Mike Sollom creció en el seno de la Iglesia Evangélica Libre. Tenía vecinos católicos, y se extrañaba de que disfrutasen de cosas prohibidas para ellos: el alcohol, el tabaco, las películas o los naipes.
Muy joven aún, se casó con LuAnn, perteneciente como él a su misma iglesia. Y decidieron pasar un año trabajando como misioneros en Venezuela. Allí fue donde tuvo ocasión de conocer el catolicismo.
Encontrar tierra firme
De regreso, Mike conoció casualmente a una persona que asistía regularmente a la Iglesia ortodoxa, e intrigado, trabó amistad con él acuciado por el deseo de conocer los ritos de la Iglesia: la señal de la cruz, el incienso, las oraciones.
Pero, sin pretenderlo, su amigo le hizo descubrir la Iglesia histórica. Hasta entonces no sabía nada sobre la historia de la Iglesia primitiva, los Padres de la Iglesia, los primeros mártires o la verdadera fuente de las Sagradas Escrituras.
Algo cambió
Resulta interesante leer el testimonio de Mike en un momento clave: «En 1987, durante su visita papal a los Estados Unidos, Juan Pablo II celebró una misa en las afueras de Monterrey, California, y me invitaron a asistir como miembro del clero ecuménico.
No sabía nada del papa. Ni siquiera podía recordar su nombre. No tenía idea de por qué estaba tan conmovido por su presencia. Y tampoco entendí por qué, tras la misa, y cuando despegaba el avión, estiré mis manos hacia él y lloré. Algo cambió ese día. Era como si hubiera entrado en un país y una cultura diferentes. No tenía idea de lo que estaba pasando, pero me encantó. Yo lo anhelaba. Algo había conmovido profundamente mi alma, en un lugar que no había sido tocado por ninguna otra experiencia espiritual».
Desarrollando un espíritu católico
Mike estaba empezando a pensar como católico. De hecho, ya estaba buscando una verdad absoluta, descubriendo la Iglesia histórica y ampliando su comprensión teológica. Sin duda, tras el encuentro con el papa las cosas estaban cambiando.
También su biblioteca comenzó a cambiar. Comenzó con el autor católico Henri Nowen, pero Nowen le llevó a Thomas Merton, y este le abrió las puertas al mundo de otros autores católicos. Más aún, él y LuAnn comenzaron a visitar iglesias católicas con regularidad.
Y llegaron las pruebas
Justo entonces, en 2005, a su hijo primogénito, de 24 años, se le diagnosticó un cáncer incurable. A los ocho meses murió en brazos de sus padres.
La desesperación y la desolación cayeron sobre su familia. Todo lo que unos padres temen que les pase a sus hijos comenzó a suceder a los suyos. Su hija, cegada por su dolor, se perdió en las drogas y se convirtió en adicta a la heroína. Los otros dos hijos acabaron alejándose de toda práctica religiosa. Las pruebas se abatieron sobre Mike y LuAnn.
El descenso
Durante siete largos años, mientras trataban de soportar la muerte de su hijo, se vieron anonadados por la adicción de su hija. Estaban indefensos, convencidos de que su hija no sobreviviría a su adicción. ¿Iban también a perderla?
Finalmente, en 2012, los caminos de Dios llevaron a su hija a un hospital de rehabilitación en Buenos Aires, y estuvo allí durante siete meses. Funcionó. Desde entonces ella no volvió a recaer.
Sin duda se alegraron por su recuperación, pero cada rayo de luz parecía ser anticipo de una nube. Debilitados por su pérdida de ingresos, el desembolso económico de la batalla contra el cáncer del hijo y el alto costo de la rehabilitación, LuAnn y Mike se vieron abocados a la bancarrota e incluso perdieron su casa. Luego, poco después de perder su casa, LuAnn perdió su trabajo. A pesar de todo, nunca lamentaron los sacrificios que hicieron por sus hijos, y no dudarían en volver a hacerlo. Pero había que pagar las consecuencias; y las deudas.
Se hace la luz
Justo entonces conocieron a un joven matrimonio de la parroquia católica local, Jared y Rhonda. Los invitaron a su casa. Se enteraron de que Rhonda era un converso al catolicismo. Mike y LuAnn les contaron sobre su romance con la Iglesia católica. Y la amistad entre unos y otros fue el empujón que Mike y LuAnn necesitaban.
Sabían que, si se convertían en católicos, correrían el riesgo de dejar atrás a muchos amigos y familiares. Ninguno de ellos entendería su decisión. La mayoría de ellos discreparían de su paso y rechazarían su fe católica. Pero ya nada les importaba; solo caminar hacia la verdad plena.
Y al fin, con gran alegría, durante la Vigilia Pascual de 2015 en la iglesia de San Francisco de Sales en Holand, Michigan, Mike (que tenía ya 60 años), junto a LuAnn se reconciliaron con la totalidad del catolicismo y entraron en plena comunión con la santa, católica y apostólica Iglesia.
Peregrinos y misioneros
Así que allí estaban: sin trabajo, sin dinero, sin hogar, y durmiendo en una casa prestada. Convertirse en católicos había sido increíble. Sus espíritus habían sido levantados y sus almas asentadas. Pero LuAnn y Mike necesitaban renovar y reconstruir.
Sostenidos por la gracia de Dios, decidieron asumir otro gran riesgo. No podían cambiar lo que les había llegado, pero podían elegir qué hacer con lo que había venido. Secundando la consigna de Juan Pablo II «cuando un cristiano toma conciencia de su fe, se hace misionero», en junio de 2016 embalaron la parte trasera de su caravana con lo esencial para sobrevivir, y se fueron a una gran aventura: expandir su fe, encontrar su alegría, restaurar su esperanza, descubrir la dirección de Dios para sus vidas, reconectarse con personas y lugares de su pasado, y quizás, por la gracia de Dios, presentar la plenitud de Cristo y la Iglesia católica a su familia y amigos protestantes que aún no eran conscientes.
Acaban diciendo: «Seguimos conduciendo nuestra caravana. Hemos viajado por todo tipo de carreteras, a través de todo tipo de clima, desde el Atlántico hasta el Pacífico. Nos hemos detenido en casi todas las iglesias católicas que hemos visto. Hemos rezado en pequeñas capillas y orado en grandes catedrales. Hemos escuchado y reído y llorado tan fuerte que nuestros corazones duelen. A pesar de lo incierta que pueda parecer la vida, creemos que, por la gracia de Dios, estamos siendo guiados hacia donde todavía tenemos que ir, hacia el Padre».