En la encíclica Redemptoris missio Juan Pablo II nos invitó a reconocer que “es necesario mantener viva la solicitud por el anuncio” a los que están alejados de Cristo, “porque esta es la tarea primordial de la Iglesia”.
Todos los cristianos tenemos la obligación de anunciar el evangelio en nuestro entorno. Y anunciarlo no como la exigencia de una obligación, sino como quien comparte una alegría.
El peor mal de nuestra sociedad no es la hiperactividad del mal, sino la pasividad y el acomodamiento de los buenos. Apartarse frente al enemigo o callar cuando por todas partes se levanta un incesante clamor para oprimir la Verdad, es actitud propia de hombres cobardes, encogidos, inseguros de la verdad que dicen profesar.
¿Recordáis al joven rico del evangelio? Jovenzuelo bueno, no había roto un plato en su vida, satisfecho de su bondad… pero sin corazón de fuego: —Maestro, soy un hombre de orden, cumplo las leyes, ¿qué tengo que hacer?
Jesús lo miró con amor: —Anda, vende todo lo que tienes…
El joven rico con corazón pobre, no se animó y volvió a su mundo con sus tristezas y sus riquezas. Le “gustaría” seguir a Cristo, pero no podía levantar el vuelo porque estaba atornillado a sus cosas.
Cristo se cruzó con muchos jóvenes y la mayoría de esos jóvenes quedaron conmovidos por la figura de Jesús, se entusiasmaron y fueron corriendo a los amigos para anunciarles la buena nueva: “¡Hemos encontrado al Mesías!”.
Hay que buscar y pedir que Cristo se cruce en nuestras vidas porque cuando Cristo se cruza con nosotros, necesariamente, nos ponemos en marcha.
Tenemos en este número de Estar ejemplos ilusionantes del amor de Cristo puesto en acción. Ejemplos que nos llenan de esperanza al ver que no todos los buenos son encogidos o acomplejados, sino todo lo contrario: alegres, audaces, emprendedores, entusiastas… creyentes decididos, prontos a la acción para proponer, generosamente, la solución a todos los problemas: Jesucristo.
Y siempre de la mano de la Virgen; por eso hay que acogerse a la Madre en una de las advocaciones favoritas del papa Francisco: Nuestra Señora de la Prontitud. Prontitud, diligencia, no nerviosismos. Eficacia serena que, impelida por el amor a Cristo, nos movilice al anuncio de la buena nueva.
Es la tarea primordial.