Manipulación del lenguaje y cultura de la muerte

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Vida
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Escribe el profesor Alfonso López-Quintás que “la manipulación ideológica afecta a las raíces de nuestra conducta, a la orientación que damos a nuestra existencia, a la concepción del mundo y de la vida que otorga sentido a nuestro ser… decide así nuestra elección del ideal que orienta e impulsa nuestra existencia. Con ello domina completamente nuestra voluntad y nuestro sentimiento. Se adueña de nuestro espíritu. A las personas y a los pueblos se les manipula para adquirir dominio sobre ellos reduciéndolos a la condición de masa”.

Pues bien, una de las vías más eficaces para conseguir este cambio de mentalidad es manipular el lenguaje con el que nos referimos a la realidad, especialmente mediante el control de la propaganda y los medios de difusión.

En la bioética y en general en la valoración social y moral de grandes cuestiones relativas a la vida humana se está produciendo un generalizado cambio de mentalidad, inducido por engaños y verdades a medias, fruto de hábiles manipulaciones de las palabras con las que nos referimos a la realidad.

Con estas confusiones se pretende -y se está logrando- polarizar la opinión pública hacia los intereses de la cultura de la muerte (esto es: la defensa del aborto, la eutanasia, la instrumentalización de embriones, etc.) y se está generando un inadvertido pero profundo desprecio hacia la vida humana, que se llega a contemplar como un objeto al servicio de los intereses de terceros (por ejemplo en el caso de la manipulación de embriones) o como un inconveniente o incluso algo malo (en el caso de la eutanasia y el aborto).

ARGUMENTACIONES Y SOFISMAS

Estos engaños se dan a través de diferentes tipos de argumentaciones: Están en primer lugar las que nos hacen creer que la intención de ciertos actos, que de suyo son malos desde el punto de vista moral, es defender a las personas y sus derechos fundamentales. Así, por ejemplo, el aborto se presenta como un medio de preservar la dignidad de la mujer y su derecho a elegir acerca de “su” vida. Pero como el fin justifica los medios, dejan de verse como acciones éticamente reprensibles.

Encontramos también las que niegan u ocultan las alternativas que permiten defender más eficaz y lícitamente esas mismas personas y esos mismos derechos. Es el caso, por ejemplo, en el campo de la medicina reparadora, de la ocultación que los resultados obtenidos con células madre adultas son infinitamente más alentadores que los obtenidos con células madre procedentes de embriones; con tal fin se habla sólo de investiga con “células madre”, sin distinguir si se trata de células adultas (las del cordón umbilical, por ejemplo) o de células embrionarias (un embrión es un ser humano, y utilizarlo como medio, o eliminarlo sería moralmente malo).

No faltan tampoco las argumentaciones que ignoran el mal, el dolor y el sufrimiento que tales acciones comportan, como en el caso de las secuelas psicopatológicas del aborto en la mujer (“síndrome post-aborto»).

Son de la mayor gravedad aquellas que intentan negar la naturaleza humana del embrión, alegando sin fundamento que el embrión no es vida, que no es humano o no es más que un apéndice del cuerpo de la madre.

LA REALIDAD YA NO ES EL CRITERIO

En el fondo se pretende ocultar que las cosas son lo que son, y que, si un embrión humano es un ser distinto de sus progenitores, es un ser humano, acreedor de todos los derechos que son inherentes a la persona. En lugar de esta evidencia ontológica (“las cosas son lo que son”), se apela a que “algo” tiene valor sólo cuando cuenta con el reconocimiento de otros: las leyes, la madre, la sociedad, los parientes, los médicos, etc.

En general, el ámbito del respeto a lo que es valioso se reduce a lo meramente “legal”; y así, si una ley establece que el aborto provocado deja de ser un homicidio y pasa a ser un derecho de las mujeres, es irrelevante preguntarse si eso “en realidad” es así o no: lo dice la ley y punto. Y si no lo dice, hay que conseguir que lo diga. Por eso es tan agresiva la actividad política de los partidarios de la cultura de la muerte, y tan virulenta su presencia a través de lobbys (grupos de presión), ONGs y Agencias internacionales ante los gobiernos, los Parlamentos, la ONU, las instituciones europeas, etc., conducentes a “transformar la realidad” por la introducción de legislaciones contrarias la vida, a la familia y, en el fondo, a la dimensión moral de la dignidad humana.

