Por Mar Carranza Jiménez
Los seis primeros días del mes de agosto se está viviendo en Portugal una gran fiesta católica. Cientos de miles de jóvenes participarán junto al santo padre en la Jornada Mundial de la Juventud 23 (JMJ) en Lisboa, bajo el lema: «María se levantó y partió sin demora» (Lc 1,39).
Estas Jornadas constituyen una movilización de jóvenes de carácter planetario, con gran repercusión social y, sobre todo, religiosa. El mundo entero tiene puesta su mirada en el santo padre, en los jóvenes que acuden a encontrarse con él, y en el país de acogida, Portugal. El impacto mediático, por lo tanto, será de una gran magnitud, haciendo visible en imágenes y testimonios una Iglesia joven, peregrina, que mira hacia el futuro con esperanza.
Hablamos con monseñor Juan Carlos Elizalde, obispo de Vitoria, participante y animador de estos encuentros:
¿Qué JMJ le impresionó más?
La de Cracovia, por varios motivos: se celebró unos meses después de haberme consagrado obispo y estuve en Cracovia los días de las diócesis con los jóvenes y pude saludar al papa y percibir las ilusiones de los jóvenes que asistieron.
¿Qué aporta un evento como la JMJ?
Aporta universalidad y comunión, ese cauce amplio en el que cabemos todos.
¿La JMJ es un acontecimiento social o un hecho religioso?
El núcleo es el hecho religioso (las catequesis, la oración, la vigilia, etc.) pero el hecho religioso tiene connotaciones y consecuencias sociales. Nos está diciendo que parte de la identidad de la persona es la trascendencia, y que la trascendencia se tiene que potenciar socialmente.
¿Por qué la Iglesia quiere dar visibilidad a la juventud?
Porque los jóvenes necesitan a otros jóvenes para vivir su fe. A veces en Occidente los jóvenes se desaniman porque van a la eucaristía y no ven más que gente mayor. El hecho de que el joven perciba que hay millones de jóvenes como él, con las mismas ganas de vivir y de seguir a Jesús, es algo que se tiene que experimentar allí, in situ, en un ambiente juvenil que llena de esperanza a las comunidades cristianas, desde los más pequeños hasta los mayores y ancianos.
La Iglesia, invita al joven a ser testigos de su fe sin complejos
Una de las consecuencias de la JMJ es que se van los complejos: la valentía, la audacia, la coherencia se hacen presentes. Un joven que se siente una excepción tiene el peligro de concebirse a sí mismo como rarito. En cambio, entre millones de jóvenes como en Tor Vergata (dos millones en Roma), realmente respira a fondo y es una vivencia que le acompañará toda la vida también en los momentos de crisis.
La JMJ es un encuentro fundamentalmente para jóvenes, en el que parece que los que tenemos ya cierta edad, sobramos. ¿Qué supone un hecho religioso así para la mirada y el corazón de un niño, de una persona madura o de un anciano?
El papa siempre está hablando de no descartar a los ancianos y a los niños. Para un niño ver e incluso participar con sus mayores de un evento como la JMJ significa que hay referencias y modelos, que hay futuro, y esto se les queda registrado en el corazón. En cuanto a los mayores, la JMJ toca las teclas de la esperanza y la alegría que todo el mundo necesita. Eso es importante en una comunidad, y a nivel eclesial universal.
¿Puede correrse el riesgo de que la fiesta u otras intenciones resten importancia a la intención evangelizadora y apostólica?
Ese riesgo existe siempre y hay que correrlo. Lo que importa es que los responsables consoliden un núcleo maduro de jóvenes que se identifiquen y puedan conducir o acompañar a sus compañeros. Por otro lado, la expresividad del hecho religioso en los jóvenes conlleva todo ese jolgorio, no hay que asombrarse. Eso es lo que les toca vivir.
¿Cómo prepararnos para este acontecimiento eclesial? ¿Qué aconsejaría a nuestros jóvenes?
Debemos prepararnos a la medida de nuestro corazón según el momento vital que estemos atravesando, porque el corazón ha de prepararse para vivir un acontecimiento de estas características y, para ello, es necesaria la oración previa propia y de las personas que nos rodean. Además, es fundamental que nuestro corazón medite el por qué y el para qué participamos de un hecho religioso como la JMJ. Por último —pero no menos importante— una vez vivida la experiencia debemos cultivar aquello que se ha despertado dentro de nosotros mismos llevándolo a cabo, siendo testigos de lo vivido e incorporándolo a la vida en la normalidad del día a día.
Concretando, es fundamental la oración en sintonía con la Iglesia y después, la perseverancia en lo que se ha movido dentro de nuestro corazón en la JMJ.
¿Y qué nos aconseja a los que lo vamos a vivir desde la distancia?
Lo mismo que a los jóvenes que van a asistir a la JMJ, porque nadie que contemple un hecho religioso de estas características se queda como un mero espectador. Las ganas de vivir la fiesta de la fe y de la confianza de los jóvenes es contagiosa y nos hace a todos testigos y parte integrante del evento.
Finalmente, ya que en esta ocasión la JMJ se celebra en Lisboa muy cerca de Fátima y que la Virgen va a tener una centralidad tan grande, debemos recordar que la experiencia de Iglesia es una experiencia de familia, de maternidad. No olvidemos que cuando nos encomendamos a la Virgen o nos dirigimos a ella, estamos, de alguna manera, concretando la Iglesia que somos y a la que pertenecemos. San Juan Pablo II decía en Malta que la Iglesia es antes mariana que petrina, antes es familia que jerarquía, organización, institución.
Gracias, monseñor.