El 30 de diciembre del 2013 se han cumplido 25 años desde que se publicó la Christifideles laici, la carta magna de los laicos en la Iglesia. Apenas se ha mencionado. No hay que echar la culpa a nadie. Es mejor asumir la propia responsabilidad y confesar que son pocos los momentos en que volvemos a leerla. Pero es también preocupante que no se hable más y más de ella. Es un silencio culpable que por omisión da la razón a aquellos que predican el divorcio entre la fe y la vida.
Christifideles laici es la antítesis de esta separación. Si algo queda claro en la exhortación es que la vocación del fiel cristiano es para vivirla a pleno pulmón y con toda la radicalidad y publicidad que exige. Quizá, con los vientos y tendencias que corren en esta España de hoy, nos releguen a un cristianismo de catacumbas, pero no debemos introducirnos en ellas por propia voluntad, porque tenemos una misión muy clara: debemos impregnar el mundo y todas sus estructuras del espíritu del evangelio.
No. La Christifideles laici no invita al disimulo y a la piedad mojigata del que vive su fe como asunto privado que no debe salir del ámbito de casa o de la parroquia. Cristo está vivo en el cristiano y no podemos amordazarlo.
Todo cristiano en el bautismo, es decir en su mismo nacimiento, recibe una vocación, una llamada, una misión que no es otra que “buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios” (LG 31; ChL 9). Y no es una vocación cualquiera. La trascendencia de esta vocación es cósmica porque todo el orden temporal lo ha puesto Dios en nuestras manos para que lo orientemos hacia el fin para el que ha sido creado. Las palabras de la exhortación no pueden ser más claras:
“Los fieles laicos están llamados de modo particular para dar de nuevo a la entera creación todo su valor originario. Cuando mediante una actividad sostenida por la vida de la gracia, ordenan lo creado al verdadero bien del hombre, participan en el ejercicio de aquel poder con el que Jesucristo Resucitado atrae a sí todas las cosas y las somete, junto consigo mismo, al Padre, de manera que Dios sea todo en todos (cf. Jn 12, 32; 1 Co 15, 28)” (ChL 14).
¿Cómo podríamos concretar la misión del laico católico hoy? No podemos vivir un cristianismo de sacristía. Es tiempo de desarrollar una creatividad cultural sustancialmente católica que llene nuestra sociedad de presencia trascendente y de los valores del cristianismo. Una televisión que muestre estos valores, periódicos, obras de teatro, novelas, libros de texto, empresas y supermercados impregnados de evangelio. Todos tenemos algo que hacer, una vocación que vivir. ¿Utópico? Sí, pero si no tenemos altos ideales que nos caldeen el corazón nos moriremos de frío e inanición. Esta es la nueva evangelización de la que tantas veces nos ha hablado Juan Pablo II y ahora el papa Francisco. ¿No es tiempo ya de despertar del sueño?