Deberíamos preguntarnos, y aclarar, hasta qué punto influyen las instituciones internacionales en cómo se trata a la vida y la familia en cada país. Si profundizáramos en ello, tendríamos motivos para estar más que preocupados. Pero también debemos estar alerta acerca de los cambios culturales provocados por la manipulación sistemática del lenguaje, de modo muy significativo en torno a los procesos relativos a la vida humana, su origen, su conclusión, su dignidad y su naturaleza.

Para promover y disimular estas tergiversaciones se han introducido nuevas palabras y expresiones de significados confusos o equívocos que desvían la atención de la realidad objetiva y completa a la que se refieren, ocultan las connotaciones que nos recuerdan lo que tienen de inhumano, e introducen engañosos matices con los que aparentar normalidad, inocuidad e incluso altruismo. La apelación a los sentimientos de compasión para conmover y convencer a la gente –lo que los expertos llaman las “connotaciones emocionales” del lenguaje, que no siempre coinciden con el significado de las palabras- está a la orden del día.

YA NO DECIMOS ABORTO, DECIMOS “IVE”…

Uno de los ejemplo más representativos de este tipo de manipulaciones es la sustitución de la palabra “aborto” por la expresión “interrupción voluntaria del embarazo” (IVE): este discreto cambio supone, en primer lugar, omitir la palabra “aborto” que tan dura suena (por ser tan explícita); en segundo lugar, aparta la atención del tema principal (la aniquilación del embrión o del feto) para centrarla en las actuaciones y las consecuencias sobre el cuerpo y la fisiología de la mujer que todo aborto supone. Además, incluye el adjetivo “voluntaria”, insistiendo en el hecho de que se trata de una decisión libremente tomada por una mujer, es decir, recalcando que, en realidad (o, mejor dicho, en apariencia), lo que se pretende defender es a la mujer, su dignidad y sus derechos. “Aborto” se hace así en cierto modo sinónimo de “liberación de la mujer”.

Con ello se pretende hacer olvidar que el embarazo es cosa de dos (incluso de tres: del hijo y de la madre, y también del padre) y no sólo de la mujer. Se tiende a hablar solamente de “derechos de las mujeres”. Se quiere ocultar también que un aborto supone, esencialmente, acabar con una vida humana (la más inocente e indefensa de todas) y se viene a sugerir que no es más que la modificación leve o transitoria de un proceso fisiológico de la mujer semejante a la digestión o el sueño.

HAY MUCHOS EJEMPLOS MÁS

Lo mismo sucede con otras tantas expresiones como “pre-embrión” (para referirse al embrión no implantado, como si no fuera realmente un embrión), “aborto terapéutico” (para denominar aquellos abortos que se practican por considerar que el embarazo y la maternidad suponen un elevado riesgo para la salud de la madre, pero que en realidad no “curan” nada, sino que eliminan una vida humana), “clonación terapéutica”, “eutanasia” (que literalmente significaría “buena muerte”, y que algunos empiezan a llamar “muerte digna”, cundo en realidad se trata de ocasionar la muerte de una persona con el pretexto de que no sufra y no haga sufrir a los demás, o de que hay que economizar recursos), “prevención de la enfermedad” (refiriéndose a la aniquilación de los embriones que supuestamente padecen alguna patología), “salud reproductiva” (en lugar de estrategias para el control de la natalidad incluyendo la anticoncepción, la esterilización y el aborto), “aborto seguro” (poniendo el acento sólo en que la mujer reciba cierta atención clínica), “sexo seguro” (es decir, el que se queda en lo meramente placentero y elude la posibilidad embarazos no deseados o la transmisión de enfermedades), “píldora del día después” (PDD) (en lugar de píldora abortiva, ya que su mecanismo de acción consiste en impedir la implantación), y un larguísimo etcétera.

ALGUNAS ACLARACIONES CONCEPTUALES

Aunque parezca una tontería, a lo mejor no está de más llamar a algunas cosas por su nombre, aclarando o reafirmando varios conceptos relativos al inicio de la vida humana:

