemia, los actos o celebraciones religiosas eran, lamentablemente, muy poco acogidas, los profesores de otras ciencias no participaban de la eucaristía, del rosario o de una procesión; tanta arrogancia y confianza en ellos mismos terminarían de caer al ver que no somos nada sin Dios, y que la muerte probablemente tocaría a sus puertas, y que el mañana nunca llegaría. En plena pandemia, la directora del colegio se encontraba delicada de salud, estaba en el hospital en una cama de cuidados intensivos y le declaraban casi nula su recuperación. Apenas nos enteramos de su situación, logré que toda la comunidad educativa formase una cadena de oración y con el rosario en la mano y con mucha fe en la Virgen María se nos concedió un hermoso milagro de devolverle la salud a nuestra directora.
Sentí que Nuestro Señor no se deja ganar en generosidad nunca, que da el ciento por uno y que María, nuestra madre, abogará por todos.
Mac Meza: colegio Casuarinas n°5125, diócesis del Callao: Ugel Ventanilla
4. Apóstoles en la línea del fuego
Considero que la súbita e intensa propagación de la enfermedad por COVID-19, ha expuesto y amplificado de manera dramática la presencia de desigualdades sociales y económicas que, obviamente, repercuten en el campo educativo. En el inicio de esta pandemia me preocupaba que el aprendizaje a distancia estuviera agravando esta situación. Si ya era difícil concebir que se realicen clases de manera no presencial, lo era aún más si se trataba de religión.
Mi corazón latía repitiéndome todos los días: «un profesor no puede dejar de educar en tiempos difíciles». Por la dispar realidad socioeconómica y familiar de mis alumnos, fueron vitales los canales de comunicación como el teléfono celular y WhatsApp; es más, la comunicación con los padres y estudiantes no se limitó a lo académico, muchas veces la realidad me forzó a asumir el papel de trabajador social. Ejerciendo mi labor educativa descubrí que, junto a mis colegas, convertíamos el periodo pandémico en tiempos de esperanza y alegría; la realidad de sufrimiento de mis escolares se convirtió en una oportunidad para plasmar el legado de Cristo en las clases, el desarrollo espiritual y acercamiento a Dios en cada uno de ellos, y la educación emocional en el curso y en tutoría los ayudó a realizar una interpretación de sus experiencias de manera positiva.
Giovanni Esteban Gutiérrez, Colegio Nuestra Señora de Guadalupe, Lima
5. Tiempos de educar, contra todo pronóstico
Deseando dar lo mejor de mí, luego de llegar virtualmente al aula del colegio, en una mañana de lunes, se conectó un estudiante de cuarto de secundaria, para poder dar inicio a mis actividades acostumbradas. En esta oportunidad se trata de Patrick, quien hace tiempo ya ha tenido dificultades de disciplina en la institución y me explica lo mejor que puede la situación que está pasando en este momento de su vida, que, a los dieciséis años, a mí no se me hubiera ocurrido vivir.
Su papá en una oportunidad, en un arranque de cólera ha golpeado a su mamá, mientras que el menor, al tratar de impedir dicha agresión, fue golpeado también por su progenitor quien, apresuradamente, lo empujó gritándole: «¡Fuera, basura!». Hecho que generó mucha indignación en Patrick, quien arrebatado por el momento cogió lo más cercano que tenía, es decir una botella de cerveza, y se la destrozó en la cabeza de su papá. Fue este el momento en que el señor padre de familia, se agarra la cabeza y con el dolor y la sangre sale del domicilio y se dirige a la calle a buscar ayuda en sus amigos del vecindario.
Es el momento en que nuestro adolescente nos menciona llorando amargamente: —Profesor ¡desde ese momento no lo veo! Nunca más supe de él. Pero, lo peor de todo es que no me perdono a mí mismo por lo que hice esa vez.
—¿Hace cuánto tiempo ocurrió esto? —le pregunté.
—Hace dos meses, pero hasta ahora no olvido esto, mi madre nunca más habló del tema conmigo y yo así fue como empecé a fumar la marihuana con mis amigos del barrio. No sé cómo salir de esto.
—Le pregunté: ¿Lo has intentado?
—Sí —me contestó—, pero me han amenazado con matarme si lo hago.
Son los retos que los docentes del área de Religión, aquí en Lima, debemos afrontar, situación que lamentablemente es frecuente y como dice el papa Francisco, sería peor, la pandemia de la indiferencia.
Es de manera especial en este tiempo, donde ya se va retornando a la presencialidad, una oportunidad para hacer resonar el mensaje del Señor para que sea realmente una buena nueva de esperanza y mucha fe lo que nos toca a cada uno en el colegio.
Damos gracias a Dios que nos permite ser una luz para tantos jóvenes y sus familias.
Marcos Coriñaupa, I.E. Bartolomé Herrera, Lima