Mi empresa, otro medio de santidad

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La familia de Felipe Pari con José Antonio Benito
La familia de Felipe Pari con José Antonio Benito

Por Felipe Pari, ingeniero de Sistemas

La palabra coherencia toma un mayor significado e importancia cuando realmente se intenta vivir lo que se predica, no solo en el ámbito personal o familiar, sino en el empresarial. En estas breves líneas les comentaré mi experiencia como fundador y gerente de operaciones de una empresa consultora dedicada al desarrollo de software, que inicié con un grupo de compañeros de trabajo.


Todo empezó con la iniciativa de un amigo, que al final no entró en la sociedad, pero nos dejó la inquietud. Así, el 2008 iniciamos Xternal Technological Solutions. El comienzo fue un poco lento, pero poco después pudimos conseguir un primer cliente importante. El primer local de mi empresa fue el segundo piso de la casa de mis padres; lo dividimos con parapetos, ocupamos dos habitaciones y empezamos con tres consultores y cuatro socios.

En el lanzamiento de esta empresa —como todas las grandes decisiones de mi vida— tuvo cierta influencia el Señor, y si bien el deseo de formarla no fue producto de meditaciones reflexivas sino más bien de un deseo de crecimiento profesional, creo que el Señor conoce muy bien nuestras necesidades y escudriña en nuestros pensamientos y deseos, nos regala ciertos dones y, luego, nos va facilitando los medios para alcanzar nuestras metas.

Uno de estos medios fue el hecho de que ya venía participando, hace algunos años, de la Milicia de Santa María. Ahí gocé de un ambiente de formación en el liderazgo, con enseñanzas del padre Morales, como el «hacer-hacer», tan importantes en una empresa a fin de dejar que los consultores tengan autonomía y vayan tomando sus propias decisiones y responsabilidades. También noté la influencia que había tenido en mí la participación en los círculos de estudio a la hora de dirigir las reuniones de trabajo, aprendiendo a escuchar y moderar. Otra enseñanza puesta en práctica fue la de «renunciar a las prisas», teniendo paciencia en la formación de los consultores, pues muchos de ellos iniciaron su carrera con nosotros; y la búsqueda de mejora continua en nuestros procedimientos, aprendido del cultivo de la reflexión practicado en retiros y balances diarios.

Además de estos aspectos, el espíritu militante se impregnó en la cultura organizativa de la empresa, traducido en valores humanos (puntualidad, calidad del trabajo, obediencia, constancia, mejora continua, entre otros) y también el apostolado entre los colaboradores de la empresa, celebrando las fechas religiosas, recordando su significado y ofreciendo un momento de oración diario al mediodía en que nos reunimos para rezar el Angelus o el Regina Coeli; esto último, iniciado durante la pandemia, ha significado un punto de encuentro y oración que nos sirvió para pedir por nuestras familias y amistades en tan difíciles momentos.

También fue importante el acompañamiento del guía espiritual y del ejemplo de liderazgo de los Cruzados de Santa María, quienes han marcado en mi formación el trato caritativo pero exigente en el cumplimiento del trabajo, porque es por un fin mayor: el bien de la empresa y de los que trabajan para ella. Tengo siempre presente algunos consejos que recibí en mis épocas de militante. Por ejemplo, cuando le comentaba a mi guía la idea de tener un emprendimiento, me decía: «Bueno, es mejor ser cabeza de ratón, que cola de león», o cuando me encargaban realizar alguna tarea que no me gustaba y quería zafarme de ella, y me decía: «Aquí no tenemos desertores» o como cuando ascendíamos la montaña y nos costaba mucho y parecía que ya no podíamos más: «Levanta la mirada y disfruta del paisaje».

En estos años no faltaron las dificultades y desafíos: la pérdida del cliente que nos sostenía buena parte de la planilla, la separación de dos de los socios con los que iniciamos la empresa, las crisis económicas y políticas de nuestro país, que provocaron una reducción de la inversión de las empresas en proyectos de desarrollo de software; también la constante competencia tanto al conseguir clientes o mantener a los consultores, así como la corrupción que hemos encontrado en algunos casos por parte de quienes están a cargo de elegir a la empresa ganadora de un concurso. Gracias a Dios los hemos podido afrontar, y nos ha servido para madurar como profesionales. Pero seguimos en constante lucha para mantenernos, mejorar y aprender a enfrentar los nuevos retos que seguro nos vendrán.

El tener una empresa es como tener otro hogar o hasta otro matrimonio, porque implica un compromiso; el tener a un grupo de personas a cargo y mantener muy abierta la comunicación con mi socio, con quien no han faltado las discusiones y diferencias, pero que finalmente debemos buscar la armonía y hallar las salidas a los problemas para bien de la empresa y de todos los que trabajamos para ella.

Así, como el matrimonio o cualquier otra vocación, ser empresario es otro medio de santidad, una faceta más de la misión para la que el Señor nos ha ido preparando poco a poco. A veces es difícil, hasta dan ganas de tirar la toalla, porque suele ser complicado trabajar con personas (consultores o clientes), pero ahí está mi familia, mi otra gran empresa, especialmente mi esposa que también trabaja para la empresa y me ayuda en esos momentos y me alienta a continuar. Hace poco, me dijo: «Si necesitas algo del Señor para la empresa, pídeselo, pero pídeselo en GRANDE, verás que te sorprenderá».

Y, también, claramente está el Señor, quien es el «sponsor» principal de esta empresa, pues se la consagramos a él (y a san José, en su día, el 19 de marzo, celebramos el aniversario de la empresa) y nos mantenemos confiados en su providencia y esperamos que influya en las decisiones que vayamos a tomar para hacer su voluntad en el ejercicio de nuestra profesión.

Por esta razón menciono que, si bien es difícil vivir la coherencia, lo cierto es que no es imposible ser coherente si el vivir cristianamente se convierte en tu forma de vida, pues así la presencia de Cristo irá afectado poco a poco cada aspecto de tu ser, tanto en lo personal, como en lo familiar y el empresarial, y el mantener a él cerca para que te ayude —bien sea en el hogar o en la empresa—, asegura que nuestras decisiones, acertadas o no, de alguna manera sirvan para nuestro crecimiento personal y espiritual.

Mantenemos la esperanza de que nuestra empresa sea un negocio que lleve el alimento a los hogares de nuestros colaboradores, pero sobre todo sea una pequeña luz, un medio para que todos —desde la profesión— lleguemos a la santidad.

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