  • Concepción: inicio del embarazo; se considera como tal el momento en que el espermatozoide penetra en el óvulo y forma un cigoto viable (acto o proceso de fertilización). Es el momento en que estamos ante un nuevo ser humano, distinto de su padre y de su madre.
  • Fecundación: acto o proceso de fertilización, es decir, fusión de ambos gametos: masculino (espermatozoide) y femenino (óvulo) dando lugar (concepción) a un cigoto o embrión.
  • Embarazo: proceso de gestación que abarca el crecimiento y desarrollo de un nuevo individuo dentro de una mujer, desde el momento de la concepción, a lo largo de los períodos embrionario y fetal hasta el nacimiento. El aborto no es la mera “interrupción” del embarazo, sino la provocación de una muerte.
  • Gestación: período de tiempo comprendido entre la fertilización del óvulo y el nacimiento. En todas sus fases (embrionaria, fetal) se da la continuación del mismo proceso vital. No tiene sentido biológico alguno hablar de una fase “pre-embrionaria” como si se produjera un cambio sustancial de lo que no es humano a lo que sí lo es.
  • Inicio del embarazo: tal y como se deduce de las definiciones precedentes, el inicio del embarazo se corresponde con el momento de la fecundación o concepción; los tres términos (inicio del embarazo, concepción y fecundación) se refieren a una misma realidad, son, por lo tanto, equivalentes. Debido a la profusión de las técnicas artificiales de fecundación in vitro, algunos pretenden hacer creer que el “inicio” del embarazo se corresponde con la “implantación” del cigoto (óvulo fecundado) en el útero materno, de forma que “antes” de ésta no hay un ser vivo -y humano- distinto.
  • Implantación: proceso por el que el embrión anida en el endometrio uterino de la madre, en cuyo espesor tendrá lugar todo el desarrollo posterior del embrión-feto. El embrión inicia la implantación hacia el séptimo día desde la fecundación y la completa siete u ocho días después.
  • Anticoncepción (o Contracepción): procedimiento o técnica para impedir el embarazo mediante el uso de fármacos, dispositivos o métodos que bloqueen o alteren uno o más de los procesos de reproducción de tal forma que el coito pueda realizarse sin fecundación. El sentido común y la etimología ya nos permiten deducir que se trata de impedir la concepción (o lo que es lo mismo, la fecundación). No deja de ser un acto contrario a la vida, puesto que la impide, pretende evitarla.
  • Aborto (provocado): finalización del embarazo (que, recordamos, se inicia en el momento de la fecundación) y provocación de la muerte del embrión o feto antes de que éste haya alcanzado el desarrollo suficiente como para poder vivir después de su nacimiento. Se trata de un “homicidio” (muerte causada a un ser humano). Hablar de mera “interrupción” induce a pensar en un mero proceso fisiológico sin trascendencia moral. Julián Marías ironizaba al respecto al sugerir que al estrangulamiento o a la decapitación se les llamara “interrupción de la respiración”.

SIN CONCIENCIA

El resultado de todo lo anterior es que se le ha arrebatado al embrión su naturaleza real de ser humano, de modo que su destrucción o manipulación no se contempla como un delito. Esta falta de reconocimiento de la naturaleza del embrión conlleva dos importantes consecuencias:

1ª) Legitimar todo tipo de manipulación técnica sobre embriones humanos no implantados: si destruirlos sin más no supone ningún delito, será todavía menos punible el aprovecharlos para curar enfermedades o sacar cualquier otro beneficio…

2ª) Introducir el aborto en la sociedad como una práctica no sólo no punible, sino ni siquiera indeseable. La destrucción del embrión no implantado queda como un método más dentro de las técnicas de regulación de la fertilidad, reducida al ámbito de la intimidad de la mujer, de modo que, con el aval de las leyes, la vida o la muerte del embrión sólo dependa de la decisión personal de la madre (decisión hacia la cual el resto de ciudadanos debemos permanecer indiferentes). Como ha señalado lúcidamente María Valent, “esta situación es de extrema gravedad, puesto que no sólo se promueve el aborto sino que se induce a las mujeres a abortar sin que apenas tengan conciencia de ello.”

Este cambio cultural tiene uno de sus pilares en un cambio semántico que ha pasado poco menos que desapercibido; nadie parece haberse dado cuenta, y a los pocos que se han percatado les llaman meticulosos, pedantes y escrupulosos, como si no tuvieran otra cosa más que hacer que buscar las tres patas al gato. Y también se les tilda despectivamente de “conservadores” y “retrógrados”.

De forma sutil, la sociedad va asumiendo los nuevos significados sin reparar en las consecuencias que de ellos se derivan. Hay una paulatina “desensibilización” respecto del aborto y de la instrumentalización de embriones humanos, y una creciente dificultad para distinguir los límites y las diferencias entre anticoncepción y aborto, entre muerte digna y eutanasia, entre calidad de vida y dignidad de la persona, entre salud y bienestar subjetivo, o entre reprogramar células madre adultas y tratar a un embrión humano como un mero conjunto de células.

