MARÍA CAUSA Y RAZÓN DE NUESTRA VIDA
A Fernando Martín, a quien tanto ama la Virgen
No tendrían las rosas su perfume
Ni esplendor el rocío ni la estrella
No alentaría el valle su querella
Por la luz que en la cumbre se resume.
Difícilmente el mar, que en sí presume
De hondura sosegada y ola bella,
Plasmaría en la arena, como huella
Retumbante, el soñar que nos consume.
No podría la aurora entusiasmarte
Ni extasiarte en el arte y sus delirios
Ni asir la espina ni, al sangrar, gozarte
Si no dijera tu ángel, como un padre:
“Que María sostiene tus martirios
Y que está junto a ti como tu madre.”
Hace ya algún tiempo, un amigo común, le dedicó este poema a Fernando Martín, Mayor de los Cruzados de Santa María. Lo vi expuesto en el tablón de anuncios de la residencia de la calle Lisboa y al conocer los avatares que unos más que otros, hemos y estamos atravesando desde hace algún tiempo, lo he recordado. Me ha parecido oportuno presentarlo en la página dedicada a María y a la vida consagrada en este mes de mayo. Estoy seguro de que a ninguno de los dos les va a importar que se lo dedique en estos momentos a los hijos espirituales del Siervo de Dios Padre Tomás Morales, ahora que en carne viva han comprobado lo que es reinscribir sobre sus pechos llagados la cruz de Cristo, condición inexcusable de su autenticidad de Cruzados.
Hemos escuchado siempre que la consagración de María para ser la Madre de Dios la convirtió en la llena de gracia, en la purísima desde su concepción, y en la suma de cualidades que enumeramos en las letanías lauretanas, a cual más bella y consoladora. No menos cierto es que ello supuso la espada que atravesaría su corazón hasta convertirla en Dolorosa, en la esclava del Señor, hasta el extremo de poder decir que el Hijo era un retrato pasmoso de la Madre; y la Madre, una imagen viva de su Hijo. Esta verdad de la similitud es imagen primera de la serie innumerable formada por los que aspiran a ser discípulos de Cristo, por todos los bautizados. Con cuánta más razón por aquellos que han sido llamados por el mismo Señor a la vida consagrada, para hacer de su vida una referente ejemplar al servicio del pueblo de Dios, con la palabra, con la oración, con el silencio, con la acción y con la pasión y de esta manera hacerse unos con el Señor.
Si el poema nos recuerda que el cobijo maternal de María permite seguir gozando de la belleza de la cotidianidad, aún en medio de sufrimientos martiriales o espirituales, os he elegido el prodigio de El descendimiento de Roger Van Derweiden, que podemos admirar en el Museo del Prado, porque representa la consagración de María a su Hijo, hasta hacerse semejante a él. El padecimiento espiritual (místico) de María ante el drama de la pasión y muerte de Jesús, solo podía expresarse con el paralelismo de dos cuerpos, uno muerto físicamente; el de María, espiritualmente. Luego vendrán los gozos y reconocimientos de la Reina y Señora y Madre Virginal e Inmaculada y Asunta al cielo. Pero en vida, tenía que ser descendida a su modo también de la Cruz. Es un cuadro para mucho mirar y mucho pensar.
He aquí un asombroso ejemplo de cómo desde que Pilato presenta el Ecce Homo al mundo, la historia del arte y de la vida amplía sus caminos. Cómo puede ser bello, más aún, sublime tanto dolor. Las lágrimas de sus amigos no son suficientes para expresar el misterio de la Dolorosa ni tan siquiera las suyas. Al pie de la Cruz de manera incruenta María ha sido crucificada. Como su hijo, ella también necesitaba que la bajaran de la Cruz. No hay dolor más grande. El genio lo vio y nos señaló ruta y camino.