Si además se divulgan los supuestos beneficios terapéuticos que puede proporcionar el investigar con “pre-embriones”, nadie se rasga las vestiduras, pues se interpreta que no se está instrumentalizando y suprimiendo auténticos embriones humanos, sino con células que pueden ayudar a avanzar en la investigación de enfermedades y terapias.

Las continuas tergiversaciones semánticas y la confusión que se producen en torno a la bioética y que acompañan a la cultura de la muerte: no puede ser bueno lo que necesita de la mentira para triunfar. Al constatar esta dependencia del engaño, resulta más fácil tomar conciencia de su verdadera naturaleza, que es la de un ataque contra la vida y la dignidad humanas.

También sería deseable que la constatación de este cambio cultural camuflado bajo la transformación y manipulación del lenguaje acerca de la vida humana, impulsara a muchos a defender en los escenarios públicos –también en la política, no lo olvidemos- una adecuada concepción del ser humano y del bien común. Se trata en el fondo del compromiso de combatir la cultura de la muerte difundiendo la verdad, es decir: lo que las cosas y las personas son.

Después de analizar textos de varias instituciones y universidades, en los que, fundamentalmente, se pone en cuestión el uso genérico del masculino para designar a ambos sexos, el jueves, 1 de marzo, la RAE ha aprobado por unanimidad un informe del Académico Ignacio del Bosque, en el que se advierte de la falta de rigor gramatical de parte del contenido de dichas guías. Esta es su conclusión:

“No deja de resultar inquietante que, desde dependencias oficiales de universidades, comunidades autónomas, sindicatos y ayuntamientos, se sugiera la conveniencia de extender —y es de suponer que de enseñar— un conjunto de variantes lingüísticas que anulan distinciones sintácticas y léxicas conocidas y que prescinden de los matices que encierran las palabras con la intención de que perviva la absoluta visibilidad de la distinción entre género y sexo. La enseñanza de la lengua a los jóvenes constituye una tarea de vital importancia. Consiste, en buena medida, en ayudarlos a descubrir sus sutilezas y comprender sus secretos. Se trata de lograr que aprendan a usar el idioma para expresarse con corrección y con rigor; de contribuir a que lo empleen para argumentar, desarrollar sus pensamientos, defender sus ideas, luchar por sus derechos y realizarse personal y profesionalmente. En plena igualdad, por supuesto.”

ÚLTIMAS REFLEXIONES

Muy conscientemente, hemos evitado aportar argumentos o reflexiones basadas en la fe y la doctrina católica. Hemos hablado de una transformación cultural y la hemos analizado desde claves puramente racionales y desde consideraciones de ética natural.

Sin embargo, no haríamos justicia al estado de la cuestión si omitiésemos la aportación de la doctrina católica –de la Iglesia misma en el ejercicio de su misión más obvia- a la lucha por una cultura de la vida. En lo nuclear de la misma, cualquiera podría aceptar los principios y juicios de valor de esta doctrina. Basta para ello una conciencia recta. Pero es claro que el reconocimiento del valor de la vida y de la persona humana quedaría a medias sin una fundamentación trascendente. ¿Por qué, en el fondo es valiosa la vida humana? Porque se funda en un origen y un destino asombroso: es un don del Dios de la vida; creados por amor, hemos sido destinados al Amor.

En la encíclica Evangelium vitae, Juan Pablo II llama de modo especial a los católicos a trabajar a favor de la vida humana, y recuerda que este compromiso es esencial en el ser cristiano. Concluimos con un elocuente párrafo del Beato Pontífice, que sirve de coronación y llamada, de programa de acción, porque es necesario educar en el valor de la vida humana comenzando por sus raíces más íntimas, es decir por la formación de la conciencia moral acerca del amor y de la vida:

“Es una ilusión pensar que se puede construir una verdadera cultura de la vida humana, si no se ayuda a los jóvenes a comprender y vivir la sexualidad, el amor y toda la existencia según su verdadero significado y en su íntima correlación. La sexualidad, riqueza de toda la persona, «manifiesta su significado íntimo al llevar a la persona hacia el don de sí misma en el amor» (Familiaris consortio, 37). La banalización de la sexualidad es uno de los factores principales que están en la raíz del desprecio por la vida naciente: sólo un amor verdadero sabe custodiar la vida. Por tanto, no se nos puede eximir de ofrecer sobre todo a los adolescentes y a los jóvenes la auténtica educación de la sexualidad y del amor, una educación que implica la formación de la castidad, como virtud que favorece la madurez de la persona y la capacita para respetar el significado «esponsal del cuerpo”.

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